lunes, 19 de octubre de 2009
ESTIMADO LECTOR
miércoles, 14 de octubre de 2009
EL DESEO DE LA CLASE MEDIA DE MATAR AL DELINCUENTE
" (...) la polarización de riqueza que provocó la economía globalizada deterioró gravemente a las clases medias, volviéndolas anómicas (Nota: tanto en el sentido de Emile Durkheim, pues no les sirven las normas anteriores de acceso a la riqueza, como en el de Robert Merton, porque carecen socialmente de vías legítimas para ese mismo acceso). Por eso reclaman normas, pero no saben cuáles. Son anómicos patéticos que claman por normas y en su desconcierto acaban encolumnándose detrás del discurso autoritario simplista y populachero del modelo norteamericano, que viene con el prestigio de una sociedad que envidian y admiran y que será el que permitirá un mayor control sobre estas mismas clases medias, especialmente porque son las naturales proveedores de futuros disidentes.
En general, aunque se trata de una hipótesis que sería menester investigar, pareciera que a medida que la riqueza se polariza, avanza la anomia en el sentido originario de Durkheim el discurso populachero y primitivo tiene mayor aceptación porque parece compensar la seguridad perdida a causa de la globalización; la sociedad pierde cohesión y está ávida de un discurso que se la devuelva, por primitivo, vindicativo y völkisch o populachero que sea; se cohesiona detrás de un discurso simplista que clama por la venganza lisa y llana.
Dado que el mensaje es fácilmente propagado; que se facilita desde el exterior; que es rentable para los empresarios de la comunicación social; que es funcional para el control de los excluidos; que tiene éxito entre ellos mismos; y que satisface a las clases medias en decadencia, no es raro que los políticos se apoderen de él y hasta se lo disputen. Como el político que pretende confrontar con este discurso es descalificado y marginado de su propio partido, si no lo asume por cálculo electoralista lo hará por temor, y, de este modo, por oportunismo o por miedo, se impone el discurso único del nuevo autoritarismo.
(...) ...el discurso autoritario cool latinoamericano participa del simplismo del norteamericano y, al igual que aquél, carece de todo respaldo académico y se enorgullece de ello, pues esta publicidad populachera denigra constantemente la opinión técnica jurídica y criminológica, obligando a los operadores políticos a asumir idéntico desprecio.
Tampoco es posible dotarlo de cualquier discurso coherente, pues sólo se compone de slogans o propaganda. La irracionalidad es de tal magnitud que su legitimación no puede provenir ni siquiera de groserías míticas –como Rosenberg en el nazismo-, sino que se reduce a puro mensaje publicitario con predominio de imágenes. Su técnica responde a una investigación de mercado que vende el poder punitivo como una mercancía. En la medida en que se verifica que la promoción emocional de impulsos vindicativos tiene éxito comercial, se la perfecciona. Los servicios de noticias y los formadores de opinión son los encargados de su difusión. Los especialistas que se muestran no disponen de datos empíricos serios, son opinadores libres que reiteran el discurso único. (Nota: es interesante verificar la similitud de la publicidad del sistema penal con la de los dentífricos o analgésicos: en ambas suelen presentarse personas que representan o actúan como especialistas. En otros casos, son las víctimas o sus deudos quienes asumen ese papel en los medios, como si la justicia del reclamo de un mejor servicio de seguridad otorgase los conocimientos técnicos para determinar las vías de su obtención).
(...) Por todos estos medios poco éticos o directamente criminales, se vende la ilusión de que se obtendrá mayor seguridad urbana contra el delito común sancionando leyes que repriman fuera de cualquier mesura a los pocos vulnerables y marginados que se individualizan (a menudo son débiles mentales) y aumentando la arbitrariedad policial, con lo que se legitima directa o indirectamente todo género de violencias incluso contra quienes objetan el discurso publicitario.
Con ello no sólo se magnifica la inseguridad sino que, al proclamarse la existencia de una pretendida impunidad o linidad generalizada, se lanza un metamensaje que incita publicamente a los excluidos al delito (“delincan que no pasa nada”), asumiendo el efecto de una profecía autorrealizada: el mensaje, lejos de ser indiferente a la criminalidad común, en tiempos de desempleo, exclusión social y carencia de proyectos existenciales, pasa a tener claros efectos reproductores. (Nota: se ha visto claramente en la Argentina con la publicidad desatada en torno de los secuestros. En este país, se difundió el “secuestro express” y se vulgarizó –hecho aun más grave- la idea de que el secuestro es delito “fácil” y rentable, con lo que se produjeron secuestros practicados por improvisados (los “secuestros bobos”) que acabaron con varias muertes, dado que son los más peligrosos para la vida de las víctimas).
(...) Como el estado desapoderado de los países que llevan la peor parte en la globalización no puede resolver los problemas sociales serios, sus políticos optan por simular que los resuelven o que saben cómo hacerlo, se vuelven maneristas, afectados (...). Los políticos, presos en la esencia competitiva de su actividad- dejan de buscar lo mejor para preocuparse sólo por lo que pueda transmitirse mejor y aumentar su clientela electoral.
Este autoritarismo publicitario cool presenta una frontalidad grosera, pero como carece de enemigo fijo y también de mito, es desteñido, no tiene el colorido de entreguerras ni la inventiva del biologismo racista, su histrionismo es más bien patético, su pobreza creativa es formidable, es huérfano de toda brilantez perversa, más bien tiene una horrible y deprimente opacidad perversa. En él no hay monumentos neoclásicos, científicos racionalizando, paradas ostentosas; es más bien pobre, funciona porque es poco inteligente, es elemental, no piensa y promociona una huelga del pensamiento o un pensamiento nulo, porque al menor soplo de pensamiento se implosionaría. El ejercicio del poder punitivo se ha vuelto tan irracional que no tolera siquiera un discurso académico rastrero, o sea que no tiene discurso, pues se reduce a mera publicidad.
(...) pocos se animan a contradecir la publicidad cool del discurso único y, por ende, su autoritarismo es de enorme magnitud. No se trata del estado autoritario que controla y censura los medios de comunicación, sino que la comunicación, convertida en publicidad en procura de rating, se ha vuelto autista e impone un discurso que está prohibido contradecir, incluso al propio estado, porque el único enemigo fijo que tiene es quien desprestigia la represión, que es su producto. Como toda publicidad, no reconoce otro enemigo que quien niega las bondades del producto que promociona.
En esta coyuntura los políticos optan por montarse sobre el aparato autista y sancionar leyes penales y procesales autoritarias y violatorias de principios y garantías constitucionales, prever penas desproporcionadas o que no pueden cumplirse porque exceden la vida humana, reiterar tipificaciones y agravantes en marañas antojadizas, sancionar actos preparatorios, desarticular los códigos penales, sancionar leyes penales inexplicables por presiones extranjeras, ceder a las burocracias internacionales que buscan mostrar eficacia, introducir instituciones inquisitorias, regular la prisión preventiva como pena y, en definitiva, desconcertar a los tribunales mediante la moderna legislación penal cool, sin contar con otros muchos folklorismos penales, como pretender penar por encubrimiento a los familiares de víctimas de secuestro que no denuncien o que paguen el rescate exigido.
Esta legislación constituye el capítulo más triste de la actualidad latinoamericana y el más deplorable de toda la historia de la legislación penal en la región, en que políticos intimidados por la amenaza de una publicidad negativa provocan el mayor caos legal autoritario –incomprensible e irracional- que haya tenido lugar en la historia de nuestras legislaciones penales desde la independencia.
Este período será señalado como el más degradado de la historia penal; su decadencia ni siquiera puede compararse con las legislaciones autoritarias de entreguerras, que sancionaban leyes frontalistas para propaganda y complacencia de sus autócratas, y, ni siquiera, con los momentos de legislación represiva de las frecuentes dictaduras de nuestro pasado, porque los legisladores actuales lo hacen sólo por temor a la publicidad contraria o por oportunismo, o sea que su conducta no está orientada por un autoritarismo ideológico como el fascista, el nazista o el stalinista, ni tampoco por el autoritarismo coyuntural de las dictaduras militares, sino que es simplemente cool, lo cual resulta más decadente desde la perspectiva institucional. El presente desastre autoritario no responde a ninguna ideología, porque no lo rige ninguna idea, sino que es justamente todo lo contrario: es el vacío del pensamiento."
miércoles, 7 de octubre de 2009
OÍDO AL PASAR - RITOS DE PERTENENCIA EN LA MUJER COMÚN DE HOY
-Ah...
-Igual nada, me dijo que por los tres meses dembarazo toy bien, se ve también que tenía un quistecito pero muy chiquito, dijo que no afecta para nada, así que...
-Claro...
jueves, 24 de septiembre de 2009
OÍDO AL PASAR
-No, sí, sí, sí, yo también, no hay tiempo, no se dan cuenta que trabajamos nosotras también...
domingo, 20 de septiembre de 2009
DÉBORA PÉREZ VOLPIN, LA MUJER QUE DUERME CON UD.
lunes, 14 de septiembre de 2009
MÁSCARA DEL AMOR
viernes, 11 de septiembre de 2009
OÍDO AL PASAR - UNA MAÑANA EN EL SUBTERRÁNEO
-Ja, ja.
-Me lo morfaba...
-Ja, ja.
-"Quedo atá, mami"
-Ja, ja, ¿y qué hiciste?
-Y, lo pasamos atrás...
lunes, 7 de septiembre de 2009
OÍDO AL PASAR
miércoles, 19 de agosto de 2009
EL DATO (XXIV)
- La clase media que no ha finalizado estudios terciarios se sorprende del tratamiento de "doctor" que se dispensan los abogados. Le causa gracia la abundancia de las locuciones "doctor" y "doctora" entre abogados.
- Lo mismo sucede con las personas de carácter autoritario, quienes, sin embargo, exponen sus títulos en la primera oportunidad que encuentran y, además, exigen su reconocimiento y la aplicación de una cuota adicional de respeto por la detentación de sus laureles de grado.
lunes, 10 de agosto de 2009
martes, 4 de agosto de 2009
martes, 21 de julio de 2009
INSTRUCCIONES PARA HABLAR EN CORDOBÉS
- Agregue una vocal en la sílaba anterior a la tónica de cada palabra.
- En el caso de monosílabos, deberá Ud. prever la palabra que les sigue. Si ésta posee en primer lugar una sílaba tónica, agregue una vocal a la última del monosílabo, como si éste y la voz consecutiva formaran una sola palabra. Si aquélla se inicia en una sílaba no acentuada, pronuncie el monosílabo normalmente y siga la regla del acápite anterior.
- Si la palabra comienza con sílaba tónica y no se halla precedida de ningún monosílabo, agregue una vocal a esa sílaba tónica.
- Cada vez que se indica el agregado de una vocal, ésta debe ser exactamente la misma que la última de la sílaba de referencia.
- Reemplace el sonido "rr" por "sh".
- Reemplace la "ll" del lenguaje escrito por el sonido "i".
No diga Ud. "Reecueerdoo quee aayeer toomaamoos maatee". Diga más bien: Yeecuerdo que aaier toomamos maate.
No diga Ud. "Poor cuulpaa dee laa lluuviaaa, see reebaalsoó laa reejiillaa". Diga: Poor culpa de laa iúvia yebaalsó la yeejíia, y lo habrá dicho en cordobés.
1.- ¿Recuerda Ud. qué es una "sílaba tónica"?
2.- ¿Recuerda Ud. qué es un monosílabo? ¿Conoce las reglas de acentuación de los monosílabos?
3.- Nombre Ud. tres ciudades de la provincia de Córdoba, a excepción de Córdoba, Villa Carlos Paz, Mina Clavero, Río Tercero, Río Cuarto y Alta Gracia.
4.- ¿Qué sonido otorga Ud. al fonema "ll"?
5.- ¿Conoce Ud. la superficie aproximada de la provincia de Córdoba?
6.- ¿Cuántos habitantes posee la ciudad de Córdoba?
7.- Sin mirar el mapa: ¿con qué provincias limita la provincia de Córdoba? ¿Cuáles se hallan al norte, al sur, al este o al oeste?
sábado, 18 de julio de 2009
NON FACIT EBRIETAS VITIA, SED PROTRAHIT
Al parecer, mi abuelo habría sido un bebedor consuetudinario. Quizás impulsado por las nubes de su afición lo escuché afirmar, además, que si se unieran por las puntas los cigarrillos que había fumado desde los nueve años, la fila daría varias veces la vuelta al mundo. Alguna vez, heréticamente, corregí el cálculo: la hipotética línea no superaría los 60 km, pero toda la familia desechó mi aritmética a favor de la mentira que sostenían sus miembros mayores como código de pertenencia.
jueves, 9 de julio de 2009
PLUSMAR QUE SAVOIR FAIRE
Sin embargo, una sombra de irregularidad alteró la fiscalización, que hasta el momento se desarrollaba con chanzas a quienes ingresaban al ómnibus y menciones que sólo a los empleados de la empresa resultaban graciosas:
-Señora, este boleto no es para este viaje. Fíjese que dice "19:47", y estamos saliendo a las 12 y 10.
-Pero a mí me lo vendieron para ahora -dice la mujer, temerosa de perder el viaje por alguna negligencia suya, suya, suya.
-Pregunte en ventanilla, señora.
-Pero no tengo tiempo... son las 12 y 8... no llego.
-A ver, señora, fíjese, acá dice "19:47", no es para esta hora. ¿Usted no viajaba a la tarde?
-¿Me permite? -interrumpo, con alguna suficiencia.
-Haga la cola, señor, por favor -ordena el chofer fiscalizador.
-Es que se está fijando Ud. en la hora en que fue impreso el boleto. Si atiende al recuadro siguiente, verá que dice "12:10", que es la hora en que este ómnibus sale. Lo que Ud. está leyendo es la hora en que el boleto fue comprado, no la hora en que parte el coche.
-Ah -reconoce el ineficiente. -Disculpe, señora, tiene razón. Butaca 15.
miércoles, 8 de julio de 2009
LOS IDUS DE JULIO
No quisiera yo hoy ser de Tauro ¡oh, fatal oráculo!; más bien, a imagen del ciego que advirtió a César la traición y los múltiples filos de su apresurada y malvenida inmortalidad, declamaré a todos los taurinos que no hayan consultado la lúgubre predicción, a pesar de la inofensiva fecha: "Los idus de julio han llegado".
A continuación, la profecía:
Jornada que iniciará de manera positiva con grandes satisfacciones en lo laboral, pero que se teñirá de gris hacia la noche.
Amor: No es el día apropiado para iniciar ningún tipo de relación emocional. No fuerces situaciones de encuentro o terminarán mal.
Riqueza: Pésimo día laboral. Tendrás la sensación de que el mundo conspira contigo. Procura no dejar los detalles de lado.
Bienestar: Existen ciertos factores de tu personalidad con los que simplemente tendrás que lidiar de por vida. No ocultes tu personalidad sólo para encajar.
La Nación, tú también, hija mía.
domingo, 5 de julio de 2009
CONCIENCIA DE UN FUNCIONARIO SOBRE EL SERVICIO DE JUSTICIA EN BUENOS AIRES
sábado, 4 de julio de 2009
EL DATO (XXIII)
- En el cine y en el teatro los personajes comienzan corrientemente a hablar cuando el otro deja de hacerlo. Si uno “pisa” al otro, es para interrumpirlo y porque tal superposición se encuentra prevista en el guion, a fin de lograr algún efecto. Entonces, ese otro acata iocandi causa la interrupción.
- Ello no sucede en la “vida real”: en lo cotidiano, quien desea decir algo no espera a que el interlocutor en uso de la palabra termine de expresarse: habla, aun más intensamente, por sobre sus palabras; y a veces el interrumpido continúa manifestando lo que venía diciendo, subiendo más el volumen de su voz, de modo que, por mera diferencia estentórea, quede sentado el criterio expresado y con él la dignidad de quien lo dice.
- Tal arremetida y desprecio contra el discurso del hablante conforma una arista más de la pérdida de la concepción del Otro como prójimo.
- La razón más clara que sostiene esta afirmación la da el hecho de que nadie hablaría por sobre sus mismas palabras; esto es, nadie se interrumpiría para prevalecer sobre sí mismo.
miércoles, 1 de julio de 2009
ANÉCDOTA DE MI BREVE PASO POR EL EMPLEO PÚBLICO (SEMBLANZA DE UN DECADENTE)
Me desempeñé algunos años en una oficina pública. De uno de los que allí trabajaban, bastante apreciado por todos, caí ayer en la cuenta de que podrían predicarse todas estas desvirtudes: que era vago, adúltero, bebedor, bufón, chismoso, cobarde, fanfarrón, garronero, glotón, irresponsable, malhablado, mentiroso, obsecuente, putañero, sucio, vividor, irrespetuoso, mal padre, deudor incobrable y drogadicto.
A continuación, algunos ejemplos que ilustran estas calificaciones:
Era vago: Decidió que su trabajo consistiría en servir café por las mañanas a determinados funcionarios y llevarles la comida al mediodía. No realizaba el resto de las tareas que le competían, a salvo llevar y traer expedientes de vez en cuando. Presumía de no hacer ningún trabajo en su casa, incluso de no haber cortado jamás el pasto de su jardín –en el que se perdían sus dos perros, a los que no daba de comer para mantenerlos “furiosos”- y de que su mujer, luego de deslomarse en un restaurante, limpiaba como una obsesiva y cocinaba como una meretriz para tenerlo contento. Sentado la mayor parte del día, la pared más cercana a su sillón de despreocupado lucía una franja marrón a la altura de la nuca, generada por las horas de mecerse en búsqueda de calmar la picazón que trae la molicie.
Era adúltero: Cerca de los cincuenta años fue padre de un hijo natural con alguna de las mujeres con quienes engañaba a la suya. Los lunes contaba a otros de su calaña que había mantenido relaciones con ciertas damas de fácil halago que había conocido en algún café del suburbio.
Era bebedor: Se emborrachaba prácticamente todos los días, a la salida del trabajo, generalmente pagado por algún otro ebrio. Uno de estos adláteres era un conocido funcionario de otra oficina, a quien, para hacerse pagar la beodez, adulaba y trataba de usted. De las reuniones de camaradería había que regresarlo en algún auto a la casa, porque desde la primera media hora ya no era capaz de mantenerse en pie. Una vez casi se lo lleva el tránsito de la avenida Luis María Campos, porque la cruzó borracho y diciéndole simplemente a los autos que pararan.
Era bufón: Constantemente hacía gracias de tono subido, de viva voz y de especial sorna. Salvo a dos o tres que nos molestaba esta permanente algarabía, el resto disfrutaba de sus ocurrencias excesivas. La grosería a los gritos que practicaba le era graciosamente permitida, incluso por los funcionarios de mayor rango, que en el fondo lo consideraban un pobre tipo.
Era chismoso: Recibía y esparcía versiones dudosas acerca de la vida privada de los que allí trabajaban. En voz muy alta preguntaba “si era verdad esto que me contaron”. De uno quiso saber si se había casado virgen; se lo preguntó borracho y en medio de un asado suculento que cierta vez se hizo pagar por un ebrio.
Era cobarde: Las pocas veces que desempeñó alguna encomienda de responsabilidad, tuvo miedo de cometer errores. Un día perdió cien pesos que un juez le había confiado para depositar en un banco: rogó cerca del llanto que le perdonaran la mala maniobra, y aseguró que los devolvería, de viva voz, para que todos escucharan su desgracia. Otra vez debimos acompañarlo al recuento de dinero de un cajero automático, entre sollozos y quejas, porque creyó haber perdido cincuenta pesos; cuando finalizó el arqueo, se demostró que sus imaginaciones de pusilánime inservible no habían ocurrido, y la falsa alarma lo alivió; nos agradeció como si le hubiéramos donado un órgano vital.
Era deudor incobrable: Tenía la costumbre de pedir dinero, en especial a los “nuevos”. Nunca devolvía la suma que había pedido; luego, se jactaba de haber timado al prestador. Enterado de una de estas maniobras, un funcionario que lo conocía de al menos una década atrás lo conminó en privado a que devolviese el dinero al joven a quien se lo había quitado. El desvirtuoso condescendió al reintegro, asegurando que lo hacía “por Ud., y no por ese que recién llega”.
Era drogadicto: Aseguraba fumar marihuana a la salida del trabajo, y hacerlo también acompañado de ciertos oscuros personajes pertenecientes a la barra brava del club Deportivo Morón, como así también entre los concurrentes de un cabaret clandestino cuya fachada era la de un “café bar” común y silvestre. También se jactaba de ser cocainómano, y era apólogo del consumo de drogas en general, pues veía en ello un código de pertenencia a alguna de esas layas que entienden la transgresión y la ilegalidad como una condición de prestigio.
Era fanfarrón: Cualquier logro mínimo que eventualmente emergía de su escasa capacidad, generaba en él un orgullo tal que lo conducía a espectacularizarlo y hacerlo saber a los gritos de satisfacción. Decía, por ejemplo, que lo aplaudieron al ingresar a un bar; que los antiguos doctores que habían desempeñado tareas en la oficina le comentaban confidencias que dejaban siempre mal parados a los nuevos funcionarios, y que se las contaban exclusivamente a él y no a otros, por obvias razones de confianza; que en el pueblo del cual venía era por todos conocidos; que con una sola cucharita había dado de tomar café a cuatro jueces en cuatro horas diferentes; que las putas de un local lo buscaban porque él sabía pagarles bien; que se había comprado un equipo de aire acondicionado y la gente lo envidiaba desde la calle en las tardes de calor bochornoso; en fin, que su esposa, jefa de cocina de un restaurante exigente, le preparaba a su orden comidas refinadas sólo para satisfacerlo, y que a la noche se ponía cariñosa, pero él la rechazaba si le daba en gana.
Era garronero: A la manera de los héroes de la picaresca, distraía de la atención de sus dueños pequeños objetos que sólo podían ser apreciados desde un punto de vista utilitarista vulgar. A veces, directamente los pedía. Por ejemplo, un sábado que los empleados asaron un lechón, se llevó la cabeza del cerdo y seis botellas de vino. Hurtaba sobres de edulcorante del despensero común para cambiarlos por favores. Con el carnet de la obra social y unos anteojos de sol, se hacía pasar por funcionario e ingresaba a la platea de los estadios de fútbol. Daba mordiscos a la comida que los jueces se pedían en restaurantes de primera categoría. Cierta vez sonrió en forma genuflexa frente a un funcionario, mostrando así un trocito de acelga de la tarta que en aquel mismo momento le estaba sirviendo.
Era glotón: Comía todo lo que podía. En los asados que periódicamente celebran los empleados, era el primero que empezaba a comer y beber, y el último que, ya ebrio, continuaba comiendo. Pedía a todos probar de lo que almorzaban. Comía comida de otros a escondidas. Se jactaba de que lo invitaran a pantagrueladas durante el fin de semana. Cierta vez festejábamos un cumpleaños y lo enviamos a comprar sandwichs de miga: en el camino se comió ocho.
Era jugador deshonesto: Realizaba apuestas. Si ganaba, exigía el pago; si perdía, no pagaba.
Era irresponsable: Si lo enviaban a realizar algún mandado, se tomaba un tiempo para ir al café. Delegaba en otros sus responsabilidades. Decidió que sus únicas responsabilidades consistían en servir café sólo a los funcionarios y comida a los jueces. Abandonaba su puesto para salir a fumar. Si su cuerpo no toleraba los excesos del fin de semana, faltaba los días lunes. Cuando se resfriaba, pedía licencia y arreglaba con el médico para que le aprobara tres días de inasistencia, sin que le importara la sobrecarga de tareas que esto importaba para sus compañeros del mismo rango. A pesar de que su sueldo era bueno, sacaba préstamos para tener más dinero en el bolsillo, aunque después tuviera que pagarlos con intereses; se veía favorecido en esto por la facilidad con que el banco oficial otorgaba créditos a los empleados públicos, quienes con sólo exhibir el recibo de sueldos ya tenían derecho a percibir una suma considerable a reintegrar en cuotas, sin más requisitos.
Era mal padre: Al parecer tendría varios hijos diseminados por lugares que él mismo ni siquiera sospechaba, aturdido por el vértigo del coito, el alcohol y las sustancias con que se drogaba. Reconoció una hija de dos o tres años a los cincuenta y tres; quien se encargó del cuidado de la niña fue su "pareja", una señora que ya tenía más de seis hijos y a la que él llamaba "mi mujer".
Era malhablado: No era capaz de hablar sin decir palabras groseras. Una de sus frases más célebres era “Usted es un pelotudo, perdóneme”. Si quería evacuar, avisaba: “Voy a hacer caca”. A la mujer policía que custodiaba la oficina le decía por lo bajo asquerosidades que la hacían reír. A una compañera la llamaba “conchuda”; así, por ejemplo, “a ver, conchuda, vení y explicame qué mierda quiere decir esto que hiciste”.
Era mentiroso: Contaba hazañas dudosas. Aducía enfermedades que no tenía. Ocultaba a la mujer sus aventuras. Fingía poseer cargos que no tenía, por ejemplo, cuando un extraño venía a la oficina: llamaba a los empleados de menor rango –que, sin embargo, era más alto que el que él detentaba- haciéndose pasar por su superior. Nadie conocía verdaderamente ningún aspecto de su vida, más allá de que era empleado público.
Era obsecuente: Su decisión de sólo servir café y comidas se dirigía a los funcionarios y a los jueces. Se arrastraba para pedir licencias. Trataba de usted a los funcionarios, aunque fueran viejísimos conocidos. Adulaba a los de alto cargo nimiedades que, de acuerdo con su estilo de vida, jamás serían para él objeto de mérito. Estaba de acuerdo con lo que decían los jefes. Hacía bufonadas delante de los jefes para que se las celebren. Si pasaba algún funcionario, y en especial un juez, rápidamente se levantaba de su reposo para demostrar prestancia y disposición. De todos modos, podía perfectamente advertirse la franja marrón que había pintado con su cabeza en la pared, de tanto rascarse la nuca sin querer utilizar las manos.
Era parrandero: No pasaba un solo fin de semana sin que su espíritu liviano lo llevara, a sus más de cincuenta años, por la senda del alcohol, el festejo, las putas y el derroche. Tenía una inquebrantable energía para la jarana: no dejaba de hablar en sorna desde que llegaba hasta que se iba. Sus chistes eran buenísimos: al empleado más alcahuete le enrostraba haber invitado a pescar a uno de los jefes, y a la vez llevar escondidos en una bolsa peces de pescadería, con el fin de sumergirse sigilosamente en medio de la laguna y engancharlos en el anzuelo del invitado, a quien luego ponderaba su suerte, todo mojado, diciéndole “lo felicito, Doctor, qué cacho de pescado que sacó”. Una vez pedí tres empanadas para almorzar y él se las comió sin que yo pudiera evitarlo; vino hasta mi escritorio y me dijo “buena elección, eh”.
Era putañero: Incapaz de seguir un derrotero moralmente aceptable, iba y venía de putas. A pesar de que no era bien parecido –de hecho, lo comparaban con Shreck-, las putas se acostaban con él porque nunca dejaba de pagarles. Su putañería era una subespecie de su carácter adúltero.
Era sucio: El nudo de su corbata era más oscuro que el resto, por el roce contra su papada mugrienta. Las camisas tenían aureolas de transpiración mal lavadas. Se quitaba los zapatos cuando se sentaba en el sillón y despedía un estruendoso olor a pata. Cuando no estornudaba estrepitosamente y a propósito en la cara de alguien –por ejemplo, de la mujer policía- echaba sobre sí el contenido y se lo quitaba con la mano. Revolvía el café con el dedo. Ya se dijo que de su cabeza patinosa salía un marrón que impregnaba contra la pared la marca de su molicie.
Addenda a que era vago: Además de todo lo que se dijo, debe hacerse notar que las más de las veces este hombre, si no gritaba groserías o hacía chistes durante toda la jornada de trabajo, se dormía en su puesto. Junto con otros sujetos de su calaña que también habían conseguido un puesto en la oficina, había organizado un sistema de avisos clandestinos que los advertía de la llegada de algún expediente copioso o de cierto grupo de funcionarios a los que habría que servirles café, o de cualquier otro evento que importara el despliegue de más esfuerzo del que tenía pensado hacer. Entonces, del mismo modo que el resto del grupo, sin que nadie lo viera, desaparecía por dos o más horas, o hasta el día siguiente. Terminaba la jornada de trabajo y se jactaba de haber servido sólo dos cafés, porque los demás no habían querido. Firmaba su salida a las cuatro de la tarde y se iba a las tres. Se descalzaba durante horas. Trataba por todos los medios que otros hagan su trabajo, excepto el de servir café. Era amigo de otros vagos que lo invitaban a otras ocasiones de ejercicio de la peor molicie.
Como todo empleado público, esta persona cobraba –y sigue cobrando- un sueldo proveniente de la renta pública, es decir, del esfuerzo que entregan al fisco los particulares para contribuir a la realización del Bien Común.
lunes, 29 de junio de 2009
BLANDIENDO EL REGLAMENTO DESDE LA SOMBRA
Esa filosofía comulga la clase media de mi ciudad.
viernes, 26 de junio de 2009
MADRE NUTRICIA
domingo, 21 de junio de 2009
LOS PSICÓPATAS Y LOS SÁDICOS PARECEN SER NECESARIOS
¿Quiénes derribarían el árbol?
¿Quiénes practicarían cirugías?
¿Quiénes ejecutarían la muerte de un animal enfermo?
¿Quiénes amputarían?
¿Quiénes establecerían que, en función de los beneficios, conviene continuar prestando servicios riesgosos (por ejemplo, líneas aéreas)?
¿Quiénes promoverían la permanente existencia de las necesidades, a fin de que, para cubrirlas, otros miles den la vida?
¿Quiénes cortarían la flor?
¿Quiénes inocularían virus de experimentación en los monos o las ratas?
¿Quiénes derribarían edificios?
¿Quiénes matarían, cualquier ser vivo?
¿Quiénes exigirían el impuesto?
¿Quiénes pisarían el césped?
¿Quiénes utilizarían energías no renovables?
¿Quiénes montarían industrias?
¿Quiénes sacrificarían el presente en miras de un porvenir sólo posible?
¿Quiénes adoctrinarían con letra de sangre al niño díscolo?
¿Quiénes firmarían certificados de defunción?
¿Quiénes predicarían con el mal ejemplo?
¿Quiénes construirían ataúdes? ¿Quiénes construirían cementerios? ¿Quiénes enterrarían a los muertos?
¿Quiénes ejercerían la autoridad?
¿Quiénes manipularían sangre?
¿Quiénes, a través de su despotismo, habrían generado en otros la sospecha de que el hombre es digno en sí mismo?
¿Quiénes planearían estrategias de defensa?
¿Quiénes aceptarían la muerte fundada en un ideal superior a la individualidad humana?
¿Quiénes conducirían hacia la victoria?
¿Quiénes fijarían precios?
¿Quiénes, en fin, promoverían el progreso, entendido como el emplazamiento de lo nuevo sobre las provocadas ruinas de lo vetusto?
Dios, que todo lo sabe, ha generado también este horroroso parche en la Historia Universal.
domingo, 14 de junio de 2009
LA CLASE MEDIA VA EN COCHE AL MUERE
La bocina –ya nadie dice claxon- conforma en verdad una herramienta de última ratio en el tránsito vehicular: su finalidad es la de advertir a otro conductor o a un peatón el peligro muy inminente de una colisión, o la de hacer saber al resto de quienes se desplazan la existencia de una situación de emergencia. Constituye, claramente, una señal sonora de alerta.
Sin embargo, la clase media no utiliza este instrumento para alertar a nadie. Fruto del desdén por la normativa de tránsito, el conductor clasemediero impone a la bocina del automóvil un estatus que más bien la asimila a su imperdonable vocación pretendidamente didáctica por “cantar las cuarenta”, “decir cuatro verdades” o “chantar en la cara” ciertos contenidos que hacen a su edificación como estamento contestatario, aunque, desde una visión global, inofensivo.
De este modo, a diario se escuchan bocinazos que imponen –según ordena la vigencia impura del nunca escrito código de la calle- que quien se desplaza por delante a menor velocidad, aunque ésta sea la reglamentaria, se haga a un lado para dar paso al veloz clasemediero. Cuando se produce un choque y los automóviles que participaron en él han quedado detenidos, el conductor de clase media acciona la bocina a fin de que, en virtud de algún esperado efecto mágico –reflejo de su pensamiento que prescinde de la averiguación de las causas- se despeje la vía. Si un automóvil tarda más de cinco segundos en ponerse en marcha al dar verde el semáforo, el que va por detrás le hará saber su irritación e intentará aleccionarlo mediante un bocinazo prolongado, que se extenderá aun cuando el conductor ya haya avanzado, anoticiado del retraso intolerable. En las filas de cobro de peajes, el conductor de clase media procurará que no le cobren accionando la bocina a la espera de que otros que también están en la cola lo hagan: cree que existe una norma que establece que una espera de más de cinco minutos en el peaje de cualquier autopista da derecho a que las cabinas permitan el libre y gratuito tránsito. También utiliza la bocina para despedirse luego de una reunión familiar: a este tipo de saludo parece seguir casi siempre un acelerón algo desmedido.
A la clase media le da gracia que los hijos muy pequeños toquen la bocina del automóvil cuando se encuentra detenido y los padres se hallan en otros menesteres –por ejemplo, cargando en el baúl las bolsas de la compra en el supermercado-. Casi siempre riendo y muy pocas veces con irritación, la mujer es quien suele separar a los niños del volante.
La clase alta no toca bocina. La clase alta parece meditar mucho más la necesidad de advenimiento de una estridencia. Su tradición reflexiva –ya que ha podido estudiar- le sugiere otras reglas de menor cuantía de bochorno: el accionamiento preciso de los frenos, la espera, el aviso telefónico de la tardanza, la impresión de velocidades que limitan lo antirreglamentario –a fin de obviar los pormenores del desplazamiento neurótico de los demás- y la permanente revisión de la mecánica del rodado, que la clase media siempre deja para cuando tenga dinero suficiente, abrevando así una vez más en su desmedido culto de la precariedad, que es sin dudas un rito de pertenencia.
Cuando no evidencia estas prudencias, la clase alta se estrella contra muros evidentísimos o se desbarranca alcoholizada por sendas de montaña; es sorprendida por la policía conduciendo drogada o alcoholizada en extremo o sin la edad suficiente para obtener el registro; es descubierta muerta en algún convertible por un baqueano que venía siguiendo el sonido de una bocina que nunca se extinguía o fugada por diferencias familiares a pocas decenas de kilómetros del lugar de la disputa. En todos los casos, los parientes y deudos experimentan más vergüenza que conmiseración.
viernes, 1 de mayo de 2009
EL DATO (XXII)
- En los distintos Poderes Judiciales esparcidos por el país (con jurisdicción nacional o provincial) los jueces no redactan las sentencias.
- Los magistrados de todas las instancias, y aun los de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, encomiendan la elaboración de todos los "proyectos" -tal como llaman a los borradores de las sentencias- a funcionarios y empleados a su cargo.
- Si bien la mayoría de los funcionarios ha estudiado Derecho, muchos de los empleados no son abogados. La modalidad recurrente es que los empleados de menor rango trabajen la mayor parte de los expedientes.
- La tarea del juez consiste sólo en revisar si los "proyectos" de resolución contienen un discurso más o menos coherente desarrollado en estilo forense, y si quien ha elaborado el borrador olvidó algún detalle de importancia que pudiera eventualmente conformar un antecedente cuya omisión pudiera ser considerada como un grueso error por algún abogado. De acuerdo con el volumen de tareas o su desidia (por ejemplo, en los tribunales colegiados), su misión puede consistir sólo en firmar las resoluciones, sin siquiera leerlas.
- Libres de otra responsabilidad que no sea la de cumplir cabalmente una orden del superior, los empleados a cargo de decidir materialmente la solución de un conflicto -originado nada menos que en el quebrantamiento de la ley- proyectan su vocación y sus energías más al planeamiento de tiempos de descanso o a la especulación de usos de sus sueldos que a la satisfacción de un ideal de justicia.
- Esta característica no es más que una de las que componen el ideal de quienes forman parte de este pilar del Estado republicano. Otra es la tendencia a programar hacia el final del año los "feriados largos" del año que entra; otra, la administración de sus cuarenta y cinco días anuales de vacaciones; otra, la exclusión de su sueldo de las reglas generales sobre impuestos y contribuciones; otra, la posibilidad de obtener incontables días de licencias pagos; otra, el desprecio por los abogados y por los ciudadanos que peticionan por carriles ajenos a los intrincados reglamentos que gobiernan el estamento; otra, la liviandad con la que perciben los grandes problemas sociales (por ejemplo, el de la inclusión de los pobres); otra, la satisfacción de necesidades superfluas; otra, la vocación por temas nimios y pasatistas; otra, la omisión de todo compromiso que no se relacione con sus seis o siete horas de prestación de tareas; otra, la ausencia de solidaridad entre compañeros de trabajo; otra, la propagación de rumores de toda índole; otra, la falta de oposición a cualquier actitud del superior -aunque derive en las más injustas situaciones-; otra, el ejercicio de una profunda obsecuencia; otra, el de la más egoísta individualidad.
martes, 28 de abril de 2009
SAGA DE INCOMPETENCIAS
miércoles, 22 de abril de 2009
IMÁGENES DE UNA MAÑANA EN EL COLEGIO DE ABOGADOS
- De las numerosas ventanillas de atención al público (abogados), sólo una corresponde a un servicio gratuito: el de la recepción y entrega de sobres de profesional a profesional. Los beneficiarios deben tener su matrícula al día; de otro modo, la organización no prestará el servicio.
- A las doce del mediodía, la fila más numerosa de gente que espera ser atendida es la de las Cajas. Como en ninguna otra oficina de la ciudad, todas las ventanillas de este sector cuentan con un cajero dispuesto y ágil.
- En el interior del inmueble existe un banco.
- Muchos carteles anuncian, con letras rojas, el vencimiento del pago de la matrícula anual, $ 250.
- Muchos otros carteles reivindican la desaparición de un organismo de recaudación previsional abogadil, al que no hay que pagarle un solo peso más.
- Una escasa oferta de cursos y charlas de opinión jurídica irrelevante, de no más de dos horas de duración, a cargo de uno o dos expositores.
- Voy de camisa blanca percudida y chaleco de lana, un pantalón viejo y zapatos algo gastados. Llevo el cabello más largo y descuidado que el resto, y la barba mal cortada. Al acercarme a la ventanilla correspondiente al trámite que debo realizar, la empleada pregunta con desgano "Sí, ¿qué querés?" Le informo que vengo a renovar mi matrícula profesional. Al finalizar la consulta, me despide: "Muy bien, Doctor, muchas gracias". "Gracias a vos, adiós", le contesto; y ella responde: "Por nada, Doctor, que tenga buen día".
- Reina la limpieza y abundan los custodios pertenecientes a un servicio privado de seguridad.
- Una mujer bizca, presumiblemente abogada, encabeza la fila de espera frente a uno de los tres ascensores modernísimos. Lleva a su hijo pequeño en un carrito. Al llegar el ascensor, realiza un movimiento lento para ingresar (quizás a fin de destrabar las ruedas del carro). Esta demora provoca el apuro reivindicatorio de una abogada vestida con muchos atributos, quien pretende ganar el lugar de la madre que entiende paralizada por su incapacidad innata, y que le hace perder tiempo. Al advertir el coche del bebé, da media vuelta y se marcha, avergonzada. La mujer ingresa al ascensor y luego lo hago yo. Antes de llegar al "Entrepiso", donde bajaría, me dice, mirándome con sus ojos bizcos: "Yo paré, pero la vi tan displacente que no sé qué iba a hacer de su vida". Sonriendo, me alegro de que abandone el ascensor, ella y su niño, toscamente arrastrados hacia el buffet de la institución.
- La escalera de ingreso está colmada de profesionales que hablan por celular o toman algunos segundos para saludarse. Cuesta llegar a la vereda. Hacia la derecha hay una rampa de acceso para discapacitados, de unos dos metros y medio de longitud, que está despejada. Nadie la usa.
- En el baño de caballeros, los retretes están todos ocupados.