lunes, 19 de octubre de 2009

ESTIMADO LECTOR

          Afligido por el devenir desvirtuoso de todo lo que existe, y carente de retórica y de poder de inserción en el entendimiento del hombre en sentido amplio, que defiende todas las veces su propia devaluación, no queda sino irme.

          Agradezco la constancia de quienes comentaron y el interés de quienes alguna vez dedicaron algunos minutos a menudear sobre mis pobrezas.

          Pero no soy suficiente. No tengo lugar, y éste tampoco.

          Gracias, adiós.

miércoles, 14 de octubre de 2009

EL DESEO DE LA CLASE MEDIA DE MATAR AL DELINCUENTE

          Dice Eugenio Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en El enemigo en el Derecho Penal:

"          (...) la polarización de riqueza que provocó la economía globalizada deterioró gravemente a las clases medias, volviéndolas anómicas (Nota: tanto en el sentido de Emile Durkheim, pues no les sirven las normas anteriores de acceso a la riqueza, como en el de Robert Merton, porque carecen socialmente de vías legítimas para ese mismo acceso). Por eso reclaman normas, pero no saben cuáles. Son anómicos patéticos que claman por normas y en su desconcierto acaban encolumnándose detrás del discurso autoritario simplista y populachero del modelo norteamericano, que viene con el prestigio de una sociedad que envidian y admiran y que será el que permitirá un mayor control sobre estas mismas clases medias, especialmente porque son las naturales proveedores de futuros disidentes.

          En general, aunque se trata de una hipótesis que sería menester investigar, pareciera que a medida que la riqueza se polariza, avanza la anomia en el sentido originario de Durkheim el discurso populachero y primitivo tiene mayor aceptación porque parece compensar la seguridad perdida a causa de la globalización; la sociedad pierde cohesión y está ávida de un discurso que se la devuelva, por primitivo, vindicativo y völkisch o populachero que sea; se cohesiona detrás de un discurso simplista que clama por la venganza lisa y llana.

          Dado que el mensaje es fácilmente propagado; que se facilita desde el exterior; que es rentable para los empresarios de la comunicación social; que es funcional para el control de los excluidos; que tiene éxito entre ellos mismos; y que satisface a las clases medias en decadencia, no es raro que los políticos se apoderen de él y hasta se lo disputen. Como el político que pretende confrontar con este discurso es descalificado y marginado de su propio partido, si no lo asume por cálculo electoralista lo hará por temor, y, de este modo, por oportunismo o por miedo, se impone el discurso único del nuevo autoritarismo.

          (...) ...el discurso autoritario cool latinoamericano participa del simplismo del norteamericano y, al igual que aquél, carece de todo respaldo académico y se enorgullece de ello, pues esta publicidad populachera denigra constantemente la opinión técnica jurídica y criminológica, obligando a los operadores políticos a asumir idéntico desprecio.

          Tampoco es posible dotarlo de cualquier discurso coherente, pues sólo se compone de slogans o propaganda. La irracionalidad es de tal magnitud que su legitimación no puede provenir ni siquiera de groserías míticas –como Rosenberg en el nazismo-, sino que se reduce a puro mensaje publicitario con predominio de imágenes. Su técnica responde a una investigación de mercado que vende el poder punitivo como una mercancía. En la medida en que se verifica que la promoción emocional de impulsos vindicativos tiene éxito comercial, se la perfecciona. Los servicios de noticias y los formadores de opinión son los encargados de su difusión. Los especialistas que se muestran no disponen de datos empíricos serios, son opinadores libres que reiteran el discurso único. (Nota: es interesante verificar la similitud de la publicidad del sistema penal con la de los dentífricos o analgésicos: en ambas suelen presentarse personas que representan o actúan como especialistas. En otros casos, son las víctimas o sus deudos quienes asumen ese papel en los medios, como si la justicia del reclamo de un mejor servicio de seguridad otorgase los conocimientos técnicos para determinar las vías de su obtención).

          (...) Por todos estos medios poco éticos o directamente criminales, se vende la ilusión de que se obtendrá mayor seguridad urbana contra el delito común sancionando leyes que repriman fuera de cualquier mesura a los pocos vulnerables y marginados que se individualizan (a menudo son débiles mentales) y aumentando la arbitrariedad policial, con lo que se legitima directa o indirectamente todo género de violencias incluso contra quienes objetan el discurso publicitario.

          Con ello no sólo se magnifica la inseguridad sino que, al proclamarse la existencia de una pretendida impunidad o linidad generalizada, se lanza un metamensaje que incita publicamente a los excluidos al delito (“delincan que no pasa nada”), asumiendo el efecto de una profecía autorrealizada: el mensaje, lejos de ser indiferente a la criminalidad común, en tiempos de desempleo, exclusión social y carencia de proyectos existenciales, pasa a tener claros efectos reproductores. (Nota: se ha visto claramente en la Argentina con la publicidad desatada en torno de los secuestros. En este país, se difundió el “secuestro express” y se vulgarizó –hecho aun más grave- la idea de que el secuestro es delito “fácil” y rentable, con lo que se produjeron secuestros practicados por improvisados (los “secuestros bobos”) que acabaron con varias muertes, dado que son los más peligrosos para la vida de las víctimas).

          (...) Como el estado desapoderado de los países que llevan la peor parte en la globalización no puede resolver los problemas sociales serios, sus políticos optan por simular que los resuelven o que saben cómo hacerlo, se vuelven maneristas, afectados (...). Los políticos, presos en la esencia competitiva de su actividad- dejan de buscar lo mejor para preocuparse sólo por lo que pueda transmitirse mejor y aumentar su clientela electoral.

          Este autoritarismo publicitario cool presenta una frontalidad grosera, pero como carece de enemigo fijo y también de mito, es desteñido, no tiene el colorido de entreguerras ni la inventiva del biologismo racista, su histrionismo es más bien patético, su pobreza creativa es formidable, es huérfano de toda brilantez perversa, más bien tiene una horrible y deprimente opacidad perversa. En él no hay monumentos neoclásicos, científicos racionalizando, paradas ostentosas; es más bien pobre, funciona porque es poco inteligente, es elemental, no piensa y promociona una huelga del pensamiento o un pensamiento nulo, porque al menor soplo de pensamiento se implosionaría. El ejercicio del poder punitivo se ha vuelto tan irracional que no tolera siquiera un discurso académico rastrero, o sea que no tiene discurso, pues se reduce a mera publicidad.

          (...) pocos se animan a contradecir la publicidad cool del discurso único y, por ende, su autoritarismo es de enorme magnitud. No se trata del estado autoritario que controla y censura los medios de comunicación, sino que la comunicación, convertida en publicidad en procura de rating, se ha vuelto autista e impone un discurso que está prohibido contradecir, incluso al propio estado, porque el único enemigo fijo que tiene es quien desprestigia la represión, que es su producto. Como toda publicidad, no reconoce otro enemigo que quien niega las bondades del producto que promociona.

          En esta coyuntura los políticos optan por montarse sobre el aparato autista y sancionar leyes penales y procesales autoritarias y violatorias de principios y garantías constitucionales, prever penas desproporcionadas o que no pueden cumplirse porque exceden la vida humana, reiterar tipificaciones y agravantes en marañas antojadizas, sancionar actos preparatorios, desarticular los códigos penales, sancionar leyes penales inexplicables por presiones extranjeras, ceder a las burocracias internacionales que buscan mostrar eficacia, introducir instituciones inquisitorias, regular la prisión preventiva como pena y, en definitiva, desconcertar a los tribunales mediante la moderna legislación penal cool, sin contar con otros muchos folklorismos penales, como pretender penar por encubrimiento a los familiares de víctimas de secuestro que no denuncien o que paguen el rescate exigido.

          Esta legislación constituye el capítulo más triste de la actualidad latinoamericana y el más deplorable de toda la historia de la legislación penal en la región, en que políticos intimidados por la amenaza de una publicidad negativa provocan el mayor caos legal autoritario –incomprensible e irracional- que haya tenido lugar en la historia de nuestras legislaciones penales desde la independencia.

          Este período será señalado como el más degradado de la historia penal; su decadencia ni siquiera puede compararse con las legislaciones autoritarias de entreguerras, que sancionaban leyes frontalistas para propaganda y complacencia de sus autócratas, y, ni siquiera, con los momentos de legislación represiva de las frecuentes dictaduras de nuestro pasado, porque los legisladores actuales lo hacen sólo por temor a la publicidad contraria o por oportunismo, o sea que su conducta no está orientada por un autoritarismo ideológico como el fascista, el nazista o el stalinista, ni tampoco por el autoritarismo coyuntural de las dictaduras militares, sino que es simplemente cool, lo cual resulta más decadente desde la perspectiva institucional. El presente desastre autoritario no responde a ninguna ideología, porque no lo rige ninguna idea, sino que es justamente todo lo contrario: es el vacío del pensamiento."

miércoles, 7 de octubre de 2009

OÍDO AL PASAR - RITOS DE PERTENENCIA EN LA MUJER COMÚN DE HOY

          -...tonse termino el análisi y me dice la chica: "cuchame, vos no tenés vejiga..." Le digo "si yo tomé toda lagua que me dijeron, y encima no sabés lo que tuve quiaguantarme; me dice "no sé, acá te sale muy chica".

          -Ah...

          -Igual nada, me dijo que por los tres meses dembarazo toy bien, se ve también que tenía un quistecito pero muy chiquito, dijo que no afecta para nada, así que...

          -Claro...

jueves, 24 de septiembre de 2009

OÍDO AL PASAR

          -A mí perdirme que haga una manualidad es matarme en vida.

          -No, sí, sí, sí, yo también, no hay tiempo, no se dan cuenta que trabajamos nosotras también...



Gracias a Pi Pío que lo escuchó en el subte.

domingo, 20 de septiembre de 2009

DÉBORA PÉREZ VOLPIN, LA MUJER QUE DUERME CON UD.


          Una de las formas en que los medios se acercan a la gente es haciéndose eco de los problemas y vicisitudes de la vida cotidiana, a fin de que, a través de una identificación (aunque mentirosa) con el receptor del mensaje, se logre una mancomunión de voluntades que eterniza el "ida y vuelta" comunicacional y, a la vez, cierre el propósito empresario.

          Este reconocimiento amigable del estado del otro por parte del órgano creador de realidad a veces asume formas grotescas, como en el caso que hoy nos toca comentar.

          Todas las mañanas de los días "laborables", Débora Pérez Volpin conduce el programa de noticias que los habitantes de Buenos Aires que tienen trabajo ven mientras desayunan. En él se repite varias veces el pronóstico de la jornada -el meteorólogo es una de las estrellas de la emisión-, también varias veces se da cuenta del estado del tránsito en las principales avenidas de la ciudad y se legitiman minuto a minuto los diez o doce principios que la clase media quiere estables para que su vida no entre en pánico.


          Con un fondo de vida cotidiana (el estudio deja ver detrás de la escena periodística un nudo de autopista y algunos edificios porteños, aquellos en los que usted también vive), la mujer, vestida y maquillada de clase media, deja también entrever, salvando su belleza estándar de fémina común y silvestre -como su señora-, algún resabio de maternidad, sea en la sospechada flaccidez de sus mamas, sea en algunas formaciones adiposas que se escapan del talle. Débora presenta en todo mometo una apostura y a la vez una firme disposición frente a los hechos convencionales de la vida, legitimantes de lo que usted está haciendo en este momento que, sumadas ambas a su target de empleada de rango aceptada por la oficialidad, dan sustancia y cuerpo al estatus de normalidad aprobado por nuestras políticas de control social. La clase media se refleja en la imagen y en el modo de conducir de la periodista.


          Todos los sistemas de control social son complejos y se desarrollan en la clandestinidad; suponen el cercenamiento de derechos en contra de la voluntad de aquellos a quienes se dirige y siempre tienden a producir una herida, en el sentido de sacrificar costumbres en pos de la consecución de un estilo de vida fácilmente abarcable por el poder.

          Pero el caso de la elección de Débora Pérez Volpin nos muestra precisamente todo lo contrario. El canal por el que se emite el noticiero prácticamente no tiene que hacer nada para lograr una identificación plena entre el espectador y la conductora, que no habla muy distinto de todas las demás ni demuestra una cultura superior, ni posee un manejo del lenguaje más hábil que el que tendría un interlocutor cualquiera en una charla cualquiera.

          Entonces me pregunté: ¿por qué Débora Pérez Volpin es funcional a esta forma de control social? ¿Por qué "Arriba Argentinos", el programa que conduce de 7 a 9:30 de la mañana es el elegido por quienes, minutos después, deberán afrontar la tortura del subterráneo y la molicie de las oficinas porteñas, esto es, trabajadores algo calificados que, si bien han desdeñado la cultura desde hace varias décadas, tampoco toleran la ausencia de "preparación" en un profesional?


          Y la respuesta surgió en seguida: Débora Pérez Volpin tiene cara de dormida, y eso es lo que atrae a los televidentes del horario de la primera mañana. No es el contenido lo que busca la clase media; fruto de su indiscutido egoísmo, busca la identificación plena con su aquí y ahora. A la clase media no le interesan más que las cosas que pasan todos los días -de hecho, por algo cambió la biblioteca por un televisor más en cada habitación-. Débora se las dice con la misma firmeza y decisión que cuando el ama de casa reclama uno o dos pesos frente a la cajera de un supermercado. No claudica ante las injusticias nimias de todos los días -por caso, el aumento de las tarifas de gas o electricidad-, mirando firmemente la cámara del mismo modo que la clase media mira con insistencia de justo reclamante a quien ha cometido un desatino que debe ser castigado de forma ejemplar. Se alegra de lo que usted se alegra y se queja de las cosas que a Ud. le parece que hay que quejarse, cómo no.


          Pero, además, todo ello lo hace con la misma cara de dormido que Ud. está teniendo en este momento. Es más, un segmento del programa está dedicado a que Débora le quite la modorra y lo estimule para afrontar la jornada: en él, un primerísimo primer plano de su rostro de morfina lo insta a que vamos, ya sabemos cómo son las cosas, ¿por qué mejor no nos levantamos, eh, tomamos el cafecito, eh, que está rico... y bué, nos vamos a trabajar, como todos los días...? Vamos, vamos, arriba, sin quejarnos, vamos a sacar las sábanas y a salir a la vida..."

          Así la clase media, que ya viene sabiendo que a la tarde quizás llueva y a la noche despejará para dar paso al buen tiempo de mañana; que se siente a salvo porque el atraco del día sucedió a muchos kilómetros; que afirma su legalidad al conocer las ilegalidades de los demás y que participa de la decepción colectiva sobre hechos más o menos catalogados como decepcionantes en el imaginario, reforzará el sentido de todo esto porque quien se lo transmitió está tan dormida como cada uno de los telespectadores, pero ha puesto el mismo esfuerzo que ellos al servicio de la creación de plusvalía.

          Cada vez que digo este tipo de cosas, cada ocasión en la que tengo oportunidad de hacer notar que no es casual que uno de los canales de televisión que más ve la clase media hay una mujer con rictus de dormida que legitima las conductas colectivas y que esto es una forma a la vez de captación de voluntades decaídas y de control social, me dicen que estoy loco, o no me dicen nada, o me dicen cosas como "bueno, dale, tomate el café".

lunes, 14 de septiembre de 2009

MÁSCARA DEL AMOR

          Después tuvo un hijo y enloqueció, pero esa tarde de patio encendido me sonrió y estaba tomando helado; me sonrió porque la miré y una espuma de vainilla se le quedó pegada en los dientes, se dio cuenta en seguida pero no pudo enterrar la vergüenza y también se sonrojó, pero manteniendo la sonrisa con el helado de vainilla ahora salvado por la lengua que se le volvía amarilla y viscosa, pará, pará reía a los chicotazos de barquillo y el helado no se le iba y me di cuenta de que me amaba, yo podía mirar los bordes de las columnas, las chicas entre las mesas que cumplían deseos pasajeros de café bar, las cuadrículas del cucurucho ajado por su mano común, pero miré su cabezotita yo qué sé por qué y sonrió con helado adentro y me di horrorosa cuenta de que se había enamorado.

          Muchos años después tuvo un hijo y enloqueció.

viernes, 11 de septiembre de 2009

OÍDO AL PASAR - UNA MAÑANA EN EL SUBTERRÁNEO

          -Tonse lo veo que me dice "atá, atá, quedo atá".

          -Ja, ja.

          -Me lo morfaba...

          -Ja, ja.

          -"Quedo atá, mami"

          -Ja, ja, ¿y qué hiciste?

          -Y, lo pasamos atrás...

lunes, 7 de septiembre de 2009

OÍDO AL PASAR

Yo a mí si me ponés un chocolate o una pisa, yo te como la pisa y te dejo el chocolate sin comer. A mí el chocolate me gusta pero no me gusta, ¿entendés?

miércoles, 19 de agosto de 2009

EL DATO (XXIV)

  • La clase media que no ha finalizado estudios terciarios se sorprende del tratamiento de "doctor" que se dispensan los abogados. Le causa gracia la abundancia de las locuciones "doctor" y "doctora" entre abogados.

  • Lo mismo sucede con las personas de carácter autoritario, quienes, sin embargo, exponen sus títulos en la primera oportunidad que encuentran y, además, exigen su reconocimiento y la aplicación de una cuota adicional de respeto por la detentación de sus laureles de grado.

lunes, 10 de agosto de 2009

CONOCEMOS NUEVAS PALABRAS



COPROFAGIA: Tendencia de los copropietarios a comerse entre sí.

martes, 4 de agosto de 2009

SER FELIZ EN UNA CASA HERMOSA



No me pasó.

martes, 21 de julio de 2009

INSTRUCCIONES PARA HABLAR EN CORDOBÉS


          Si pertenece Ud. a la clase media porteña, no haga Ud. más el ridículo imitando el habla prevalente en la provincia de Córdoba, República Argentina. Observe las siguientes instrucciones y logrará Ud. el cordobés más fluido que ha intentado hasta ahora:

  • Agregue una vocal en la sílaba anterior a la tónica de cada palabra.

  • En el caso de monosílabos, deberá Ud. prever la palabra que les sigue. Si ésta posee en primer lugar una sílaba tónica, agregue una vocal a la última del monosílabo, como si éste y la voz consecutiva formaran una sola palabra. Si aquélla se inicia en una sílaba no acentuada, pronuncie el monosílabo normalmente y siga la regla del acápite anterior.

  • Si la palabra comienza con sílaba tónica y no se halla precedida de ningún monosílabo, agregue una vocal a esa sílaba tónica.

  • Cada vez que se indica el agregado de una vocal, ésta debe ser exactamente la misma que la última de la sílaba de referencia.

  • Reemplace el sonido "rr" por "sh".

  • Reemplace la "ll" del lenguaje escrito por el sonido "i".


          Ejemplos: No diga Ud. "Mee coomprée uunaa caasa een Miinaa Claaveeroo", como suele oírse por los barrios de Buenos Aires cuando un porteño guarda intención de vituperar a un cordobés. Diga Ud.: Me coompréuna caasa en Mina Claavero.

          No diga Ud. "Reecueerdoo quee aayeer toomaamoos maatee". Diga más bien: Yeecuerdo que aaier toomamos maate.

          No diga Ud. "Poor cuulpaa dee laa lluuviaaa, see reebaalsoó laa reejiillaa". Diga: Poor culpa de laa iúvia yebaalsó la yeejíia, y lo habrá dicho en cordobés.


Encuesta para integrantes adultos de la clase media porteña:
1.- ¿Recuerda Ud. qué es una "sílaba tónica"?
2.- ¿Recuerda Ud. qué es un monosílabo? ¿Conoce las reglas de acentuación de los monosílabos?
3.- Nombre Ud. tres ciudades de la provincia de Córdoba, a excepción de Córdoba, Villa Carlos Paz, Mina Clavero, Río Tercero, Río Cuarto y Alta Gracia.
4.- ¿Qué sonido otorga Ud. al fonema "ll"?
5.- ¿Conoce Ud. la superficie aproximada de la provincia de Córdoba?
6.- ¿Cuántos habitantes posee la ciudad de Córdoba?
7.- Sin mirar el mapa: ¿con qué provincias limita la provincia de Córdoba? ¿Cuáles se hallan al norte, al sur, al este o al oeste?

sábado, 18 de julio de 2009

NON FACIT EBRIETAS VITIA, SED PROTRAHIT


          Al parecer, mi abuelo habría sido un bebedor consuetudinario. Quizás impulsado por las nubes de su afición lo escuché afirmar, además, que si se unieran por las puntas los cigarrillos que había fumado desde los nueve años, la fila daría varias veces la vuelta al mundo. Alguna vez, heréticamente, corregí el cálculo: la hipotética línea no superaría los 60 km, pero toda la familia desechó mi aritmética a favor de la mentira que sostenían sus miembros mayores como código de pertenencia.

          Además de despertar la ira y la vergüenza de sus hijos -que se esforzaron en edificar negocios y percibir las rentas que las desvirtudes de su padre les habían negado, y por ello en las reuniones anteponían cierta gratitud obligatoria- la conducta de embriagarse o de llegar ebrio a la casa exasperaba a mi abuela, quien no dudaba en desenvolver su más acendrado autoritarismo durante los episodios de beodez, a través de la reivindicación enojosa y de la devolución áspera de cualquier requerimiento de los niños.

          La costumbre de beber fue seguida por el hijo menor, quien, además, adquirió afición por el regusto posterior a la ilegalidad; a otro de la prole le motivó el permanente deseo de huir, de modo que en cada lugar donde se asentaba precariamente, lo acompañaba el temor de aquella soledad que había conocido durante las noches de ausencia del padre; a otro le impidió moderar la tendencia a la bebida de su propio hijo, treinta años más tarde.

          A mi padre, en cambio, le acentuó la psicopatía: desplazado el tutor de su superyó, construyó una moral propia a través de la épica de sus recuerdos de desamparo, y diluyó toda su capacidad de culpa en las lágrimas que veía ensayar a su madre, luego de que el sueño del borracho diera por borda con la efectividad de los insultos nocturnos que le enrostraba.

jueves, 9 de julio de 2009

PLUSMAR QUE SAVOIR FAIRE

          En el estribo del Plusmar, un chofer controlaba la legalidad de los boletos que blandían los pasajeros. Este control consistía en decir a un ayudante -que portaba una planilla- los últimos tres números del ticket y la butaca que a él correspondía.
          Sin embargo, una sombra de irregularidad alteró la fiscalización, que hasta el momento se desarrollaba con chanzas a quienes ingresaban al ómnibus y menciones que sólo a los empleados de la empresa resultaban graciosas:

          -Señora, este boleto no es para este viaje. Fíjese que dice "19:47", y estamos saliendo a las 12 y 10.

          -Pero a mí me lo vendieron para ahora -dice la mujer, temerosa de perder el viaje por alguna negligencia suya, suya, suya.

          -Pregunte en ventanilla, señora.

          -Pero no tengo tiempo... son las 12 y 8... no llego.

          -A ver, señora, fíjese, acá dice "19:47", no es para esta hora. ¿Usted no viajaba a la tarde?

          -¿Me permite? -interrumpo, con alguna suficiencia.

          -Haga la cola, señor, por favor -ordena el chofer fiscalizador.

          -Es que se está fijando Ud. en la hora en que fue impreso el boleto. Si atiende al recuadro siguiente, verá que dice "12:10", que es la hora en que este ómnibus sale. Lo que Ud. está leyendo es la hora en que el boleto fue comprado, no la hora en que parte el coche.

          -Ah -reconoce el ineficiente. -Disculpe, señora, tiene razón. Butaca 15.

miércoles, 8 de julio de 2009

LOS IDUS DE JULIO

          El horóscopo de La Nación de hoy depara a Tauro no sólo contradicciones que lo sumirán en las más terribles de las incertidumbres, sino, además, tenebrosos augurios de inevitable apocalipsis.

          No quisiera yo hoy ser de Tauro ¡oh, fatal oráculo!; más bien, a imagen del ciego que advirtió a César la traición y los múltiples filos de su apresurada y malvenida inmortalidad, declamaré a todos los taurinos que no hayan consultado la lúgubre predicción, a pesar de la inofensiva fecha: "Los idus de julio han llegado".

          A continuación, la profecía:

          Jornada que iniciará de manera positiva con grandes satisfacciones en lo laboral, pero que se teñirá de gris hacia la noche.
          Amor: No es el día apropiado para iniciar ningún tipo de relación emocional. No fuerces situaciones de encuentro o terminarán mal.
          Riqueza: Pésimo día laboral. Tendrás la sensación de que el mundo conspira contigo. Procura no dejar los detalles de lado.
          Bienestar: Existen ciertos factores de tu personalidad con los que simplemente tendrás que lidiar de por vida. No ocultes tu personalidad sólo para encajar.


          La Nación, tú también, hija mía.

domingo, 5 de julio de 2009

CONCIENCIA DE UN FUNCIONARIO SOBRE EL SERVICIO DE JUSTICIA EN BUENOS AIRES

          Desde antes de Montesquieu sabemos que el hombre, cuya tendencia a la corrupción forma parte de su esencia, parece aumentar su degradación moral práctica a medida que detenta cargos de jerarquía funcional más altos. Por eso también parece necesario fracionar el poder del Estado en tres sectores de igual importancia institucional que, también, tengan la facultad de controlarse unos a otros.

          Cada "poder", además, cumple un servicio a la población sobre la cual ejerce sus atribuciones. Así, el Poder Ejecutivo vela por la observación de las leyes, que son creadas necesariamente por el Poder Legislativo como una actividad imperativa para la convivencia; a la vez, el Poder Judicial presta la articulación imprescindible entre los hombres y el ideal de Justicia. El Poder Judicial, quizás el estamento que concentra la mayor cantidad de intelectuales de la comunidad, proyecta la sabiduría de sus miembros, su templanza, mesura y percepción de lo digno a la edificación del Hombre en sentido pleno, a quien, ciego como debe ser y sin otro miramiento que la prosecución de aquel ideal que sin dudas algo tiene de sagrado, protege y salva de las aberraciones del poder y de los mortales.

          Aunque no parezca, todo esto viene a cuento de una peligrosa epidemia de gripe producida por un virus mutante y agravada por el invierno porteño. La enfermedad, que aparece como incontrolable ha llevado a las autoridades de la judicatura de Buenos Aires a adelantar el período de descanso de sus miembros, en principio prevista para la segunda quincena de julio, y ahora dispuesta por quince días a partir del 6.

          Hace unos días mantuve esta conversación con un funcionario del Poder Judicial de la Ciudad, cuyo sueldo es casi siete veces superior al de una persona que, en lugar de gozar como él de un descanso de un mes en verano y de dos semanas en invierno y de trabajar sólo de lunes a viernes, está obligada a cumplir una vez y media el horario del empleado público, a trabajar los sábados y a descansar sólo catorce días por año:

          -Adelantaron la feria.

          -Sí, pero yo no sé si eso está bien... -opinó el funcionario.

          -Bueno, por quince días la gente se queda en la casa, se alimenta bien, descansa, no se acumula gente en los tribunales... yo lo veo bien, quizás en ese lapso se disipe un poco la enfermedad.

          -No -replicó el gozante del empleo público -lo que yo creo es que van a tener que alargar la feria hasta fin de mes y no simplemente adelantarla. No habría que hacer nada en todo julio.

          -Pero, ¿vos creés que es tan grave la epidemia? ¿Será necesario realmente un mayor tiempo de cuarentena?

          -No, si no es por la gripe. Es por las otras complicaciones que trae el adelantamiento.

          -¿Qué complicaciones? Lo que no se hace ahora, se hará dentro de quince días. Son trámites, audiencias, no mucho más.

          -Es que está mal -explicó el beneficiario de renta pública -. ¿Vos sabés la cantidad de gente de acá que ya compró pasajes para irse la segunda quincena de julio? ¿Vos sabés la cantidad de reservas de hoteles que ya están tomadas desde hace uno, dos meses? Hay gente que ya planificó todo apenas terminó la feria de verano, ya pagó, ya todo. Tendrían que dejarse de hinchar y dar directamente todo el mes de feria y ya está...

sábado, 4 de julio de 2009

EL DATO (XXIII)



  • En el cine y en el teatro los personajes comienzan corrientemente a hablar cuando el otro deja de hacerlo. Si uno “pisa” al otro, es para interrumpirlo y porque tal superposición se encuentra prevista en el guion, a fin de lograr algún efecto. Entonces, ese otro acata iocandi causa la interrupción.

  • Ello no sucede en la “vida real”: en lo cotidiano, quien desea decir algo no espera a que el interlocutor en uso de la palabra termine de expresarse: habla, aun más intensamente, por sobre sus palabras; y a veces el interrumpido continúa manifestando lo que venía diciendo, subiendo más el volumen de su voz, de modo que, por mera diferencia estentórea, quede sentado el criterio expresado y con él la dignidad de quien lo dice.

  • Tal arremetida y desprecio contra el discurso del hablante conforma una arista más de la pérdida de la concepción del Otro como prójimo.

  • La razón más clara que sostiene esta afirmación la da el hecho de que nadie hablaría por sobre sus mismas palabras; esto es, nadie se interrumpiría para prevalecer sobre sí mismo.

miércoles, 1 de julio de 2009

ANÉCDOTA DE MI BREVE PASO POR EL EMPLEO PÚBLICO (SEMBLANZA DE UN DECADENTE)

          Me desempeñé algunos años en una oficina pública. De uno de los que allí trabajaban, bastante apreciado por todos, caí ayer en la cuenta de que podrían predicarse todas estas desvirtudes: que era vago, adúltero, bebedor, bufón, chismoso, cobarde, fanfarrón, garronero, glotón, irresponsable, malhablado, mentiroso, obsecuente, putañero, sucio, vividor, irrespetuoso, mal padre, deudor incobrable y drogadicto.

          A continuación, algunos ejemplos que ilustran estas calificaciones:

          Era vago: Decidió que su trabajo consistiría en servir café por las mañanas a determinados funcionarios y llevarles la comida al mediodía. No realizaba el resto de las tareas que le competían, a salvo llevar y traer expedientes de vez en cuando. Presumía de no hacer ningún trabajo en su casa, incluso de no haber cortado jamás el pasto de su jardín –en el que se perdían sus dos perros, a los que no daba de comer para mantenerlos “furiosos”- y de que su mujer, luego de deslomarse en un restaurante, limpiaba como una obsesiva y cocinaba como una meretriz para tenerlo contento. Sentado la mayor parte del día, la pared más cercana a su sillón de despreocupado lucía una franja marrón a la altura de la nuca, generada por las horas de mecerse en búsqueda de calmar la picazón que trae la molicie.

          Era adúltero: Cerca de los cincuenta años fue padre de un hijo natural con alguna de las mujeres con quienes engañaba a la suya. Los lunes contaba a otros de su calaña que había mantenido relaciones con ciertas damas de fácil halago que había conocido en algún café del suburbio.

          Era bebedor: Se emborrachaba prácticamente todos los días, a la salida del trabajo, generalmente pagado por algún otro ebrio. Uno de estos adláteres era un conocido funcionario de otra oficina, a quien, para hacerse pagar la beodez, adulaba y trataba de usted. De las reuniones de camaradería había que regresarlo en algún auto a la casa, porque desde la primera media hora ya no era capaz de mantenerse en pie. Una vez casi se lo lleva el tránsito de la avenida Luis María Campos, porque la cruzó borracho y diciéndole simplemente a los autos que pararan.

          Era bufón: Constantemente hacía gracias de tono subido, de viva voz y de especial sorna. Salvo a dos o tres que nos molestaba esta permanente algarabía, el resto disfrutaba de sus ocurrencias excesivas. La grosería a los gritos que practicaba le era graciosamente permitida, incluso por los funcionarios de mayor rango, que en el fondo lo consideraban un pobre tipo.

          Era chismoso: Recibía y esparcía versiones dudosas acerca de la vida privada de los que allí trabajaban. En voz muy alta preguntaba “si era verdad esto que me contaron”. De uno quiso saber si se había casado virgen; se lo preguntó borracho y en medio de un asado suculento que cierta vez se hizo pagar por un ebrio.

          Era cobarde: Las pocas veces que desempeñó alguna encomienda de responsabilidad, tuvo miedo de cometer errores. Un día perdió cien pesos que un juez le había confiado para depositar en un banco: rogó cerca del llanto que le perdonaran la mala maniobra, y aseguró que los devolvería, de viva voz, para que todos escucharan su desgracia. Otra vez debimos acompañarlo al recuento de dinero de un cajero automático, entre sollozos y quejas, porque creyó haber perdido cincuenta pesos; cuando finalizó el arqueo, se demostró que sus imaginaciones de pusilánime inservible no habían ocurrido, y la falsa alarma lo alivió; nos agradeció como si le hubiéramos donado un órgano vital.

          Era deudor incobrable: Tenía la costumbre de pedir dinero, en especial a los “nuevos”. Nunca devolvía la suma que había pedido; luego, se jactaba de haber timado al prestador. Enterado de una de estas maniobras, un funcionario que lo conocía de al menos una década atrás lo conminó en privado a que devolviese el dinero al joven a quien se lo había quitado. El desvirtuoso condescendió al reintegro, asegurando que lo hacía “por Ud., y no por ese que recién llega”.

          Era drogadicto: Aseguraba fumar marihuana a la salida del trabajo, y hacerlo también acompañado de ciertos oscuros personajes pertenecientes a la barra brava del club Deportivo Morón, como así también entre los concurrentes de un cabaret clandestino cuya fachada era la de un “café bar” común y silvestre. También se jactaba de ser cocainómano, y era apólogo del consumo de drogas en general, pues veía en ello un código de pertenencia a alguna de esas layas que entienden la transgresión y la ilegalidad como una condición de prestigio.

          Era fanfarrón: Cualquier logro mínimo que eventualmente emergía de su escasa capacidad, generaba en él un orgullo tal que lo conducía a espectacularizarlo y hacerlo saber a los gritos de satisfacción. Decía, por ejemplo, que lo aplaudieron al ingresar a un bar; que los antiguos doctores que habían desempeñado tareas en la oficina le comentaban confidencias que dejaban siempre mal parados a los nuevos funcionarios, y que se las contaban exclusivamente a él y no a otros, por obvias razones de confianza; que en el pueblo del cual venía era por todos conocidos; que con una sola cucharita había dado de tomar café a cuatro jueces en cuatro horas diferentes; que las putas de un local lo buscaban porque él sabía pagarles bien; que se había comprado un equipo de aire acondicionado y la gente lo envidiaba desde la calle en las tardes de calor bochornoso; en fin, que su esposa, jefa de cocina de un restaurante exigente, le preparaba a su orden comidas refinadas sólo para satisfacerlo, y que a la noche se ponía cariñosa, pero él la rechazaba si le daba en gana.

          Era garronero: A la manera de los héroes de la picaresca, distraía de la atención de sus dueños pequeños objetos que sólo podían ser apreciados desde un punto de vista utilitarista vulgar. A veces, directamente los pedía. Por ejemplo, un sábado que los empleados asaron un lechón, se llevó la cabeza del cerdo y seis botellas de vino. Hurtaba sobres de edulcorante del despensero común para cambiarlos por favores. Con el carnet de la obra social y unos anteojos de sol, se hacía pasar por funcionario e ingresaba a la platea de los estadios de fútbol. Daba mordiscos a la comida que los jueces se pedían en restaurantes de primera categoría. Cierta vez sonrió en forma genuflexa frente a un funcionario, mostrando así un trocito de acelga de la tarta que en aquel mismo momento le estaba sirviendo.

          Era glotón: Comía todo lo que podía. En los asados que periódicamente celebran los empleados, era el primero que empezaba a comer y beber, y el último que, ya ebrio, continuaba comiendo. Pedía a todos probar de lo que almorzaban. Comía comida de otros a escondidas. Se jactaba de que lo invitaran a pantagrueladas durante el fin de semana. Cierta vez festejábamos un cumpleaños y lo enviamos a comprar sandwichs de miga: en el camino se comió ocho.

          Era jugador deshonesto: Realizaba apuestas. Si ganaba, exigía el pago; si perdía, no pagaba.

          Era irresponsable: Si lo enviaban a realizar algún mandado, se tomaba un tiempo para ir al café. Delegaba en otros sus responsabilidades. Decidió que sus únicas responsabilidades consistían en servir café sólo a los funcionarios y comida a los jueces. Abandonaba su puesto para salir a fumar. Si su cuerpo no toleraba los excesos del fin de semana, faltaba los días lunes. Cuando se resfriaba, pedía licencia y arreglaba con el médico para que le aprobara tres días de inasistencia, sin que le importara la sobrecarga de tareas que esto importaba para sus compañeros del mismo rango. A pesar de que su sueldo era bueno, sacaba préstamos para tener más dinero en el bolsillo, aunque después tuviera que pagarlos con intereses; se veía favorecido en esto por la facilidad con que el banco oficial otorgaba créditos a los empleados públicos, quienes con sólo exhibir el recibo de sueldos ya tenían derecho a percibir una suma considerable a reintegrar en cuotas, sin más requisitos.

          Era mal padre: Al parecer tendría varios hijos diseminados por lugares que él mismo ni siquiera sospechaba, aturdido por el vértigo del coito, el alcohol y las sustancias con que se drogaba. Reconoció una hija de dos o tres años a los cincuenta y tres; quien se encargó del cuidado de la niña fue su "pareja", una señora que ya tenía más de seis hijos y a la que él llamaba "mi mujer".

          Era malhablado: No era capaz de hablar sin decir palabras groseras. Una de sus frases más célebres era “Usted es un pelotudo, perdóneme”. Si quería evacuar, avisaba: “Voy a hacer caca”. A la mujer policía que custodiaba la oficina le decía por lo bajo asquerosidades que la hacían reír. A una compañera la llamaba “conchuda”; así, por ejemplo, “a ver, conchuda, vení y explicame qué mierda quiere decir esto que hiciste”.

          Era mentiroso: Contaba hazañas dudosas. Aducía enfermedades que no tenía. Ocultaba a la mujer sus aventuras. Fingía poseer cargos que no tenía, por ejemplo, cuando un extraño venía a la oficina: llamaba a los empleados de menor rango –que, sin embargo, era más alto que el que él detentaba- haciéndose pasar por su superior. Nadie conocía verdaderamente ningún aspecto de su vida, más allá de que era empleado público.

          Era obsecuente: Su decisión de sólo servir café y comidas se dirigía a los funcionarios y a los jueces. Se arrastraba para pedir licencias. Trataba de usted a los funcionarios, aunque fueran viejísimos conocidos. Adulaba a los de alto cargo nimiedades que, de acuerdo con su estilo de vida, jamás serían para él objeto de mérito. Estaba de acuerdo con lo que decían los jefes. Hacía bufonadas delante de los jefes para que se las celebren. Si pasaba algún funcionario, y en especial un juez, rápidamente se levantaba de su reposo para demostrar prestancia y disposición. De todos modos, podía perfectamente advertirse la franja marrón que había pintado con su cabeza en la pared, de tanto rascarse la nuca sin querer utilizar las manos.

          Era parrandero: No pasaba un solo fin de semana sin que su espíritu liviano lo llevara, a sus más de cincuenta años, por la senda del alcohol, el festejo, las putas y el derroche. Tenía una inquebrantable energía para la jarana: no dejaba de hablar en sorna desde que llegaba hasta que se iba. Sus chistes eran buenísimos: al empleado más alcahuete le enrostraba haber invitado a pescar a uno de los jefes, y a la vez llevar escondidos en una bolsa peces de pescadería, con el fin de sumergirse sigilosamente en medio de la laguna y engancharlos en el anzuelo del invitado, a quien luego ponderaba su suerte, todo mojado, diciéndole “lo felicito, Doctor, qué cacho de pescado que sacó”. Una vez pedí tres empanadas para almorzar y él se las comió sin que yo pudiera evitarlo; vino hasta mi escritorio y me dijo “buena elección, eh”.

          Era putañero: Incapaz de seguir un derrotero moralmente aceptable, iba y venía de putas. A pesar de que no era bien parecido –de hecho, lo comparaban con Shreck-, las putas se acostaban con él porque nunca dejaba de pagarles. Su putañería era una subespecie de su carácter adúltero.

          Era sucio: El nudo de su corbata era más oscuro que el resto, por el roce contra su papada mugrienta. Las camisas tenían aureolas de transpiración mal lavadas. Se quitaba los zapatos cuando se sentaba en el sillón y despedía un estruendoso olor a pata. Cuando no estornudaba estrepitosamente y a propósito en la cara de alguien –por ejemplo, de la mujer policía- echaba sobre sí el contenido y se lo quitaba con la mano. Revolvía el café con el dedo. Ya se dijo que de su cabeza patinosa salía un marrón que impregnaba contra la pared la marca de su molicie.

          Addenda a que era vago: Además de todo lo que se dijo, debe hacerse notar que las más de las veces este hombre, si no gritaba groserías o hacía chistes durante toda la jornada de trabajo, se dormía en su puesto. Junto con otros sujetos de su calaña que también habían conseguido un puesto en la oficina, había organizado un sistema de avisos clandestinos que los advertía de la llegada de algún expediente copioso o de cierto grupo de funcionarios a los que habría que servirles café, o de cualquier otro evento que importara el despliegue de más esfuerzo del que tenía pensado hacer. Entonces, del mismo modo que el resto del grupo, sin que nadie lo viera, desaparecía por dos o más horas, o hasta el día siguiente. Terminaba la jornada de trabajo y se jactaba de haber servido sólo dos cafés, porque los demás no habían querido. Firmaba su salida a las cuatro de la tarde y se iba a las tres. Se descalzaba durante horas. Trataba por todos los medios que otros hagan su trabajo, excepto el de servir café. Era amigo de otros vagos que lo invitaban a otras ocasiones de ejercicio de la peor molicie.

          Como todo empleado público, esta persona cobraba –y sigue cobrando- un sueldo proveniente de la renta pública, es decir, del esfuerzo que entregan al fisco los particulares para contribuir a la realización del Bien Común.

lunes, 29 de junio de 2009

BLANDIENDO EL REGLAMENTO DESDE LA SOMBRA

          Estimo que la siguiente anécdota es representativa de muchas pobrezas que comparten los llamados "copropietarios" de mi ciudad.

          Un amigo se mudaba al 6° piso "C" de un edificio. Como no le otorgaron permiso para ausentarse en su trabajo, otro le llevó algunos muebles y bultos durante el día al nuevo departamento. Quedaron, sin embargo, algunas cosas por trasladar; entre ellas, un sillón de dos cuerpos, que mi amigo ubicó en la vereda a las siete de la tarde, luego de cumplida la jornada en la oficina.

          El vecino del 6° "A" llegó unos minutos después. Al encontrarse con el sillón en la puerta del edificio, viéndose obligado a esquivarlo, masculló algunas guturaciones que más parecían insultos que conclusiones de una meditación repentina. Venía de saco y corbata, no parecía haber transpirado en diez horas.

          Mientras no sé qué cosas le decía a la portera, me ofrecí a cargar el sillón los seis pisos, pues mi amigo no tenía a nadie que lo ayudara y, de otro modo, debería dejarlo en el hall por algunas horas, hasta conseguir el otro brazo que necesitaba para acarrearlo. Nos lo montamos al hombro y comenzamos el trabajo; uno de nuestros obstáculos fue, precisamente, ese mismo vecino, quien no dirigió su mirada más que a las luces que indicaban el recorrido del ascensor.

          Con bastante esfuerzo logramos portear el sillón al departamento. Antes de acomodarlo en la salita de estar, desde detrás de la puerta cerrada del 6° "A" llegó la protesta:

¡Las mudanzas son de ocho a doceeee!
¡De ocho a doce son!

          El acalorado vecino blandía así el Reglamento de Copropiedad desde su casa, territorio en el cual dice lo que quiere, porque para eso es mi casa, y si quiere lo dice con la puerta abierta para que lo vean, y si no, tiene toda la libertad para decirlo con la puerta cerrada y que los gritos le lleguen, porque vamos a ser claros, escuchar escuchaste.

          Esa filosofía comulga la clase media de mi ciudad.

viernes, 26 de junio de 2009

MADRE NUTRICIA


          Mi madre no sabía dar cariño explícito. Por ejemplo, no decía "te quiero", ni daba caricias. A otras personas no les manifestaba que "quería a sus hijos" ni utilizaba ninguna otra frase declamativa o amenazante del tipo: "a mí me puede pasar cualquier cosa, pero cuidado con el que toque a cualquiera de mis hijos". Mi padre, a su vez, sufría una personalidad psicopática grave y carismática. Le gustaba la buena mesa, y se vanagloriaba de que su esposa había aprendido a cocinar fogoneada por sus exigencias de marido que sostiene el hogar y pone proa hacia el progreso, como evidentemente consideraba que su núcleo familiar había progresado.

          Entonces mi madre cocinaba cada vez mejor y cada vez más variedades, y cada vez mayores volúmenes de comida. Las dotes culinarias adquiridas fueron, sin dudas, su mayor virtud, a salvo la de su tenacidad para cumplir órdenes sintiendo placer. En ese ámbito mi madre pudo desenvolverse a gusto, pues, en la cercada imposición vital que practicaba mi padre, la comida conformaba un esplendor edificado del mismo sacrificado modo que la manutención esforzada del grupo. Yo sentía afición por otros disfrutes; por ejemplo, los partidos de tenis, el fútbol y las historietas. Pero no hablábamos en la mesa de tenis, fútbol o historietas, porque a mi padre no le gustaban los deportes y había dejado de leer revistas antes de la adolescencia. Cuando mi padre se quejaba por la poca sal o el escaso esmero de un plato, mi madre se echaba la culpa usando frases de desconsuelo e insulto como "la puta que me parió", y mi padre descerrajaba otras del estilo de "encima mirala".

          A los dieciocho años tuve que cumplir con el servicio militar en la ciudad de Comodoro Rivadavia, a casi dos mil kilómetros de mi casa. En el terreno inhospitalario del desierto patagónico, compartía con otros ciento veinte desconocidos concentrados la desdicha, el destierro, el temor, las ridículas fantasías de guerra, los panes duros, los olores de genitales, la mugre, la masa, el deshonor, las duchas colectivas, las poluciones nocturnas, los insectos, la transpiración, las humillaciones, las heridas, la degradación, los gritos, el desánimo. En una de las cartas que me envió la familia -siempre escribían cartas plurales en las que primero se despachaba mi padre, luego mi madre y luego mis hermanos- mamá no supo cómo describir que ella percibía realmente mi dolor, ni cómo ese dolor le despertaba misericordia. Entonces, luego de los encabezamientos rituales, decidió nada más contarme que la noche anterior habían ido al cine con mi padre -la película se llamaba Pobre Mariposa- y que después eligieron un restaurante de preciosa decoración, con un mozo muy bien vestido que les sirvió una comida riquísima que se deshacía en la boca; había música suave y luces apagadas y la gente hablaba muy bajo; se sentían tan satisfechos, tanta era la comodidad, que sospecharon que harían bien en tomar el postre en el mismo lugar, y así pidieron una confitura de nombre estrambótico que resultó ser una especie de espuma liviana y dulcísima, con hilos de caramelo que se enredaban dichosamente en la lengua y les provocaban risa.

          Entonces no supe por qué la descripción del menú me arrancaba tantos gotones de angustia; algunas décadas más tarde me di cuenta de que a través de aquella pormenorizada crónica y bajo el velo de sus refulgentes imágenes permitidas, mi madre me estaba diciendo que añoraba albergarme nuevamente en su útero, para que yo dejara de sufrir tan solo y maltratado a dos mil kilómetros de casa, pero que de eso mi padre no tendría que enterarse.

domingo, 21 de junio de 2009

LOS PSICÓPATAS Y LOS SÁDICOS PARECEN SER NECESARIOS

          De otro modo:



          ¿Quiénes derribarían el árbol?

          ¿Quiénes practicarían cirugías?

          ¿Quiénes ejecutarían la muerte de un animal enfermo?

          ¿Quiénes amputarían?

          ¿Quiénes establecerían que, en función de los beneficios, conviene continuar prestando servicios riesgosos (por ejemplo, líneas aéreas)?

          ¿Quiénes promoverían la permanente existencia de las necesidades, a fin de que, para cubrirlas, otros miles den la vida?

          ¿Quiénes cortarían la flor?

          ¿Quiénes inocularían virus de experimentación en los monos o las ratas?

          ¿Quiénes derribarían edificios?

          ¿Quiénes matarían, cualquier ser vivo?

          ¿Quiénes exigirían el impuesto?

          ¿Quiénes pisarían el césped?

          ¿Quiénes utilizarían energías no renovables?

          ¿Quiénes montarían industrias?

          ¿Quiénes sacrificarían el presente en miras de un porvenir sólo posible?

          ¿Quiénes adoctrinarían con letra de sangre al niño díscolo?

          ¿Quiénes firmarían certificados de defunción?

          ¿Quiénes predicarían con el mal ejemplo?

          ¿Quiénes construirían ataúdes? ¿Quiénes construirían cementerios? ¿Quiénes enterrarían a los muertos?

          ¿Quiénes ejercerían la autoridad?

          ¿Quiénes manipularían sangre?

          ¿Quiénes, a través de su despotismo, habrían generado en otros la sospecha de que el hombre es digno en sí mismo?

          ¿Quiénes planearían estrategias de defensa?

          ¿Quiénes aceptarían la muerte fundada en un ideal superior a la individualidad humana?

          ¿Quiénes conducirían hacia la victoria?

          ¿Quiénes fijarían precios?

          ¿Quiénes, en fin, promoverían el progreso, entendido como el emplazamiento de lo nuevo sobre las provocadas ruinas de lo vetusto?


          Dios, que todo lo sabe, ha generado también este horroroso parche en la Historia Universal.

domingo, 14 de junio de 2009

LA CLASE MEDIA VA EN COCHE AL MUERE

          Una de las reacciones más adversas a la virtud que comulga la clase media porteña es la utilización de la bocina en el automóvil, artefacto que contemplan como una extensión de su capacidad propietaria, aun cuando lo hayan adquirido –como casi siempre- a crédito.

          La bocina –ya nadie dice claxon- conforma en verdad una herramienta de última ratio en el tránsito vehicular: su finalidad es la de advertir a otro conductor o a un peatón el peligro muy inminente de una colisión, o la de hacer saber al resto de quienes se desplazan la existencia de una situación de emergencia. Constituye, claramente, una señal sonora de alerta.

          Sin embargo, la clase media no utiliza este instrumento para alertar a nadie. Fruto del desdén por la normativa de tránsito, el conductor clasemediero impone a la bocina del automóvil un estatus que más bien la asimila a su imperdonable vocación pretendidamente didáctica por “cantar las cuarenta”, “decir cuatro verdades” o “chantar en la cara” ciertos contenidos que hacen a su edificación como estamento contestatario, aunque, desde una visión global, inofensivo.

          De este modo, a diario se escuchan bocinazos que imponen –según ordena la vigencia impura del nunca escrito código de la calle- que quien se desplaza por delante a menor velocidad, aunque ésta sea la reglamentaria, se haga a un lado para dar paso al veloz clasemediero. Cuando se produce un choque y los automóviles que participaron en él han quedado detenidos, el conductor de clase media acciona la bocina a fin de que, en virtud de algún esperado efecto mágico –reflejo de su pensamiento que prescinde de la averiguación de las causas- se despeje la vía. Si un automóvil tarda más de cinco segundos en ponerse en marcha al dar verde el semáforo, el que va por detrás le hará saber su irritación e intentará aleccionarlo mediante un bocinazo prolongado, que se extenderá aun cuando el conductor ya haya avanzado, anoticiado del retraso intolerable. En las filas de cobro de peajes, el conductor de clase media procurará que no le cobren accionando la bocina a la espera de que otros que también están en la cola lo hagan: cree que existe una norma que establece que una espera de más de cinco minutos en el peaje de cualquier autopista da derecho a que las cabinas permitan el libre y gratuito tránsito. También utiliza la bocina para despedirse luego de una reunión familiar: a este tipo de saludo parece seguir casi siempre un acelerón algo desmedido.

          A la clase media le da gracia que los hijos muy pequeños toquen la bocina del automóvil cuando se encuentra detenido y los padres se hallan en otros menesteres –por ejemplo, cargando en el baúl las bolsas de la compra en el supermercado-. Casi siempre riendo y muy pocas veces con irritación, la mujer es quien suele separar a los niños del volante.


          La clase alta no toca bocina. La clase alta parece meditar mucho más la necesidad de advenimiento de una estridencia. Su tradición reflexiva –ya que ha podido estudiar- le sugiere otras reglas de menor cuantía de bochorno: el accionamiento preciso de los frenos, la espera, el aviso telefónico de la tardanza, la impresión de velocidades que limitan lo antirreglamentario –a fin de obviar los pormenores del desplazamiento neurótico de los demás- y la permanente revisión de la mecánica del rodado, que la clase media siempre deja para cuando tenga dinero suficiente, abrevando así una vez más en su desmedido culto de la precariedad, que es sin dudas un rito de pertenencia.

          Cuando no evidencia estas prudencias, la clase alta se estrella contra muros evidentísimos o se desbarranca alcoholizada por sendas de montaña; es sorprendida por la policía conduciendo drogada o alcoholizada en extremo o sin la edad suficiente para obtener el registro; es descubierta muerta en algún convertible por un baqueano que venía siguiendo el sonido de una bocina que nunca se extinguía o fugada por diferencias familiares a pocas decenas de kilómetros del lugar de la disputa. En todos los casos, los parientes y deudos experimentan más vergüenza que conmiseración.

viernes, 1 de mayo de 2009

EL DATO (XXII)


  • En los distintos Poderes Judiciales esparcidos por el país (con jurisdicción nacional o provincial) los jueces no redactan las sentencias.

  • Los magistrados de todas las instancias, y aun los de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, encomiendan la elaboración de todos los "proyectos" -tal como llaman a los borradores de las sentencias- a funcionarios y empleados a su cargo.

  • Si bien la mayoría de los funcionarios ha estudiado Derecho, muchos de los empleados no son abogados. La modalidad recurrente es que los empleados de menor rango trabajen la mayor parte de los expedientes.

  • La tarea del juez consiste sólo en revisar si los "proyectos" de resolución contienen un discurso más o menos coherente desarrollado en estilo forense, y si quien ha elaborado el borrador olvidó algún detalle de importancia que pudiera eventualmente conformar un antecedente cuya omisión pudiera ser considerada como un grueso error por algún abogado. De acuerdo con el volumen de tareas o su desidia (por ejemplo, en los tribunales colegiados), su misión puede consistir sólo en firmar las resoluciones, sin siquiera leerlas.

  • Libres de otra responsabilidad que no sea la de cumplir cabalmente una orden del superior, los empleados a cargo de decidir materialmente la solución de un conflicto -originado nada menos que en el quebrantamiento de la ley- proyectan su vocación y sus energías más al planeamiento de tiempos de descanso o a la especulación de usos de sus sueldos que a la satisfacción de un ideal de justicia.

  • Esta característica no es más que una de las que componen el ideal de quienes forman parte de este pilar del Estado republicano. Otra es la tendencia a programar hacia el final del año los "feriados largos" del año que entra; otra, la administración de sus cuarenta y cinco días anuales de vacaciones; otra, la exclusión de su sueldo de las reglas generales sobre impuestos y contribuciones; otra, la posibilidad de obtener incontables días de licencias pagos; otra, el desprecio por los abogados y por los ciudadanos que peticionan por carriles ajenos a los intrincados reglamentos que gobiernan el estamento; otra, la liviandad con la que perciben los grandes problemas sociales (por ejemplo, el de la inclusión de los pobres); otra, la satisfacción de necesidades superfluas; otra, la vocación por temas nimios y pasatistas; otra, la omisión de todo compromiso que no se relacione con sus seis o siete horas de prestación de tareas; otra, la ausencia de solidaridad entre compañeros de trabajo; otra, la propagación de rumores de toda índole; otra, la falta de oposición a cualquier actitud del superior -aunque derive en las más injustas situaciones-; otra, el ejercicio de una profunda obsecuencia; otra, el de la más egoísta individualidad.

martes, 28 de abril de 2009

SAGA DE INCOMPETENCIAS

Episodio I: La guardia ve los colores

          En el Banco Ciudad de la Avenida Córdoba, un guardián advierte que llevo barba, cabello descuidado y un bolso, y pregunta de mala manera adónde voy.

          -Quiero convertir mi antigua cuenta de sueldos en una caja de ahorro.

          -¿Eh?

          -Que quiero hacer el trámite para que lo que antes era mi cuenta de sueldos sea ahora una caja de ahorro, porque renuncié a mi trabajo.

          -¿Vos la tarjeta magnética la tenés?

          -Sí.

          -Ah, entonces no hay problema. Andá a las cajas, pero antes sacá un número azul -dice, señalando uno de esos aparatos que contienen números de turno, que es de color azul.

          Tomo un número "azul": el 21. En un enorme panel electrónico, que cada morosos cinco minutos pita una alarma de llamado, se muestra el 53, al que corresponde la Caja 1. Es decir, tengo por delante cuarenta y siete personas hasta el 00, y veinte más: setenta y siete personas. Abro mi libro y espero una hora y cuarenta y ocho minutos. Dentro del banco hace un poco menos de calor que en la vereda; Buenos Aires se tropicaliza frente al fervor de la clase media porteña, que adora vacacionar en Brasil.En tanto pasan los tediosos minutos, temo encontrar a alguno de mis antiguos compañeros de trabajo, a los que abandoné en el goce del sueldo y en el martirio de las órdenes tiránicas de los jefes mórbidos; en el jubileo de las vacaciones pagas y en la anulación voluntaria de todas sus virtudes, a excepción de la obediencia.

          -21.

          Una cajera desprovista de todo sentimiento aguarda algún movimiento que le indique por dónde emergerá su molestia. Mientras le explico frunce la nariz y junta las cejas. Me mira como si fuera culpable.

          -Vengo a convertir mi antigua cuenta de sueldos en una caja de ahorro. Hace poco recibí una carta documento en la casa en que vivía, y por deferencia de su actual propietaria me enteré de que...

          -No -interrumpe la mujer. -Acá no es... yo lo que puedo hacer es extraer dinero o depositar dinero en su caja.

          -Pero el señor me indicó que sacara un número azul y que esperara turno en este sector.

          -No, no es acá. Es en el otro mostrador.

          -¿Los turnos del otro mostrador se cuentan con los números "amarillos"?

          -Sí, los amarillos -dijo, y en el panel electrónico chilló la alarma y se iluminó como en un apocalipsis evidentísimo el número 22.

          Tomé un número "amarillo"; esta vez el 99.

          Los turnos "amarillos" eran atendidos por una señorita desde un mostrador y por dos caballeros que invitaban a tomar asiento al cliente frente a su escritorio.

          -¿Por qué número van? -pregunto a uno de los mancebos que se dirigía a algún lugar con una carpeta flexible en la mano.

          -¿Número de qué? -retruca el requerido.

          -Número, el turno por el que van.

          -No sé; fijate en el panel electrónico -sugiere, señalando hacia arriba.

          -Pero el panel no marca los turnos "amarillos".

          -Ya te van a llamar -augura, y marcha hacia detrás de varios archiveros. En tanto, aparece una voz dulcísima:

          -¡Noventa y ocho! -que atiende al sujeto noventa y ocho durante poco menos de noventa y ocho minutos.

          -¡Noventa y nueve! -vocifera con ternura, una vez que el consultante hubo partido, y allí voy, dos horas y cuarto atrasado en mi trámite.

          Pero no tengo trabajo y tengo tiempo.


Episodio II: Trabajo Práctico número 1.000

          La organización conocida como Madres de Plaza de Mayo ha montado en Buenos Aires un centro de estudios al que ha llamado "Universidad Popular", a fin de proponer la construcción de lo que desde la institución se rotula "discurso contrahegemónico". Propicia la dotación de estatus científico a las ideas de oposición. Una de sus absurdas carreras -que otorga una licenciatura- se denomina "Capitalismo y Derechos Humanos", aprobada la cual se obtiene el título de "Licenciado en Capitalismo y Derechos Humanos". Es decir, por ejemplo, "Licenciado en Capitalismo", un disparate.

          Conozco una persona que estudia en aquellos claustros. Encallada en la resolución de una monografía, me invita a que desate el nudo gordiano de la consigna bajo la forma de tres o cuatro párrafos.

          En la Universidad de Madres de Plaza de Mayo no son proclives a la utilización cabal de los signos de puntuación, quizás por razón de que España fomentó el genocidio aborigen en Sudamérica. También son indulgentes con la ortografía de los educandos y con la de quienes elaboran los textos de estudio.

          Luego de tres horas, desentraño en menos de diez párrafos la perversión de un modelo económico que, llevado por lógicos carriles de naturaleza espuria verificada en el origen mismo de su aparición, ha consagrado deductivamente la irrupción del nazismo, al que comparan científicamente con la represión parapolicial argentina de los años '70.

          -Pusiste muchas palabras jurídicas -me reprocha la peticionaria. En seguida me viene a la memoria el hecho de que la carrera se llama, además de capitalismo, derechos humanos

          -Es que soy abogado.

          -Sí, pero no... -lamenta combativamente la muchacha.

          Entonces pienso que quizás cuestione el lenguaje jurídico como una producción intrínsecamente burguesa. Rápidamente se despejan estas elucubraciones:

          -Lo que tiene es que está demasiado perfecto. ¿No lo podrías hacer más "cable a tierra", más "que lo entienda cualquiera"?

          -Pasalo vos a palabras fáciles. Te estás por recibir de licenciada.

          -Sí, no, pero... no sé si podría... Perdón, si no lo querés hacer, no lo hagas.


Episodio III: El chocolatero del Leteo

          Frustrada mi incursión en la nueva ciencia social, el esplendor de un kiosco me sugiere ahogar el resquemor de la "demasiada perfección" en otra más glucosa. El kiosquero, de espaldas a la enrejada puerta de ingreso al local, atiende las opiniones de un comentarista deportivo, cuya cara viruelosa se ha enfocado en primerísimo primer plano.

          -Qué tal -digo tímidamente, pero no escucha. Al cabo de unos segundos me advierte, como se sospecha una mosca.

          -Hola.

          -Quisiera maní con chocolate, por favor.

          -Sabés que no sé si hay... -contesta, pensativo. Con un poco de vergüenza interrumpo sus meditaciones.

          -Bueno, podría llevar unos de esos... los Rocklets.

          -¿Éstos? -dice el kiosquero, señalando otra cosa.

          -No, no, los de la derecha.

          -Ah -deduce, yendo hacia la izquierda.

          -O si no, a ver... ¿ésos son de chocolate? -pregunto, señalando unas simpáticas bolsitas transparentes que guardan grajeas multicolores.

          -Lo que tengo para darte si querés es chocolate con maní -dice, blandiendo un paquete amarillo.

          -No, no, te pregunto por esas grajeas.

          -¿Cuáles?

          -Las que están ahí a tu izquierda.

          -Izquierda... -piensa, mientras va hacia la derecha.

          -No, mirá, al lado de los Rocklets.

          -A ver... -entonces levanta uno de los paquetes a la luz. -Creo que sí, deben ser de chocolate.

          -Entonces lo llevo... ¿cuánto es?

          -Esperá que me fijo -dice amablemente. Revuelve el paquete, que no lleva ninguna señal de precio. Busca entre los dos o tres que lo acompañaban, pero tampoco.

          -No, importa, está bien...

          -Y serán dos pesos... Dos pesos.

          Le entrego el billete, dice "gracias" y vuelve a darme la espalda, esta vez para recibir con desazón la sugerencia de comprar un masajeador para fortalecer los abdominales.

          Muerdo los confites. No son de chocolate, son de caramelo.

miércoles, 22 de abril de 2009

IMÁGENES DE UNA MAÑANA EN EL COLEGIO DE ABOGADOS


  • De las numerosas ventanillas de atención al público (abogados), sólo una corresponde a un servicio gratuito: el de la recepción y entrega de sobres de profesional a profesional. Los beneficiarios deben tener su matrícula al día; de otro modo, la organización no prestará el servicio.

  • A las doce del mediodía, la fila más numerosa de gente que espera ser atendida es la de las Cajas. Como en ninguna otra oficina de la ciudad, todas las ventanillas de este sector cuentan con un cajero dispuesto y ágil.

  • En el interior del inmueble existe un banco.

  • Muchos carteles anuncian, con letras rojas, el vencimiento del pago de la matrícula anual, $ 250.

  • Muchos otros carteles reivindican la desaparición de un organismo de recaudación previsional abogadil, al que no hay que pagarle un solo peso más.

  • Una escasa oferta de cursos y charlas de opinión jurídica irrelevante, de no más de dos horas de duración, a cargo de uno o dos expositores.

  • Voy de camisa blanca percudida y chaleco de lana, un pantalón viejo y zapatos algo gastados. Llevo el cabello más largo y descuidado que el resto, y la barba mal cortada. Al acercarme a la ventanilla correspondiente al trámite que debo realizar, la empleada pregunta con desgano "Sí, ¿qué querés?" Le informo que vengo a renovar mi matrícula profesional. Al finalizar la consulta, me despide: "Muy bien, Doctor, muchas gracias". "Gracias a vos, adiós", le contesto; y ella responde: "Por nada, Doctor, que tenga buen día".

  • Reina la limpieza y abundan los custodios pertenecientes a un servicio privado de seguridad.

  • Una mujer bizca, presumiblemente abogada, encabeza la fila de espera frente a uno de los tres ascensores modernísimos. Lleva a su hijo pequeño en un carrito. Al llegar el ascensor, realiza un movimiento lento para ingresar (quizás a fin de destrabar las ruedas del carro). Esta demora provoca el apuro reivindicatorio de una abogada vestida con muchos atributos, quien pretende ganar el lugar de la madre que entiende paralizada por su incapacidad innata, y que le hace perder tiempo. Al advertir el coche del bebé, da media vuelta y se marcha, avergonzada. La mujer ingresa al ascensor y luego lo hago yo. Antes de llegar al "Entrepiso", donde bajaría, me dice, mirándome con sus ojos bizcos: "Yo paré, pero la vi tan displacente que no sé qué iba a hacer de su vida". Sonriendo, me alegro de que abandone el ascensor, ella y su niño, toscamente arrastrados hacia el buffet de la institución.

  • La escalera de ingreso está colmada de profesionales que hablan por celular o toman algunos segundos para saludarse. Cuesta llegar a la vereda. Hacia la derecha hay una rampa de acceso para discapacitados, de unos dos metros y medio de longitud, que está despejada. Nadie la usa.

  • En el baño de caballeros, los retretes están todos ocupados.