miércoles, 30 de julio de 2008

EMMANUELLE BÉART



L’ autre, qui tenait celui-ci étroitement embrassé, était un squelette d’ homme. On remarqua qu’ il avait la colonne vertébrale déviée, la tête dans les omoplates, et une jambe plus courte que l’autre. Il n’avait d’ailleurs aucune rupture de vertèbre à la nuque, et il était évident qu’il n’avait pas été pendu. L`homme auquel il avait appartenu était donc venu là, et il y était mort. Quand on voulut le détacher du squelette qu’ il embrassait, il tomba en poussière.

martes, 29 de julio de 2008

CLASE MEDIA HASTA LA MUERTE




Yo no me voy a gastar setenta mil pesos en una revista que después la dejás tirada por ahí.






A mí me fundaron de casualidad familiar media vez
de domingo lleno de comida
de mujer porque el marido corresponde y quiero
una casa para todos para ella también
ustedes han visto que los tatarabuelos se pierden en la historia
no subieron a los barcos se murieron de hambre se murieron de envidia
no hablaban castellano hablaban toscano hablaban ruso calabrés
no sabían esto no sabían lo otro no sabían nada eran sabios más que vos
igual morí en cada reivindicación
nací en cada reivindicación conmigo
vengo naciendo desde que decime sos tarado
sos tarado vos
eh decime ¿sos tarado? ¿no ves?

a mi abuelo más histórico lo hacían meter las patas en el barro en Italia en Ucrania
en Nápoles en Rusia en Polonia en chacras destruidas y secas de Nápoles
se casaban tenían hijos los maltrataban
a vos te tratamos mejor manteca dulce galletitas
vacaciones zapatillas hasta las sábanas son mías
y bueno soy de clase media.

Mamá no es que haga caso, no es que haga lo que yo digo
hace lo que yo digo porque es lo que hay que hacer no porque yo lo diga
igual no dice nada porque después de que yo digo no hay nada más que decir
y si llora es por tu culpa por tu culpa por tu gran culpa
no ves cómo llora
no ves cómo se desloma cómo sigue llorando
mamá llora llora llora llora llora
papá cuenta hasta tres y mamá llora y después se ríe
y bueno soy de clase media

ma pero qué clase de hijo sos vos que todos tus amigos son unos tarados
que tocan el timbre cuando tu padre y tu madre duermen
que todos tienen los padres separados
que no saben lo que es un domingo la mesa la abuela
me da asco sentarme en la tabla del baño después de que fue el asqueroso de
y la otra zoncita la otra tarada reteniendo la t
la otra ttarada tttarada ttttarada diría más esttttúppida
porque es una esttttúppida una ttarada una ttaraddita
igual que los padres separados que en este momento deben estar revolcándose
revolcccándose y los tttarados en la calle
mientras los padres se revuelcan que no les imppportta nnada de nnadda
y tu madre tu padre tu padre tu padre tttrabajando y tu madre llorando
y bueno soy de clase media.

Así que no pidás Asterix Obelix cincuenta setenta mil pesos
en premio a qué
en premio a qué te merecés en merecimiento a qué
¿a que hacés llorar a tu madre? a mí qué me importa yo ya sé lo que sos
pero a mí no me vas a no me vas eh
vos a mí no me vasa te lo aseguro
a mí querido yo vos terminan las clases y te buscás un trabajo por ahí
Asterix te lo vas a tener que ganar Luquiluc
porque acá vos vasaser un vago si yo te lo permito pero
yo quedate tranquilo no lo voy a permitir quedate tranquilísimo
así que viejo
andá pensando que acá nadie vive de arriba y que yo me rómpol
y vos pará de llorar que no vale la pena
pará de llorar
pará
pará
basta pará de llorar
bástandáte
mirá cómo pusiste a tu madre
tu madre es una santa pero vos sos un hijjj
listo te gusta eh estás conforme
yo pongo sobre vos y sobre todos todo mi cuerpo coman de mí
ccomman de mmmí
a ver quién es más.

A esa oscuridad me dieron
de esa oscuridad soy
para siempre
y bueno soy de clase media.

EL DATO (VI)

  • Para la clase media porteña de quince años a esta parte, la referencia a los hijos es un argumento.

EL DATO (V)



  • La clase media porteña conoce que existe un muy buen libro cuyo título es El nombre de la rosa, y una película del mismo nombre.

  • Conoce también que su trama, vinculada con la averiguación de crímenes de monjes, transcurre en la época medieval, período en que la Iglesia Católica detentaba un enorme poder, en especial a través del "Tribunal de la Inquisición", que enviaba gente a la hoguera.

  • Sabe que, en el desenlace, la abadía donde se desarrolla la historia se incendia.

  • No le llama la atención, y por ello olvida, la gravitación e importancia de cierto ejemplar de la segunda parte de la Poética, de Aristóteles, en la actitud del bibliotecario. Desconoce que la existencia del tomo es conjetural.

  • Las mujeres que vieron el film recuerdan la impresión que les causaron los ojos blancos del Hermano Jorge, así como el asco que les produjo la actitud del sacerdote de devorar las hojas manoseadas con las uñas sucias.

  • De todas formas, maridos y esposas la recuerdan como una buena película, y conocen a alguien que ha leído el libro.

jueves, 24 de julio de 2008

AVENTURA DE LOS NIGROMANTES, o DE CÓMO APRENDÍ A RECONOCER MÁS VALOR A LO ÍNTEGRO QUE A LO MEDRADO

Salvados mi honor y mi libertad por intercesión oportuna y velada de un mi primo carnal, licenciado en las Cortes de Madrid, a cuento de la fatigosa relación de mis tropezones en torno a la ajerezada aventura, retorné a poco que tomara de palabra un sayo y una pretina que me cubriesen al empleo en la notaría autorizada a prestigio y honra del colegiado don Antonio Mexía, a la sazón crédulo ignorante del verdadero destino de sus letrosas rentas. Los nubarrones de mi imaginada condena se fueron despejando no bien hube entrado en la estancia de los despachos, pues ya se hallaba mi señor calzando su herreruelo de salida, aunque acuciado por cierta dolencia de almorranas que desde novel graduado le seguía a sol y sombra; y de tal manera, con la voz quebrada e incorporado tanto cuanto sus venosas desventuras lo permitían, encargóme rápidamente el cuidado y vigilia de ciertas fe de tasas rubricadas, en tanto durara, según se entresacaba de su apelmazada perorata, su embajada en Portugal, que a urgencia venía de los apremios de cierto sobrino de un tío del que jamás había oído.

-Ande Ud., señoría, que a cerbero no me aventaja un eunuco, y así de intato como se vee y trasluce este real despacho, así lo habréis de encontrar –dije, ufano y suficiente, sea por el alivio de las galeras, o por hallarme único y solo en tan encumbrado aposento.

Partió como pudo el notario y, luego de que al concierto de los cascos siguiera el de los pregones, tendíme en el sitial a meditar sobre las circunstancias y mérito de mi deuda que, aunque contraída en las mieles del recogimiento familiar, no resultaba menos exigible, pues era mi primo versado en débitos y créditos más que un flamenco. Montefiore pasado a la Sicilia y a Granada, por encontrar en aquesta recuperada plaza mayores negocios, trocó su nombre por Monte de las Flores y así bautizóse para toda España Jesús Ezequiel Cristo del Monte de las Flores del Sol, y mandóse labrar con todo esmero y a cargo de futuras ganancias un escudo de heliotropos que daban cuenta de mal pensadas batallas, con cuya sangre novelesca queríanse colorear antiguas defensas de ciertas usurpadas ínsulas que en algún sitio del Mar Nuestro se levantaban veladas de misterio, pues no había matemático o aventurero en el mundo que diese testimonio de su emplazamiento, ni habría podido darlo aun bajo siete tormentos, que sólo en las interesadas razones del florido y soleado primo podía hallárselas. Usurero de nobles a setenas, mudó asimismo letras impagas por empleos, bajo pena de dar a luz los saldos, y así, comodatis comodandi, tomó venturoso puerto junto al mismísmo Rey, de quien se dice es también su deudor, aunque mucho de historia haya en ello, según él mismo quiere.

Embargado por mis amonedados pensamientos, fiador aun de mis ropas, a punto estaba ya de no saber cuál era mi pie derecho cuando resolví distraer mi desasosiego fisgoneando uno de aquellos tomos que en custodia habíame consignado el notario, ajeno al propósito de develar el secreto de las actuaciones, que poco me importaban, sino más bien por acallar la premura de mi espíritu, que con su pinaza de censuras y reproches hendía las tranquilas aguas de mi estancada templanza. Y de tal guisa guiado, dióseme por descubrir la más oculta y temeraria herejía de don Antonio, quien, a resguardado de su otra fe, escuendía detrás de las primeras que quitara del estante ciertos manuales estampados como en sangre, con tantas ilustraciones en los lomos y portada que no llegaran a medrarlas las imprecaciones de sus páginas, que eran también graves y muchas. Pero si las tinieblas del hallazgo ya escurecían la estampa de mi señor y amojamaban mi espíritu, más grande porte alcanzó mi desconsuelo y temor al descubrir entre aquellos íncubos el De Praestigiis Daemonum del fementido Weyer, que se decía había sido inspirado por el Malo y no sobrevivía sino un ejemplar en cierta abadía prohibida, y que causaba dolores y retorcimientos de cuerpo y espíritu, tal su angélico poder; y si denantes de hallalle colegía yo que alguna renuncia había causado las almorranas de mi amo, parecíame ahora tan seguro y primero que ni al garrote de la Hermandad habría dicho otra cosa que tal no fuesse.

En éstas y otras sorprendidas cavilaciones estaba cuando, teniendo a poco las negaciones de quien tal oscura y libresca empresa se propusiera, a nada la afición aneja y a mucho mi nueva estrechez, resolví disimular bajo el sayal al maldito y trocalle por numerario en cierto descastado sitio de negromantes; y así dispuesto lo arropé, seguro de que Don Antonio tampoco en esta oportunidad procuraría mi condena, porque no lo feriesen acusaciones de arriano u otras del mismo cariz y talante, que de seguro le sobrevendrían de cantar yo mi palinodia antes de la hoguera.

En fin, que simulando aquel mal servidor entre las gentes de la Calle de los Mercaderes, anduve todos los santos hasta una callejuela sin nombre, en cuya escuridad y efluvios me adentré, sintiéndome extrañamente protegido por el privado volumen, que en aquellos desposeídos andariveles no hay bien que en mal no tenga su principio y ejecución. Empero, a más espesa y turbia se tornaba la negrura y a más penetrantes y moribundos los olores, más también se me figuraba perder de un jalón la vida, y ya había soltado a echar lágrimas y repetir encomiendas a los Siete Varones, cuando de lejos comenzó a desandarse un lamento delicuescente como de doncella, que de esta suerte atenuaba las viscosidades de aquel malhadado suburbio:

Que non la vide, que non la vide

Doncella que soy, non plugue
conserve la mia virtude
e la vuessa a vos os guide
que non la vide.

Non vos pido más trabaxos
folgar ansi Dios me traxo
hasta’l dia que maride
que non la vide.

E no escuchades la afrenta
de cúyo non dio ossamenta
maguer solica que fuide
que non la vide.



Guiábame el canto más y mejor que un astrolabio fenicio; enamoréme de aquella voz acompasada tanto como de la niña, su dueña, que a vuelta de un amplio río descompuesto paresció de entre las tenebrosas nieblas. Secundábanla dos moros adláteres cubiertos de andrajos, que se empecinaban malamente en el soplido de otras tantas churumbelas y chirimías, así como otro mucho más alto y fornido, que por su negrura y porte prometía más abisinio que infiel, aunque al asombroso cetrino de su pelaje adunara la ejecución sin talentos de un desvencijado rabel de dos cuerdas.

-Falid asquesunta el-ajmudén –dijo a la sazón el de la churumbela al enorme, y si por entonces aquella paganía me era desconocida, pronto se me asimiló en el entendimiento como si tal fuesse mi corriente y diario discurrir, de seguro influido por las espesuras del prohibido libro que bajo el sayal portaba. Es que, según se dice y tengo por cierto, una de las virtudes de su inspirador es la de conocer y ejercitar todos los idiomas del mundo, y de seguro me ordenaba en aquel momento oílles a aquellos expulsados de modo que entendieran.

De tal manera que, por obra de las dichas infernales estensiones, al momento comprendí que el propósito del churumbelo no era otro que el de instruir al desmesurado de quitarme lo que no quisiera dalle, que a la sazón era todo lo que no era mío; es decir, lo que sobre mi desnudo cuerpo llevaba. Vime rodeado en la negrura por los dos moros y el abisinio que era como aquéllos, pero dispuestos el uno sobre el otro; y en las muchas aberturas de sus temidas sonrisas vide asi mesmo que el trío no alcanzaba la cantidad de dientes y muelas de un solo cristiano, tan huérfanas e hinchadas parecían sus encías. Mas, sobreponiéndome al horror de aquellas deslucidas bocas, y habiendo comprendido el fin y desvirtud de su plan, les reconvine con toda templanza sobrecogida de pavor gritándoles Esperut, monet alcancelij bacú, que en aquel dialecto significaba “¡Tate!, que no llevo dineros”.

-¿Bacú? ¡Absalaian pelots denoj-el-sacaieb!- bramó el de la chirimía, y conocí de inmediato que tanto valdrían para aquellos alegres penantes mis ochavos como mis cojones, que para alguna privada libación procurarían tomalles.

-¡Sacaieb! –ordenó la doncella, a tiempo que el abisinio afilaba sobre su lengua una navajilla de capar, de donde obtuve sin menester de mayores traducciones su resuelta intención.

Tomóme, pues, de inmediato el negro de entrambas manos por la espalda con una de las suyas, y mientras los moros lo hacían por las piernas tornando infértiles peces desaguados de mis muy yermos pataleos y rogativas, disponíase ya el salvaje a quitarme lo que más mío e irrenunciablemente era, y habríalo conseguido al momento de un sevillanazo si en ese instante el desprestigiado tomo que llevaba no cayera de mis entrepiernas –que hasta allí se había corrido- al lodo de la negrura, despertando de inmediato la afición de los músicos y de la irrigada doncella, quienes como por hechizo abandonaron sus acojonadas pretensiones para arrancar de manotazos y montones las hojas del impuro y devorarlas con más avidez que Saturno a su descendencia, olvidándose de mí, que sin más torné a palparme las asentaderas y sus pormenores por encontrar algo que faltase, tan convencido me hallaba de haber sido malferido y desprovisto; y esto pues si de buenas a primeras aquel cuyo nombre es Legión me había inducido la jerga mora y abisinia, lo mismo podía habérseme trastocado el dolor del capamiento, y andar buey por aquellos estramuros, creyendo intato lo mancillado y completo lo que había dejado de sello.

Comprobada mi entereza y asegurada mi virtud y honra, en tanto aquellos desgraciados se regodeaban en su nueva fruición, levantéme un tercio la sotana y lancéme por el erial que servía de paso y calle corriendo cuanto mis presurosas piernas me daban, que no era mucho, rogando parescieran los sanjoaquines, sanbenitos, sanpedros y santamadres en que moraban las gentes decentes, y con aquella atormentada irreverencia habríame repasado otra vez todo el Santoral, de no hallar por misterio de quien todas las sendas tiende –que no por consecuencia de mi desordenada travesía- las esquinas amigas de la notaría, bajo cuyos siete cerrojos recobré la prudencia, presa hasta entonces de la premura, y la calma, enturbiada del modo que se contó.

Una vez recuperado el aliento, alvertí que el episodio había prodigado en mi saya, no sé cuándo, un caudaloso lecho de aquellas segundas aguas en que merman todas las humanas fortalezas, viéndome de tal manera forzado a removello echando mano de un bálsamo de malvas que por descuido o Providencia mi amo había olvidado sobre una pila, junto con el bacín que lo contenía.

Y fue final desta curiosa historia que, a tiempo que mi saya volvía las colores mudadas luego del indulto y soltura de lo que aún captivo debía mantenerse, vime en el espejo tan íntegro y orondo como había partido, y, olvidándoseme mi peripecia de negromantes, apariciones, churumbelas, eunucos y escuridades, dióseme por recordar ciertas coplillas de monsergas que cantaba cuando podía una mi abuela de Cádiz ya muerta, y que no por ello resultaban menos al caso:


Non vos desesperéis por la pobreza
ni despreciéis lo que por entereza
venís dado

que veces hay en que mayor tesoro
procúrase quien lleva su decoro
resguardado,


y que en ellas quede quebrado el pie desta fenecida desventura. Pues venga entonces, que si a mí la quita, a Montefiore la espera; y que de réplicas y dúplicas mejor se ocupe Dios, que todo lo dirime, conoce y absuelve, sea de entre estas mortales caídas, sea allende las tinieblas; que en muchos más desaguisados se agravió el pródigo y mesma fue la suerte del cordero, mal que pesase a los justos, y aquí me callo.

Vale.

martes, 22 de julio de 2008

TAN LEJOS



Beberemos en el cráneo del traidor
y con sus dientes haremos un collar,
de sus huesos haremos flautas,
de su piel haremos un tambor;
entonces, bailaremos,

decían los Incas.

Ilusión de revanchas, sed de justicia NUNCA saciada.

Dios no es justo; Dios no tiene voluntad, porque es todo, y al Que Es todo no le falta nada. Dios, entonces, no puede querer, y mucho menos puede querer ser justo.

Sí estamos solos.


(Imagen: pintada en una pared mexicana, extraída del excelente Rincón de Yulifero)

viernes, 18 de julio de 2008

OÍDO AL PASAR

-No sabés, ayer le di de comer manzana a Jeremías y te juro que cuando lo fui a cambiar a la mañana voy y le saco los pañales y te juro que tenían olor a manzana.

-Ay, Luciana...

-¡Te lo juro..!

APORTES PARA UNA FILOSOFÍA HOGAREÑA: EL "DILEMA DEL VICEPRESIDENTE"

La tradición griega guarda cierto problema irresuelto que viene al caso del último debate del Senado, y, aunque no se hable mayormente en estas páginas de actualidad, bien podríamos justificar hoy esta digresión cotidiana concediendo aquello de que cualquier hecho presupone la historia del Universo y con ella su esencia, como dijo Alguien que largamente supera a la suma de todos nosotros.

El relato clásico detalla que un aspirante a abogado concurrió cierta vez a clases de un maestro de retórica, quien, por sus servicios, convino una suma que sería pagada del siguiente modo: la mitad, al finalizar la primera clase; el resto, cuando el alumno y licenciado ganara su primer juicio.
El joven abonó la primera cuota, pero, finalizada la última de las clases, ya versado en cuestiones abogadiles que conocía tributarias de revueltas semánticas, guiado por las ínfulas de su doctorado arreció contra su maestro del siguiente modo:
“No espere a que gane mi primer juicio para cobrar la parte que resta, pues en verdad nada le debo. En efecto, si me iniciara Ud. pleito y el juez me diera la razón, entonces definitivamente no le correspondería cobrar un centavo más de lo que ya le he pagado. Si, en cambio, el magistrado considerara que estoy equivocado, pues no habré ganado aun mi primer juicio, y en consecuencia, según nuestro acuerdo, tampoco podrá exigirme Ud. nada. Ganaré de cualquier manera”.
“Es verdad –contestó el maestro-, pero también es cierto que si yo ganara ese pleito, la sentencia te obligaría a pagarme; y aun si yo lo perdiera, tú habrás obtenido así tu primera victoria en lides judiciales, y entonces, de acuerdo con lo que convinimos, deberás también pagarme. Ya ves que cualquiera de los dos resultados conduciría a tu derrota”.
La cuestión, finalmente, no tiene solución, y universalmente se acepta que el alumno debe y no debe entregar a su maestro el saldo restante; que el maestro tiene y no tiene derecho al cobro; a la vez, el problema abre el camino hacia la definición de otras lógicas distintas de la clásica, en las que la ausencia de los principios de identidad y de tercero excluido determinan que un ente puede ser y no ser a la vez; y que al mismo tiempo un juicio puede ser verdadero y falso.

Muchos siglos después, precisamente ayer, el vicepresidente de la República Argentina, aunque menos temerario que el muchacho de la anécdota, se vio sin quererlo envuelto en un problema de iguales aristas “bicornes”, como llaman los cultores del pensamiento a estos juegos retóricos.
Es sabido que el alto magistrado, antes de ser investido, había renunciado a su militancia en la oposición para abrazar bajo juramento los ideales del partido gobernante. En tales condiciones, y tal vez reconociendo aquel gesto de afinidad y adhesión, fue escogido para aspirar a la segunda autoridad del Estado de entre otros miembros que siempre revistieron en las filas del ahora “oficialismo”, y que mantuvieron su vocación de pertenencia aun en épocas en que la mera afiliación a aquella fuerza hacía acreedor al titular de penas infligidas por personal parapolicial, ejecutadas en la clandestinidad y de enorme magnitud, que a la prisión por tiempo indefinido sumaban la tortura, el robo de todos los bienes, la violación de sus mujeres y esposos, la masacre de sus hijos, la muerte y el entierro en cualquier descampado.
En Argentina el vicepresidente de la Nación es también presidente del Senado, aunque su actuación en este cuerpo se reduce a la dirección del debate de los proyectos cuya sanción se discute. Sólo está obligado a votar en caso de que los miembros de la alta Cámara no logren imponer por mayoría sus dictámenes.
En la sesión de ayer, que duró dieciocho horas, se discutía la propuesta “oficialista” de gravar con un enorme impuesto la producción agrícola. Luego de que los oradores expusieran sus criterios se efectuó la votación reglamentaria, y de ella surgió que treinta y seis representantes se inclinaban por sancionar la ley y otros treinta y seis la rechazaban. El vicepresidente auspició desde su sitial la nueva búsqueda de un consenso, solicitó que se estudiara nuevamente el proyecto y propuso que se decretara un receso a fin de que esta reflexión se realizara sana y contemplativamente. Los congresales se opusieron, y entonces se llamó a una nueva votación a realizarse en ese mismo instante, como también indicaba el reglamento de la Cámara. El nuevo resultado reflejó las mismas cantidades que antes, es decir, treinta y seis legisladores a favor y treinta y seis en contra. El vicepresidente, cuyos mayores habían sido agricultores, entendía que el impuesto resultaba excesivo y que el proyecto no debía prosperar, pero se trataba de una idea inspirada en las ideas y principios del partido al que había jurado fidelidad y seguimiento luego de negar aquellos de su primera militancia.
El alto magistrado se enredó, igual que los personajes griegos, en un dilema de imposible solución. En efecto, su voto a favor de la sanción aparecía éticamente malo, pues había sido elegido para actuar de acuerdo con sus convicciones, e íntimamente el funcionario no estaba de acuerdo con la imposición de una contribución que entendía abusiva, injusta y devastadora de lo que esforzadamente el pueblo de su provincia y sus ancestros habían logrado; aunque, del mismo modo, la decisión afirmativa resultaría irreprochable, pues no cabe acusar a quien obra de acuerdo con los buenos principios del partido al que se ha juramentado lealtad y fidelidad.
Mas si votaba en contra del proyecto, a la buena y esperable acción de “disciplina partidaria” (es decir, su virtuoso comportamiento como “buen hombre de la política”) se opondría el haber obrado como un mal presidente del Senado, pues habría apartado su íntimo sentido de la equidad a favor del cumplimiento de una exigencia que en este caso con toda sinceridad entendía injusta.
En suma, se decía el vicepresidente: “es conforme a la virtud mi voto afirmativo, pues responde a las ideas y principios del partido al que he manifestado adhesión en orden al ideal de prosperidad que procura la organización; y es también virtuoso mi voto negativo, pues íntimamente y según mi buen saber y entender, la ley que mi partido propugna no conducirá al bienestar general”. “Sin embargo –contestaron- resulta en verdad intolerable que vote Ud. afirmativamente, pues la adhesión a un partido no lo exime de hacer lo que crea más justo; y es también inaceptable su voto negativo, pues no cabe esperar de un buen y virtuoso político sino el seguimiento de los principios del partido que representa y para cuya ejecución fue elegido”.

Aquí dejamos la crónica para que mentes más lucidas juzguen los hechos históricos. Quizás lo que hasta aquí se dijo sirva para entrever el genio sin par del último senador que expuso, quien, libre de todo compromiso con las “otras” lógicas, y reducida su existencia y su salario al acatamiento reverencial de las órdenes del líder partidario, así se condolió del desventurado funcionario: Créame, señor Presidente, que en este momento no me gustaría estar en su lugar.

domingo, 13 de julio de 2008

EL RÚSTICO



Pero cuando abuelita deslizó la primera lágrima después de un re mi fa desarrapado y elemental padre tomó una inesperada inquina por el piano de la casa, y desde entonces y hasta que dejamos de estudiar para noviar apáticamente o agachar la cabeza en los empleos de gloriada iniciación reivindicó sanguinariamente el ingreso a la casa chorizo del instrumento, producto de erogaciones inmerecidas, de remesas naturales del ahorro que se habían diluido en vocaciones precoces de vagos sentados todo el día, de hombres de culo aplastado y sucio a los que madre debía fregar los calzoncillos cagados, de pedigüeños de toda solicitud cuyos músculos se acallaban por la molicie de la servidumbre pasiva, como madre nos servía mientras desgranábamos páginas de estudio Czerny que no eran cumparsitas ni pañuelitos blancos; vení a comer, vení que ya está la comida, lavate las manos y después sentate a comer.

Y había días que padre se arrimaba a la mole vertical de diez mil pesos y garrapateaba como podía serenatas de la menor y mi re menor sol, lo de ustedes no se entiende nada, estoy pagando lecciones hace dos años y ninguno me toca los muchachos de antes, ustedes ejecutan la fría página del pentagrama y abuelita lo hacía callar y entonces qué te metés, qué te importa lo que les digo a mis hijos, a ver cuándo a vos se te ocurrió comprarnos un piano, cuando carajo se te dio por que supiéramos algo; en aquella época sabés que si hubiera podido pero qué vas a poder, vivíamos día por día porque tu padre pero bien podrías haber pero no; cómo has cambiado, la que no cambió jamás tenelo por seguro sos vos, mejor, andate, y a ustedes ya les dije que se lavaran las manos y se sentaran y otra vez los ladrillos en el estómago, las culpas transgénicas, el sacrificio de todos los primogénitos para no morir en la terrible melodía del desamor, como muertas están estas vocaciones dilapidadas por mi solo imperio y gana, borrón cargado de reacciones precámbricas que anuló las semifusas para siempre y dejó para otros la captación cálida de la esencia, porque a la mía no la han querido, y así me he acogido al morbo de saturar de impiedades y torpezas el hueco en donde de niño mataron mi capacidad de amar.

jueves, 3 de julio de 2008

EL DATO (V)

  • Los niños de clase media están sobrepasados de Play Station y leen menos de un libro cada tres años.

  • Sus padres se manifiestan preocupados por esta situación, pero no les impiden la utilización del divertimento electrónico, que conectan al televisor.

  • El hecho de que un niño se aficione a un aparato de alta complejidad asequible al presupuesto familiar es simbólicamente asumido por los padres como un código de pertenencia similar al de la adopción de costumbres distintivas dentro de un grupo social cualquiera; y a la par, es de algún modo apreciado como un indicador de ascenso en la escala económica que compone su imaginario, habida cuenta de que quien no reúne la suma exigida para la adquisición del artículo, no puede poseerlo.

  • La permisión de esta adicción ociosa configura en esta peculiar visión, además, un resguardo metafórico del niño de ciertos "peligros de la calle", entre los que se incluye a los "degenerados" y a los "negros que andan por ahí dando vueltas".

  • En suma, conforma junto con otros elementos de igual o menor tenor axiológico la apropiación simbólica de la "casa", en contraposición a la "calle" en la que se encuentra la clase social que inmediatamente la sucede.