lunes, 31 de marzo de 2008

EFEMÉRIDES DE LA CLASE MEDIA PORTEÑA


24 de marzo: Día de la Legitimación del Poder De Facto. Se rememora el 24 de marzo de 1976, fecha del hasta ahora último golpe militar, que derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, viuda del líder político Juan Domingo Perón. La clase media, en aquella circunstancia, contribuyó a formar opinión a favor de la llegada al poder y posterior permanencia de los militares de las tres Fuerzas, que ocuparon por vías de hecho el gobierno del país y aniquilaron la subversión.

14 de mayo: Día del electrodoméstico. El 14 de mayo de 1995, un año después de reformada la Constitución Nacional, la clase media pequeña propietaria acude a las urnas y coadyuva a la reelección para el período 1995-1999 de quien ya había ejercido por seis años el cargo de Presidente de la Nación. Emite el llamado “voto licuadora” o “voto cuota”, tendiente a asegurar que la política económica implementada en el primer período de gobierno se mantuviera incólume, de modo de no alterarse las condiciones que permitirían abonar las cuotas de los electrodomésticos, automóviles y viviendas adquiridos a plazos entre 1990 y el año electoral.

2 al 7 de enero: Semana de la naturaleza y de la fruta fresca. Celebración del zuco de laranja. En el aspecto cultural, Semana de la afinidad lingüística entre el castellano y el portugués.
La primera semana de enero de 1993, la clase media cumple un sueño largamente postergado: conocer las playas de Brasil, a su vez abarcado por la inalcanzable pretensión de veranear fuera de las fronteras del país, y aun en un lugar diferente de la Costa Atlántica bonaerense. Canasvieiras, una de las cuarenta playas de la parte insular de Florianópolis, pequeño enclave sin cloacas pero mucho más barato que los balnearios del llamado “norte brasileño”, recibe la invasión de familias porteñas y cordobesas, masividad que colma las instalaciones y produce la saturación de la capacidad turística local. Otros centros de pareja baratura también funcionan como receptores de turistas argentinos: Buzios, Camboriú, Porto Seguro. Los medianos propietarios y los pequeños esforzados –éstos, en pagos de hasta veinticuatro cuotas mensuales- escogen Río de Yaneiro.

Los padres de familia exaltan los principios de la vida sana e intensifican la ingesta, al ritmo de melodías carnavalescas. Este discurso es repetido por las esposas, quienes desde sus nuevos anteojos de sol encuentran ventajas reales en la adquisición multiplicada de productos ofrecidos por mercaderes y artesanos, frente a quienes desempolvan la práctica ancestral del regateo mediante la frase “moito caro”. Los manteles de hule que cubrían las mesas de sus departamentos se reemplazaron por doblemente comprados hilados de coco; al vino tinto de supermercado se opuso la capiriña aromatizada de limoncillo verde selva; al ajetreo del cemento citadino, la impulsiva propensión a los pasos de samba, aun en horas del mediodía; a las noticias de la tarde, la revalorada contemplación de los hijos. Los jugos naturales son comprados en grandes cantidades, en especial, el de naranja recién exprimido y en la playa.

Por otra parte, los visitantes alcanzan convicción respecto de la fácil transitividad del portugués, idioma “igual al argentino”, con algunas declinaciones asimilables tan sólo a través de la lectura simple de los carteles de ruta. Algunas palabras, incluso, únicamente requerirían el agregado de una “i” sencilla para alcanzar virtualidad lusitana, así: “caisa”, “peisos”, “areina”, “remeira”, “meisa”, “espoisa”, “hamburgueisa”, “cerveiza”. Otras, el reemplazo del sonido “j” por “sh”, así: “Arshentina”, “laransha” y “Ríu di Yaneiro”. Las dos variantes lingüísticas de mayor adquisición: los diminutivos terminados en “iño” (“doradiño”, “heladiño”) y la terminación “sao” del abstracto (“masticasao”, “vacasao”, “excursao”). Por último, las palabras que no se correspondían fonéticamente con las castellanas, pero de necesaria asimilación: “frango” (pollo frito), “garrafa” (botella de gaseosa o de cerveza), “troco” (cambio de dólares por reales), “crianza” (mi hijo o mi hija), “ligasao” (llamada telefónica a Buenos Aires), “borrachería”, “abacashí” (ananá partido o su jugo), “rodovía” (camino que toma el micro al salir o entrar de Florianópolis), etc.

17 de octubre: Día de la Raza. El 17 de octubre de 1945, un sector de las clases bajas asalariadas manifiesta en la Plaza de Mayo a favor de la continuación de Juan Domingo Perón en la vicepresidencia de la Nación, ejercida durante el último tramo del gobierno de facto que había derrocado al presidente Castillo el 4 de junio de 1943. Esta asonada popular evidencia y legitima el poder que ejercerá Perón en forma más o menos discontinua hasta su muerte en 1974.

La política paternalista del luego presidente (y teniente general) Perón respecto de los sectores históricamente pauperizados del país, es advertida por las clases medias argentinas como una oportunidad de oro que los bastos remunerados no saben aprovechar. La crítica no se dirige sólo a ellos: por décadas se seguirá sosteniendo que “Perón les dio todo, pero no les dio educación, que es lo más fundamental”. Esta aseveración se verá estigmatizada por la construcción simbólica de ejemplos anatemáticos: la combustión de los listones del parquet en las casas recibidas a título de donación, la venta al peso de las canillas de bronce, la sobrecompra de alcohol en los feriados sorpresivos que el líder prodigaba, la aprensión a abandonar el rancherío, etc.

Frente a este fenómeno político y sociológico, la clase media entiende que los beneficiados por la política peronista, pertenecen a “otra raza”, incluso antropológicamente hablando.

19 al 23 de agosto: Jornadas de revalorización moral de las inaptitudes físicas. Entre el 19 y el 23 de agosto de 1969, tres automóviles de diseño argentino “Torino” disputaron las llamadas “84 horas de Nürburgring”, Alemania. Las alternativas de la competencia evidenciaron tan inesperada superioridad de los motores torinenses, que los propios organizadores se las habrían compuesto para que la ignota marca no alcanzara la notoriedad que desde el argentino tesón de los pilotos estaba logrando y, así, aplicaron “penalizaciones reglamentarias” al team. Con posterioridad, desgastada la suerte del débil luego del abandono de dos máquinas, la designada con el número “3” obtuvo el cuarto lugar, a despecho del primer puesto que habría merecido de no haber mediado intereses creados. Por décadas, quienes siguieron a través de la radio los pormenores de la lid automovilística, vengarán este entramado de hipocresías igualando, adrede, las ciudades de Nürburgring y la de Nüremberg, actitud que aun hoy exacerba al menos cómplice de los nürburgringuenses.

25 de mayo: Día del comienzo de los males argentinos. Un día como éste, pero de 1810, un grupo de españoles realiza el primer golpe militar de la historia. Desde ese día, de ahí para adelante, todos son lo mismo. Sarmiento, todos.

1987: Año de la reafirmación de los derechos de la mujer. En 1987 se emitió por primera vez el programa “Atrévase a soñar”, por Canal 9. En él, seis mujeres elegidas de entre varios millones competían durante una hora por diversos premios: el equipamiento completo de electrodomésticos del hogar, un vestido de fiesta, una sesión de maquillaje, un viaje a la Costa Atlántica con su marido, sábanas, máquinas depiladoras, sets de belleza y sesiones de peluquería.

Se trata de la primera vez que la televisión reconoce a la mujer, en especial al ama de casa, el derecho de lograr la hipótesis de máxima de sus aspiraciones prenupciales.

El reglamento permitía a la ganadora participar nuevamente. El día que una de las esposas ganó el quinto concurso consecutivo, le sugirieron “en vivo” que no volviera a presentarse, y la madre, que tenía ya cinco electrodomésticos para cada aplicación, entendió democráticamente que aun los mejores deben ceder a las expectativas de los que menos pueden, y renunció con una intensa sensación de tarea cumplida, munida de su marido del otro lado de la pantalla.

¡Ampliaremos!

jueves, 27 de marzo de 2008

STULTORUM INFINITUS EST NUMERUS


¿Alcanza a comprenderse qué hace la clase media porteña manifestando "a favor del campo"? ¿Tiene alguna idea del cariz técnico del problema? ¿No le huele a peligro que LAS CUATRO ENTIDADES QUE NUCLEAN LOS INTERESES DE LOS DUEÑOS DE TODA LA TIERRA FÉRTIL DISPONIBLE EN EL PAÍS se hayan puesto de acuerdo para boicotear la entrega de alimentos a la población? ¿A estos habitués de góndolas y bateas no les provoca siquiera curiosidad la oculta causa en virtud de la cual los grandes propietarios han decidido que, como les sale más caro exportar, ENTONCES NADIE COME?


¿No asumen que hace décadas que a la clase media porteña, que ha elegido su propia decadencia, sólo se la escucha en los comicios, cuando despliega su deplorable sentido común bajo la forma grotesca del civismo vespertino? Y por lo demás, ¿cuál es el interés que persigue este estamento al defender una causa que le es diametralmente ajena? ¿Por qué no "cacerolea" frente a los hospitales? ¿Por qué no "caceroleó" cuando reformaron en 1994 nuestra sabia Constitución de 1853? ¿Qué reacción experimentó cuando se suspendieron los servicios que llevaban y traían indigentes que, como única forma de obtener sustento, revolvían la basura doméstica? ¿Por qué no "cacerolean" frente a los "proveedores" de Coca Cola, agua "mineral", yogures y demás pavadas de maxikiosco, intermediarios que MULTIPLICAN EN FORMA INDECIBLE EL VALOR DEL PRODUCTO POR EL SOLO HECHO DEL TRANSPORTE desde la fábrica al local com. 3 mts. fte. x 12 bajas exp.?


¿Sabe un clase media de qué se trata? ¿Qué idea de "explotación agropecuaria" comulga un empleado bancario? A ver, Usted, manifestante de Acoyte y Rivadavia: ¿qué es una "retención"?


¿Y piden en consecuencia de su iletrada participación LA RENUNCIA DE LA PRESIDENTA? ¿Igual que los dueños de miles de hectáreas, que protestan porque les es menos rentable vender giga-toneladas de soja a Surcorea? ¿Ustedes quieren que renuncie la Presidenta de la Nación, en serio? ¿Y después?


Amigos, cuando el Sr. Duhalde llenó de cuchilleros el conurbano y organizó la trifulca de diciembre de 2001, a ustedes, cultores del asado dominical, se les hizo creer que tenían una ideología, y en sus manos estuvo la remota posibilidad de cambiar los tantos por última vez en su pobre historia. Recuerden que el 2 de enero de 2002 recibieron la presidencia del caudillo de Lomas de Zamora con un "cacerolazo" -igual que el de estos días-, y 14 MESES DESPUÉS VOTARON EL CANDIDATO QUE EL "CACEROLADO" LES PROPUSO. Recuerden que gritaron como desaforados "que se vayan todos", y un año después votaron, de entre una inusual explosión de listas electorales, EXACTAMENTE EL MISMO INTENDENTE QUE TENÍA LA CIUDAD DESDE 1999, y que ejercía la jefatura de gobierno mientras ustedes propugnaban "que se fueran todos", el intendente incluido. Recuerden, también, que "cacerolearon" -igual que ahora-, frente a los que llamaron "Bancos Chorros", mostrando lastimosos bebés de saliva viscosa llorando frente a las cámaras de la televisión, como si un hijo fuese un argumento; sin embargo, semanas más tarde, cuando recobraron el dinero valiéndose por primera vez en la vida de la benevolencia dieciochesca de la acción de "amparo", volvieron a depositarlo en los mismos bancos, los cuales, pasada la tremebunda, ya "pagaban" el siete por ciento anual en dólares. ¿Recuerdan ¡oh, almas débiles! que cantaban "piquete y cacerola, la lucha es una sola"?


Pues si ustedes no, los "políticos" abstractos de sus desgañitadas invocaciones sí, y saben, además, con certeza apodíctica, que sus balas son de salva.

martes, 25 de marzo de 2008

UNA CLASIFICACIÓN DE LAS PERSONAS


En la rígida cosmovisión de mi madre, las personas son:

a.- Según su jerarquía intrínseca:


a.1) Mi padre.
a.2) Los demás.


Sin embargo, y tal vez por imperativo inconsciente, informa también la peculiar óptica de mi madre una categoría intermedia, en la que se agrupan semovientes ocasionales a quienes mi padre adjudica ventura clasificatoria. De este modo, no es improbable que un animal (por caso, el perro o el canario de la casa) adquiera mayor relevancia axiológica que un ser humano (v. g., el sodero, un indigente, un negro, el Presidente de la Nación, alguien que toca el timbre). Quienes militan en estas dos aguas no gozan los beneficios de la estabilidad: tanto es posible que permanezcan precariamente en ellas como que pasen a revestir los cuadros de la categoría a.2), o aun ubicarse más allá, donde el vacío es horror. Tal movilidad va sujeta a los avatares de la consideración o del olvido de mi padre, en el primer caso; o a los de su denuesto o menosprecio, en el segundo, exteriorizado en diatribas domésticas que hasta pueden adoptar la forma monosilábica.


b.- Según sus propiedades sensibles:

b.1) Lindas: Son aquellas que observan rasgos de notable belleza. Esta determinación es sólo en apariencia subjetiva, y conforma sino la única manifestación de pensamiento verdaderamente social de mi madre: quienes canalizan por ella resultan lindos a todo el mundo.

b.2) Feas: Por exclusión, sufren este estigma todos cuyas implicancias higiénicas no otorgan mérito para el encuadramiento bajo la especie b.1).
Los grados superlativos de este ámbito son:

b.2.1.-El Monstruo: Es toda persona que, en razón de la intensidad o marcada tendencia de sus elementos taxonómicos, o de la acumulación de éstos, provoca a mi madre rictus de repulsión.

b.2.2.-El Deformado: Es el Monstruo que presenta asimetrías o desviaciones en su conformación anatómica.


Cabe consignar que los ítems de este tópico no revisten carácter escalafonario como los del anterior. Esta omisión abre ciertos amagos de discrepancias que mi padre y mi madre toman en solfa desde antes del cortejo de la mesa, del mismo modo que lo consideran parte de un pertinente dispendio originado en la esencia misma del connubio. El propio Estado, incluso, prohíja el débito conyugal.


c.- Según su actitud en el comercio:

c.1) Caros: Corresponde a quienes expenden mercaderías a precios que los evidencian imposibles de rotular bajo la forma siguiente.

c.2) Baratos: Son quienes venden a menor precio que los Caros, global o barrialmente considerados, según la concepción de espacio que se comulgue al momento de iniciarse la declamación. Así: Ese verdulero de acá a la vuelta es barato.

La circularidad de la definición obedece al siempre naufragante devenir económico argentino, que corrompe el mercadeo y deviene en conductas alcistas de frecuencia irregular e imprevisible, todo lo cual torna ineficaz cualquier vocación de permanencia en el tiempo de estos determinismos.
Esta categoría puede superponerse a cualesquiera de las anteriores –a salvo la designada a.1)- y no presenta necesaria relación con la calidad del producto ofrecido a la venta.

sábado, 22 de marzo de 2008

DE CÓMO ABANDONÉ EL JEREZ Y LAS MUJERES, CON OTROS SUCESOS DE POCO FELICE RECORDACIÓN


Estándome despacio en Madrid, cumplido ya el recado de letras por cuenta y orden del colegiado y notario don Antonio Mexía, fiador del párroco de Orihuela y contertulio de número en el Mesón de la Especiería, vime sin asirlo envuelto en una barahúnda de tres al cuarto que explica -a quien quiera oírlas- mi entereza y sobriedad.

Tentado de apreciar el jerejillo del Mesón bajo siete cadenas celado por don Antonio en algún rincón de su bufete de provincias, y dispuesto a no perderme las maravillas de la Ciudad Real, me apoltroné, rematadas ya mis fuerzas por las penosas andanzas del día entre callejas, escaleras y escritorios, en uno de los escaños que, frente a una larga tabla asentada en la acera de la posada, por Providencia se hallaba sin más ocupante que una tripolina de campanario, dispuesto a pasar allí las horas hasta que el coche me regresara a dar fe de mi diligencia.

La del Ángelus sería cuando, escanciados y trasegados más de ocho reales, y a punto de obnubilárseme el juicio, decidí marchar andando hasta el puesto, a fin de que las brisas me dispensaran y eximieran a tan severa hora de las felices turbaciones de mi espíritu, según era de bueno el jerez. Al punto despedíme de la criada, quien se echó mis cinco ochavos de calderilla en el delantal junto con los restos de un condumio que a la sazón habían dejado allí un principal y su aprendiz, a tiempo que, sin dejar de sostener el cigarro con los labios ni de repasar la mesa, me aconsejaba sin mirarme:

-Ande Usted con prudencia, el notario, que así luce de vaporoso como de mohíno.


En esto, pareció de entre las encinas de la plaza una mozuela de hasta diez y seis años, cuya blancura y lozanía ninguna palabra acertaría a describir, y lo mismo su hermosura, que jamás había yo visto tal dechado y ejemplar de belleza que pudiera igualar mujer en el mundo. Sin embargo, el hilo de su gallardía me impidió conocer el ovillo de su congoja y, postrado ante la altivez de su talle, me regocijé contemplando las maneras en que la doncella, como una pinaza huérfana, andaba entre las gentes del mesón, echándose los cogollos que encontraba y bebiendo de los vasos de los clientes, que la dejaban hacer con gravedad. Al momento, los vahos de mi ajerezada condolencia cedieron a la más incurable del corazón, y quedé cautivo de ella en tal grado que sólo vino a libertarme el grito que desde un cavernoso rincón de la casa echó don Pero Rebolleces, el de la tienda de paños, enseñando con medrada soberbia un ducado de a once:


-¡Eh, tú, la casadera, cántanos tu historia!


No he de pecar reconociendo que pavoné mi soltería con los azogues de mi cincuentena, y arrancando la medalla que una mi abuela de Cádiz me entregara el día de mi graduación en Sigüenza, grité sobre las mesas de la taberna:


-Venga, cántala para mí.


La niña echó una sonrisa, maguer la pena que ahora descubría en su rostro, dando a luz unos dientes más blancos que la blancura misma, y unos ojillos de tan impar gracia, que ni los ángeles de retablo vendrían a mellar si de él se desprendieran. En gran conmoción sentíme al ver así aceptada mi oferta, e igualmente derrotado tan reconocido caballero, y a la plaza de las encinas me dirigí orondo, engastada ya mi presea en las mieles de su cuello, es decir, en las marismas de su encanto.

Sin palabras, como convenía a su recato, ubicóse junto a unas zarzas que allí crecían, extrajo unas sonajas de peltre y con timidez virginal comenzó a plañir de esta suerte:


garridica soy, muriéndome estoy

Que me maridara
mi madre mandaba
y yo que no la escuchaba
garridica soy.

Por el olivares
fidalgo miróme
y yo prendíme en amores
muriéndome estoy.

Mi madre murióse
en la primavera
que mal maridada me viera.

garridica soy, muriéndome estoy.



Ahora bien, tantos y tan desarmados eran los sones de su plañidera y tal la descompostura y agravio de sus movimientos, que a poco que iniciara su cantiga ya izaban mis oídos blancos estandartes de sometimiento, como así también las ensoñadas niñas de mis ojos por las que se escurrieron el encanto y adoración que minutos antes profesaba a la doncella, y tuve por cierto que ningún otro humano desparpajo me causara aquella indisposición.

En esta consideración estaba cuando, estimando de más la cuantiosa paga recibida por la juglara, me resolví a negociar su devolución, mas adelantóseme la niña en mi intención y gana, y entregándome la reliquia dijo, con ojos empapados:


-No es mi desgracia más desdichada que mi canto y duélome por ello; mas, gentil notario, peor me duele el no poder besaros, que es lo que deseo desde que os vi.


-Niña de tu alma –dije, rendida ya la mía-, que no soy notario, pero a fe tengo que me place serviros.

Mas fue también providencia que, apenas hube recibido el primero roce de su diadema, y antes de explorar la ansiada frescura de su boca, quedara yo tendido entre las zarzas por obra de una brutal andanada de azotes en la espalda y coronilla, provenientes de hasta ocho o diez carreros que allí se solazaban. Y dábame ya por muerto cuando uno de los holgazanes, en tanto no cejaba en su apaleo, azuzó a la gavilla así gritando:

-¡Hala, venga palo, que como no encontréis los dineros de las letras, desnudo y colgado como un Cristo lo habremos de dejar!

-Mejor cortémosle las pelotas –sugirió el más pequeño de los del tumulto, a tiempo que extraía un reluciente acero toledano de su jubón.

-Ea, Ginesillo, tienes razón. –y, dirigiéndose a los otros- ¡Venga, capad este puerco, que bien paga una jarcha mal armada y a poco tiene su vida!

-Venga, muchachos, que no es para tanto –grité, viéndome eunuco y crucificado-. Aquí tenéis la presea y el dinero de las letras, haced con ellos lo que más os convenga; y tú, el niño, guarda ya tu arma y navaja, que no se toman criadillas de estas lides, anda.

Brumado mi despojado cuerpo, quedéme largas horas entre las zarzas, no siéndome posible levantarme, según me encontraba desollado, y antes de llegar la noche me invadió el sueño, que a la embriaguez de la jerejía siguió la rendición de los azotes. Entumecido y brotado de cardenales, al desvelarme me arrastré hasta la calle, por temor de que me vieran los carreros, y aína regresé al mesón a pedir de vuelta la calderilla a la criada, para dar de señal al cochero hasta que tomara más dineros de la notaría. Y aunque de mal grado me la volvió, de bueno convidóme otro jereje a fin de que se hiciera lo que por signo adverso se había deshecho.

Camino del puesto de coches, hallé molida mi carne, agotada mi hacienda y aneja mi libertad a la caridad de don Antonio, de cuyo asistente anterior poco más se supo luego de las galeras que le echaron por ciertos sellos de los que no quería acordarse. En tanto unos y otros cocheros se negaban a ser pagados al llegar, acicateaba mi entendimiento la didascalia con la que me despidió la criada del mesón, conclusión, remate y enseñanza de esta ya transcurrida historia:

En superior desventura se lía
quien del jerez y las niñas se fía.


Vale.

miércoles, 19 de marzo de 2008

FACILIS DESCENSUS AVERNI


Es sabido que el diario Clarín ha adecuado su estilo discursivo al de la clase media porteña, degradado de propia voluntad a la recurrencia de quinientas palabras que conforman su reducida cosmovisión. Ésta, cercada y extinguida por los conceptos de “familia”, “automóvil”, “hijos”, “casa”, “salud” y “trabajo”, dista en mucho de los antiguos sueños migratorios de trascendencia, hoy fenecidos al ritmo de las nuevas doctrinas de aprovechamiento máximo del etéreo presente, del que se predica rendimiento al modo espurio del comercio o en orden a la funcionalidad doméstica de la alimentación familiar. Es por ello que aquel hilo periodístico émulo del castellano pudiente de La Nación que antaño procuraba el periódico-órgano, troca hoy en esta sub-especie expresiva, refleja de la forma de selección y manifestación emergente de los diálogos que brotan entre las comadronas en las filas de los supermercados, y así también altisonantes como las tratativas de compraventa de automóviles o departamentos de segunda mano a que se aficionan sus lectores.

Alentado por mucho más que el aumento del tiraje, Clarín se ha estatuido en captor y constructor de un léxico dominante y de una sintaxis particular que retroalimenta la dotación de significado efectuada por el estamento, de modo tal que, al entendimiento único de la realidad, le determina una única forma de su relación, igual que en el superado paradigma medieval; y tal vez por ello sólo un Renacimiento liberador resultaría útil a efectos de desatar las vendas impuestas por semejante oscurantismo.

Valiéndose del cansino depósito de significación que este grupo social ha construido como imaginario, sus páginas abrevan del descalabrado consenso léxico instalado en el común denominador de su población demandante, pasando adrede por alto la calidad de las aguas que contiene tan viscoso abrevadero, y es la consecuencia más disvaliosa la edificación de una opinión pública que mucho dice de sus cultores, al reflejar/construir una realidad en apariencia sólo predicada, concretamente a partir de “referencias exofóricas” hijas de aquel desdén motor de la decadencia auto-inferida.

Véase si no la portada del 19 de marzo de 2008 y su titular principal: “por la interna, echan a los jefes de AFIP y Aduana”. ¿Qué es, en sentido estricto, una “interna”? ¿Guarda aquí el mismo significado que en la locución recuadrada “un fuerte gesto de autoridad interna”? ¿Es posible concebir una autoridad externa? ¿”AFIP” y “Aduana” tienen “jefes”? Si así fuera, ¿cómo resulta posible, en razón de su máxima jerarquía, “echarlos”? ¿En qué lugar los vierten?

En el contexto reseñado, va de suyo que la discusión o contienda por el logro de mayores contraprestaciones dinerarias que –con éxito- se invoca aquí, responde a las mismas intrigas de palacio histrionizadas como correlato de la cadena alimentaria en las oficinas que puebla la clase media, y con ello queda perfectamente entendida la causa aludida en el título; que los organismos estatales no tienen “jefes”, sino directores, secretarios o subsecretarios, pero que, a la vez, es necesario y plausible al fin perseguido empeñarse en referirlos del mismo único modo en que la clase media designa a aquel bajo cuyas órdenes un individuo se ve compelido a realizar cualquier tarea, en especial las concernientes a la actividad laboral; que a los funcionarios públicos no se los “echa”, sino que renuncian o son removidos como resultado de la sustanciación de un sumario o del dictado de un acto administrativo válido –pues la relación que los une con el Estado no es de dependencia, como en el derecho laboral, sino de subordinación-, pero que, a la vez, “echarlos” importa el mismo desprecio que de común-unión se ha convenido para reemplazar a la voz forense “despido”, cuyo más difundido ámbito de significación viene dado por el saludo que se brinda a quien se va. Del mismo modo, nadie ignora ya el valor sustantivo de la palabra “AFIP”, concebida por el sector de pequeña explotación como un socio que participa en las ganancias, mas no soporta las pérdidas. Es por ello que se han desdeñado los puntos que debieran ubicarse a continuación de cada una de las iniciales que conforman la sigla, a la vez que el mantenimiento de las mayúsculas da cuenta del poder de coacción que connota, de la continuidad de su efecto intimidatorio, tan grande como la sospechada e inmanente corrupción institucional difundida en este colectivo, obligado a su turno a corromperse para asegurar el rédito y, en último término, el pretendidamente ínsito derecho al goce de los bienes de la vida.

Esta vocación simplista, informada por la intensidad con que la clase media dice perseguir el encuentro de la felicidad tan sólo en el publicitario misticismo de las pequeñas cosas, se evidencia asimismo en otros elementos, tales la irreversible consigna numérica de los adjetivos numerales cardinales –“13 minutos”; “suman 200 heridos en 78 días”; “dejó 62 heridos, 4 graves”-, la indebida metamorfosis de conceptos propios del mundo automotriz, al que adhiere con fervor el sector –“la Corte frena la liberación de menores delincuentes”-, la notoria desproporción entre los centímetros asignados al accidente de tránsito ocurrido en el espacio inmediato, respecto del dispuesto para referenciar el paro de actividades agrícolas y ganaderas en la totalidad de los terrenos aptos para el sembrado y cría –un tercio de la superficie de la República-, el inferido olvido de las tildes en las mayúsculas –“UN TOQUE DE ATENCION PARA LA SOLUCION ARGENTINA...”; “LO ANUNCIO EL JEFE DE GABINETE”; “LA CAIDA DE UN BANCO EN WALL STREET”; “FRASE DEL DIA”- y la oscura locución “Estados Unidos bajó la tasa y los mercados respiraron”, en la que el quién, el qué, el cuándo, el cómo y el porqué aparecen tan tácitos que no se da a entender a qué destinatario conformaría una información así enunciada, si no quedara también prosódicamente convenida su participación en sintonía con la laxitud de exigencia propuesta por quien conoce cabalmente a la propia víctima que paradójicamente lo creó.

Esse est percippi, acuñaron los romanos antiguos: ser es ser percibido. En esta máxima se cifra la desgraciada entidad de la clase media porteña, cuya mayor desvirtud consiste precisamente en comulgar una sacramental indiferencia por la complejidad de lo real, entenderla adecuada a los rígidos tutores de su inmediata conveniencia, predicar esas parcelas en sentido total y volver a citar tal particular cosmos de microscopio como única fuente de significantes. Así también de acotado deviene su ser, por inevitable correlato: el porvenir –hoy el futuro para mis hijos- será indulgente si falla, como finalmente lo hará, a favor del olvido; el nuevo hombre tomará sin dudas el modelo de quienes lo precedieron como ejemplo de lo que no corresponde imitar.

martes, 18 de marzo de 2008

CUENTO DE CLASE MEDIA

N. del A.: La photo es meramente ilustrativa.


-Bueno, ya está la comida...

-¿Eh? –vociferó Ayelén, de tercer grado.

-A sentarse, Ayelén. Llamá a tu hermano. Dale que está tu tío que a las nueve y media se tiene que ir.

-Bueno... ¡Sebastián!

-No, así no... –recriminó Luciana, que desde que había llegado del trabajo a las ocho no hacía más que malabarear unos fideos extrañísimos. –Haceme el favor y llamá a Sebastián que debe estar jugando con la Plei. Y avisale también a tu padre, que no sé adónde está.

Con prisa doméstica, a la par que se comenzaba a perpetrar la danza de las ubicaciones –con la actuación previsible de María Florencia Rúcula en el adagio del fettuchini de paquete- Luciana fue esgrimiendo y acomodando incómodos bowls de cerámica de El Bolsón. El primero fue para Roberto, casi gerente de una distribuidora de lubricantes para automóviles. El segundo se volcó no bien Ayelén le mostrara su cara de nada, pensando en alguna cosa.

-¡Pero! –lamentó Luciana -¿ni siquiera cuando está tu tío vas a dejar de armar desastres? Traé algo para limpiar eso, querés.

-No te preocupes –dijo sinceramente el tío Vania –yo también era así de chico, ¿no te acordás cuando tiré el dulce de kinotos de la alacena?

-Vos eras distinto, Vania -dijo la Madre. –Te gustaba ir a la escuela. A ver, teneme esto. Acá para que agarren un libro hay que pedir por favor. Sebastián, tenés doce años, podés llegar limpio a la mesa sin que nadie te tenga nada que decir.

-Poné primera –alentó Roberto, cada una de cuyas uñas carcomidas ostentaba una finísima cola de ratón.

Fideos con rúcula amarga.

-Acá traje el aceto –mostró Luciana, pronunciando “acheto”.

-O sea que son fideos con ensalada –se quejó Roberto, que no se había quitado la gorra de fórmula uno con la estampa del Negocio.

-¿Por qué no les contás lo que hacías en la primaria? –sugirió en abstracto Luciana, omitiendo todo otro comentario, igual que en el Banco de la Construcción de donde venía remando.

-En la primaria... y, por ejemplo en la primaria una vez me quise trepar al mástil y me descubrieron cuando ya iba por la mitad –evocó Vania, riendo delante de una hojuela rebelde. Ayelén escupió un fettuchini de la risa. Sebastián continuó comiendo, con los labios irreverentes embebidos en aceite y manos articulares, sucias y sensuales.

-¡Eso no! –quiso enmendar Luciana, habiéndose servido vino de marca. –Lo de que estudiabas.

-Luciana, pasame el aceto ése a ver si tiene algo de gusto.

-Yo en la primaria estudiaba –contó el tío Vania. Ayelén lo miró como quien se topa por primera vez con una mancha de Pollock.

-Eso lo saben, y siempre les digo, pero éste está todo el día en la Plei –Sebastián le dirigió un rictus de salvajismo pre-adolescente- y Ayelén no sé, parece a veces que estuviera no sé.

-¿Vos no le compraste la Plei hace cinco años, cuando tenía siete? –invocó con ansia de amonestación el invitado.

-No, él se la compró con su propia plata, que venía juntando desde los cinco, más ciento cincuenta pesos que les dio el abuelo, ¿no, Seba? –Roberto se mondó con aire, evidentemente insatisfecho.

-Bueno, es la vida que se lleva ahora... hay más cosas para que los chicos se distraigan... tampoco les vas a pedir por ejemplo que escriban una poesía como yo en francés, a los once años –aleccionó Vania, interesado en la difusión después de transcurrida una vida.

-No sabía –dijo Luciana, mirando una isla de rúcula –No sabía que habías escrito una poesía, ¿cuándo?

-Y, en sexto grado. Dice así, mirá:

Je t'ai écrit une lettre
qui parlait de l'amour
et d'autres choses.

Et tu m’ as écrit
cette autre lettre
qui parle d’ argent
et d’ autres choses.


-¿Eh? –babeó Ayelén.

-Callate, Ayelén. Seguí, Vania.

-Bueno, pero tengo que comenzar de nuevo, porque se pierde... No, más vale que no, sigamos con lo de la Plei.

-No, no, dale, yo no sabía que habías escrito una poesía y menos en inglés –relacionó Luciana, a tiempo que Roberto se levantaba a buscar un fernet con coca a la heladera, y un queso duro cortado en daditos que ya tenía tres días. –Roberto, si hay comida, para qué abrís la heladera.

-Et tu m’ as écrit cette autre lettre, qui parle d’ argent et d’ autres choses –continuó Vania, no sabiendo si lo que decía estaba bien. Con los dedos místicamente dibujando en el rocío del vaso de Terma, se animó a la siguiente estrofa.

Quel désordre,
quelle malade nuit des caractères
et de coeurs,


-Ayelén, soltá la botella –dijo Luciana en voz más o menos baja.

-No puedo, Luciana, si vos hablás en el medio no puedo –Roberto carraspeó y luego inspiró fuertemente sólo con la nariz, mirando la mesada, cerca del desayunador.

-Bueno, ¿qué querés, que la deje que le siga dando a los vasos?

-Es que estaba distraída escuchándome... dejá, cortémosla acá porque no tiene sentido seguir recitando poesías si no hay ámbito.

-Terminé –dijo Sebastián, sin limpiarse los labios con las servilletas de papel.

-Mamá, tengo sueño –anunció Ayelén, adormecida y babeada.

-Está bien, vayan... hoy tuvieron gimnasia, ¿no? –justificó Luciana, con medio plato lleno, aunque se había terminado toda la rúcula.

-No, tuve educación plástica –dijo Ayelén, todavía con el uniforme de gimnasia sucio en lo blanco. –Pero después creo que tuve gimnasia –agregó, entre la batalla galáctica de Sebastián, que desde su cuarto enchastraba los comandos de la Plei.

Roberto volvió a carraspear y subió el volumen del televisor, ahora que estaban pasando una inundación en Venado Tuerto.

-Cociné una hora para que en diez minutos terminaran de comer y se vayan –lamentó Luciana, recogiendo el cuenco encerado con pan de Sebastián y la mitad de la porción de Ayelén, que había separado las hojas verdes. –La verdad que así se te va el hambre –dijo, mientras llevaba los bowls hacia la cocina, incluido el suyo.

-Bueno, nueve y cuarto, Luciana. Me voy –aunució el tío Vania.

-¡Chicos, vengan a saludar al tío! –gritó Luciana.

-No, dejá, ya se deben haber acostado, para qué los vas a levantar –detuvo el mayor de edad, mientras se calzaba el sacón de invierno en un clima de guerra interplanetaria y de pedidos de alimentos no perecederos a volumen partido.

-Bueno, andá, Vania; gracias, sabés, por venir. Está abierto. Mañana te llamo.

El tío cruzó el corredor del pe hache, antigua casa de inquilinato ahora subdividida en propiedad horizontal, y preparó las monedas para el colectivo. En tanto Parque Chacabuco se le hacía cada vez más inevitablemente propio, repasaba el final de su infeliz creación de niño:

nous ne parlerons jamais
la même
unique
terrible
chose.

sábado, 15 de marzo de 2008

PALIDA MORS


En el capítulo XXXIX del Quijote leemos la caída de centenares de soldados en la defensa de la Goleta de 1574, contada por un cautivo de los vencedores turcos presente en la venta. El capítulo XL comienza con un soneto de honra. No obstante se reprocha a Cervantes ser mejor narrador que poeta, su grave disposición frente a la muerte le inspiró este insuperable soneto en el que descuellan la tragedia, la carne carcomida por el filo, el heroísmo y etcétera:

Almas dichosas que del mortal velo
libres y esentas, por el bien que obrastes,
desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,

y, ardiendo en ira y en honroso celo,
de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes
el mar vecino y arenoso suelo:

primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo,
con ser vencidos, llevan la vitoria;

y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da, y el cielo gloria.



De otro lado, Amleto Enrique Vergiati llora en Pinchó la muerte de un arrebatador de suburbio, de cuyo intrascendente “paso por el mundo” hacen carne sus propios adláteres:


Pinchó, se tomó el piro
quedó lo mismo igual
como si nunca hubiera sido.

Atrás quedaba mersada la misma vida,
la misma cosa,
y a él... tanto le daba.

Podía llover
y un vómito de cielo sacudir el árbol
empavurar un perro
amasijar una rosa
y que el miedo se persignara.

Pinchó. San Mongo debió esperarlo,
chicato como es,
el día de la zarpada.

Le batían El Flaco y era punga.
Cuando lo vieron después así,
de última, indiferente,
cuando ni hacía sombra
se dijeron: “de qué mierda valió
que la supiera lunga”.

De guacho se metió en el entrevero
la fue de cuarta con el Rengo Sola
se metió en el escruche, fue piquero,
rodó, pudo decir, más que una bola.

Siempre fue chorro, nunca fue otra cosa.
De cuando en cuando, alguna levantada,
tenía un recuerdo puro en la piojosa
de un burro fiador que dio mancada.

La muerte lo pungueó en el conventillo
quedó en el patio de crispada zurda.
Venía desde lejos el canto de los grillos
y entraba el tano Giacumin en curda.

¿Por dónde es que se va la vida
cuando viene y atraca la pelada?
Se irá, me bato,
por cien callejones de un hielo de negrura
flameando la guadaña
con su mano huesuda.

Hacía tiempo que se amasijaba.
Callado y solo, no parlaba a nadie,
ni la viola.
En la encordada antes cantaba cosas pa su madre.

Lo cierto es que pinchó, se tomó el piro,
quedó lo mismo igual, como si nunca hubiera sido.
Atrás quedaba mersada la misma vida, la misma cosa
y a él... tanto le daba.

Podía llover y un vómito de cielo sacudir el árbol
empavurar un perro
amasijar una rosa
y que el miedo se persignara.

Pinchó
se tomó el piro.

Y ahora, el panfleto: ¿cuál de los dos poemas dejaría huella en un clase media de manual? ¿Ninguno?

jueves, 13 de marzo de 2008

PEQUEÑOS PROPIETARIOS


En Flores Sud hay una calleja llamada “Italia”, demarcatoria del límite oeste de la pequeña plaza “11 de septiembre”. Su forma es la de un triángulo liliputiense con base en la Avenida Directorio y vértice en Tandil. La esquina sur, donde viene tallando de larga data la muy deshonrosa Varela, es una de las cinco allí abiertas. Frente a ella, una otrora dudosa fábrica de alfajores fue reemplazada por un centro de beneficios a jubilados y pensionados; en otra se emplaza un café-bar para solaz de los empleados del centro municipal de recolección de Varela esquina Remedios. Sobre Directorio, en cambio, se yergue a modo de cenotafio un supermercado Coto al que la clase media de la parroquia se aficiona, muy especialmente los sábados por la mañana.

Italia es una calle de casas de familia en las que se contratan chicas que limpian omitiendo todo apego a la ley laboral. Desde que se perpetró el gran almacén, poco tiempo después del cierre de la Feria Municipal que atendía desde los años veinte sobre Tandil, sus ocupantes no tienen más que cruzar Directorio para consagrar día a día la legitimación del capítulo cotidiano de sus principios, sólo afectada por la molicie exasperante de las cajeras que se estima indocumentadas, menores de edad o inhábiles.

Los Italianos reducen el ejercicio de la virtud cívica a la concurrencia más o menos frecuente a los actos electorales en horas de la tarde, oportunidad en la cual se inclinan por los candidatos que la televisión y el periódico les orientan, por decir de alguna manera, como caballos de mateo; y así se ha constatado formalmente que, en un mismo año, los propietarios del pasaje decidieron ser representados por candidatos de la más acérrima derecha en junio, y de la izquierda opositora en octubre. El resto de su imaginería viene conformado por el paradisíaco Brasil, las bielas y engranajes de los automóviles y camionetas en cuya consecución proyectan sus afanes, cierta vajilla imposible ahora de comprar y la gozosa fotografía de alguna hija tomando el diploma de manos del Decano, un pelado con anteojos. Sus perros, que emulan a los intimidatorios de Treblinka, deponen en la plaza "11 de septiembre".

Alentados por la máxima “pagar un poco más, pero tener un mejor servicio”, los propietarios de la calle Italia han mandado erradicar los juegos y areneros del solar. Quieren seguir manteniendo con sus impuestos el espacio, pero esta vez no andar pagando a los negros un lugar en el que se drogan y se emborrachan. Al parecer, los negros a los que veían desde la Península, nomás correr el cortinado de oferta, utilizarían las instalaciones para potenciar el placer que les reporta el vicio y vendrían a despejar su indigencia precisamente allí, en mi casa, porque todos la sentimos nuestra a la plaza. Es una hermosa plaza que lamentablemente ahora le tuvimos que mandar sacar todo, a ver si ahora se van a otro lado.

El sector es, desde entonces, un playón circundado de árboles, sucedáneo del jardín que procuraba Italia desde hacía tantos años. Los perros y los compradores de Coto rezuman ideología consumada al ritmo del fenecimiento de las hamacas negras, de los toboganes negros, de los pasamanos mestizos, de las anillas desocupadas y chorras, de los subibajas delictivos, de los partidos negros de fútbol negro que contrastaban con el sentido común de Italia supermercado y sus ansias de pundonor.

A la limpieza étnica sucedió el desierto; dónde iremos a parar si se apaga supermarket.

martes, 11 de marzo de 2008

K


-Vamos a jugar a las constantes de la naturaleza – dijo Ernesto con astucia de Avispón Negro.

-¿Eh? – masculló Frutibell, a quien tan bien le cuadraba el nombre.

-No sé –apuntó Lorelei, cuya silueta se resolvía así, escalafonariamente.

-Entonces capitales del mundo -propinó Ernesto como gracia de tipo que ya estuvo, sobre todo a los treinta años, tour de veinticinco días dieciocho capitales.

-Otro tema, Ernesto –dispuso Lorelei.

-No, no, constantes de la naturaleza. No sé qué tiene... de pronto te podés sorprender –sorprendió de clisé Frutibell.

-No me gusta –anuló Lorelei, cinturita a pesar de Aylén de veintitrés meses.

-Y, por ejemplo, mirá: –aventuró Frutibell, con ese movimiento de frutillas tan suyo – Miraflores no haciendo nada nunca. Ésa es una constante de la naturaleza.

-¿Viste que se podía? –aleccionó Ernesto, mirando la azotea de la tan pequeña Lorelei, cuyo pan madrileño ya era conocido como herramienta de andinismo desaprensivo desde Mesa de Entradas.

-Entonces todas las de remera rayada almuerzan cuatro veces por día y se embarazan con el olor del marido después del fútbol –dictaminó Lorelei, clarísima como siempre sabemos que lo fue.

-Totalmente... –convino Frutibell- a ver... al que se le hacen hoyuelos en la cara, es servicial en el sexo.

-¡Epa! –repuso Ernesto Bigote Viril Tardío, contrayendo las decenas de músculos de todo lo que viene a ser la zona máxilo facial, que un día se le paralizó a Rubiánez de tanto dar órdenes, según el dictamen parapsicológico de Maruja la de Notificaciones.

-No me digas... A vos no, Ernesto, no quieras intervenir –reprimió Lorelei, la de las azucenas en talleur y falda.

-A toda auxiliar le corresponden dos meses de trabajo servicial y veinticinco años de molicie, con anuencia del gremio –propuso Ernesto, entrando en la sintaxis de la física newtoniana.

-Yo desde que vine no paré de trabajar –indispuso Lorelei, tobillera de oro veinticuatro y zapatos amarillos tan cerca de los ojos marrón estándar.

-Convengamos que mucho mucho no se hace –guiñó Frutibell, fructificando tanto que nadie acertaba a deducir qué había sido de la flor.

-En todo caso, yo me perdí esos dos meses, y los veinticinco años espero vivirlos distinto –determinó Lorelei, segura de sí misma.

-Yo sólo sé que “a toda secretaria enojada le corresponde una semana de no peinarse”... ja, ja, mirá cómo vino Lucía hoy, parece un espantapájaros de oferta –chilló Frutibell, la boca como una frutilla deseada, deseada.

-Ja, ja –rió Lorelei, cómplice primario y agente encubierto.

-Ni hablar de un poco de agua en el pelo –agregó para más sorna Fru, Frutibelina, Frutilipina Muchacha Pechos de Fru.

-Ja ja, tal cual –comparó Lorelei desde una óptica un poco más distendida.

-Escuchen –vaticinó Ernesto, que desde hacía cinco minutos estaba siendo escuchado por dos mujeres. -Ley de Camacho: “A todo abuso con sustento en comportamientos decadentes le corresponden setenta y dos horas de licencia”.

-¡Ay, pobre Camacho! –rugió Lorelei, muy Pichimahuida-. Entró a los dieciocho años y tiene cincuenta y tres, en doce años se jubila y siempre con el mismo puesto de auxiliar de servicio, ¿qué querés, que a esta altura trabaje todo el día?

-Aparte para mí Camacho es divino. Si no estuviera Camacho, esto sería la muerte– aventuró Frutibell desde su asiento de escribiente, desde su corola fructificada, desde sus labios tan.

-Pero el tipo se emborracha desde el viernes a las cinco de la tarde hasta el lunes a las ocho de la mañana. Si llega, llega, y si no, pide licencia. Yo vengo todos los días y parece exactamente lo mismo –gremió Ernesto, no sabiendo qué hacer con tanto exceso de testosterona que le había deformado la nariz y sembrado pelos en las orejas.

-Si sos policía de custodia, tenés sí o sí que comer quince o más veces y hablar a los gritos –disuadió Fru, qué costillar repujado por el segundo matrimonio.

-Ay, Frutibell, te estás contagiando de Ernesto. Me parece que lo mejor va a ser... –incidentó Lorelei por debajo del Dr. Rubiánez, quien hizo su entrada con naturalidad de Magistrado y halo jurídico al tono.

-Lorelei, cuando tengas tiempo, sin apuro, necesito que vengas al despacho.

-Voy ahora, doct... –aterciopeló antes de la musiquita del celular Lorelei, arnés colocado según reglamento y pico de altura en la diestra. –Se puso música clásica en el celular, increíble.

-¿Carmina Burana? –tentó Ernesto el Adecuante, con el mal tino del que habla a quien ya se encuentra haciéndolo con otro -. Claro –observó riéndose solo-, está hablando por teléfono.

-Claro... –hizo notar Lorelei-. Esperá a que termine.

-Yo te aviso, Loly, aguardame un momento –iura novit curia.

-¡Todo auxiliar que come quince veces por día le echa la culpa al calor! –aportó convulsivamente Frutibell, otra vez empeñada en el quince, apenas usía se retirara.

-¿Eh? –bigoteó Ernesto, argentino de cuarenta y ocho años, hijo de Ángeles y de Yusé, de profesión cantautor.

-Ja, ja... ¡o a la lluvia! –despejó, compromiso anillado, Loly.

-Totalmente, o a en realidad tal vez a cuánto tiempo hace que no llueve –llovió Frutibell.

-O a la guerra en Irak –bardeó Lorelei.

-O a Michael Jackson.

-Kenny G –casi gritó Frutibell, antes de florecer el aire con una risa de profunda condición orgásmica, antes de enaltecer el oxígeno desde la óptica decididamente caníbal de sus ojos frutos, antes de rememorar en Ernesto los poemas de Bécquer que servían para sus Mau Mau de Pinar de Rocha, antes de avergonzar el panel de emergencias contra incendio.

-Está bien, está bien –severizó Ernesto, bigote en mano-. Se están yendo de tema. Mirá –le dijo a Frutibella- Ley del Doble Recurso: “si dos o más empleados se reúnen para realizar una tarea, esa tarea deberá ser ejecutada por lo menos dos veces”.

-Si entra alguien nuevo –propuso rápidamente Lorelei, de Lilliput- veremos cómo se porta y si no le hacemos camarilla.

-Principio de Reiteración de los glúteos –dijo entonces Ernesto, infantilizando el asunto-. “Toda permanencia en el cargo genera una multiplicación de los glúteos de quien lo detenta, que es directamente proporcional al cuadrado de la silla en que se sienta”.

-Ja, ja, ja. Ah, ja ja ja. No podés, Ernesto –asumió Frutibell, aurora irradial, áureo rostro imita.

-Me parece ya un poco agresivo –despreció Lorelei, un oído en la respuesta y el otro en el preciso despacho de V.S. –Si a la gente no la ascienden no hay por qué andar riéndose.

-Ja, ja –enfatizó Ernesto, varios kilos de exceso, papada, doscientos gramos de pollo deshuesado y ens. d/arroz int. c/1 rod. de queso magro.

-No me parece nada gracioso –estimó Lo.

-Principio de Marina González –incorporó Ernesto, el del bigote, completamente cebado.

-No, pará, nombres no, hablábamos de cargos –suavizó Frutibell, muy lejos de aquel “no podés”-.

-Principio de Marina González –insistió el digitígrado digitado, en la plena seguridad de que si antes había hablado de Camacho, ahora podía hacer lo propio de propio peculio-: “a + b – c = 100 x d + 1”.

-¿Eh? –basureó Lorelei pensando en Ayelén y en la señora que la cuida- ¿Qué dice este hombre?

-No sé –desconoció la testigo Frutillitas.

-Donde, fíjense bien: a es un kilo de algo con harina; b es ganas de llorar; c es la cantidad de veces que va al baño; d es la cantidad de apareos mensuales y el uno es la cantidad de cosas que hizo útiles en la vida.

-¿Pero qué te pensás? –ordenó pronominalmente Lorelei desde el carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.

-Qué me pienso de qué –preguntó Ernesto, bigote caduco, defendiendo lo indefendible.

-Tiene razón Lo –frutilleó Frutibell.

-Es un chiste... somos todos adultos –acongojó cuarentín, apelando a la importancia de llamarse Ernesto.

-Vos más que nadie –lloró Lorelei desde la alcoba de Ayelén.

-Y no me corrás porque voy a hacer la Ecuación Fundamental de Lorelei Andina y no te va a gustar.

-Basta, chicos.

-Hacela. Dale, hacela –instó Loló Rubiánez poniéndose de pie sin que nadie lo advirtiera, sin que volara una mosca, queriendo que el aire se cortara con una tijera. –Hacela.

-Ahora no.

-Hacela.

-Si amenazaste tenés que cumplir, Ernesto –dijo alguien con sonora voz frutal.

-Yo no amenacé –aclaró el suscripto detrás del bigote paramilitar que le daba un no sé qué de Tren de la Alegría.

-Es de muy poco hombre –diagnosticó con esa boca, con esos ojos, con esa lengua de viscosidades prohibidas, con esa frutifixión de sus pechos que tanto costaría a tantos, cuántas noches lloradas, cuántas libido (Ernesto decía “líbido”), cuantas líbido desagotadas en los tramos solares de sus cabellos, cuántas primaveras muertas, por decir de alguna manera.

-Absolutamente de acuerdo –enanizó Lorelei, potenciando para Ernesto la abstracta disfuncionalidad eréctil que le había fresado Frutibell, for ever young.

-Loly –despachó el Dr. Rubiánez con la tranquilidad de quien no evidencia tensiones significativas entre el ello, el yo y el superyo.

-Voy, doctor.

-Principio de Gravitación de Lorelei Andina –comenzó Ernesto con sorna cincuentona y así también inocua. Pero la destinataria ya marchaba entre los escritorios repartiendo azucenas hasta el zócalo, desoyendo, la vista marrón dispuesta allende el porvenir, segregando cerca de Plaza de Mulas altura monitores.

-Ya está, Ernesto –botoneó con voz lejana Frutibell, la bell.

-Principio de Gravitación de Lorelei Andina –continuó Ernesto, olvidable carnero de Aries.

-Voy al baño –anunció Frutibella al mismo tiempo que Lorelei se perdía en la soledad del poder.

-Escuchá aunque sea el Principio –rogó desde la vereda el Hombre Invisible, el clavel deshojado en el saco Alberto Castillo, medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel.

-Dale, Ernesto –ernesteó Fru, haciendo hincapié en el arcaísmo.

El autor sonrió como un adolescente que claudica. Miró las caderas enfrutadas, la disposición de los cabellos ensortijados contras la explícitas combas lacrimosas del escote, que daban al abdomen terso contra el que ahora se estrellaba, a la protuberancia frutal nunca suya, a la negación de todos los pelos de bigote descastado y pretencioso, de su estampa de centenario empleado municipal acomodado por Rubiánez, olvidado por Rubiánez, tan distinto todo de los sueños de inmigración que lo precedieron en un siglo.

-Está bien, mirá: “La influencia ejercida es igual a la mística de la maternidad más el cociente entre la persecución del propio interés material y la menor cantidad posible de palabras”.

Del despacho de Rubiánez salieron unas risas que jamás en la vida. Frutibell dijo “¿eh?” y se marchó acomodándose el cinturón que le ceñía la cintura, ay. Ernesto siguió paveando frente a la pantalla, ruborizado y riéndose nada más que con la letra jota.

-A que no saben la noticia –vociferó media hora después, excitadísima, la inmóvil Miraflores –Lorelei Pro Administrativa, dos puestos más. Mirá vos, Ernesto, antes tenía un cargo menos que vos; y ahora, uno más. No te vas a pelear, eh. Algo parecido pasó hace tres años cuando te trajeron a vos; ahora te toca quedarte callado, eh.

-J –concluyó otra vez Ernesto, mucho más que doscientos gramos de pollo, doliéndose ni por diablo ni por viejo, en tanto Lorelei emergía llorando del dictamen de Su Señoría y Frutibell se le abrazaba como si fuera esa tarde la última, la última vez.

lunes, 10 de marzo de 2008

MULTIPLICACIÓN DE LOS PECES


Perdón, muchachos, pero cuando María Fina cruzó las piernas debajo de la mesa de ese bar de suburbio me sentí menos; tanta Marota tan fácil. En 1989 había que tomarse el 53 hasta un segundo antes de San Miguel, ir a pescar el amor rateándose a un pantano de barro caliente para tener algo que contar después. "Pasando el Mate", una estatua de un mate, dios mío, no me quería nadie y me quería la giganta y yo anotaba con la mano libre "pasando el Mate" de Antes de San Miguel, Después De Que Dobla.
María Fina había querido celebrar el amago de connubio con medias de red y unos zapatos de tiras que le desembocaban en el mediomundo lechoso, medias de red nuevas de 1989 y Egresados 1988 de un instituto de historia paralela, una amiga embarazada y otra que se perdió en Estados Unidos, después del Mate. Entonces llegamos a Canela en Palomar y dijo "sentémonos en ésa", abrió el libro delictuoso de los Buenos Modales y colgó la cartera y no sé qué conjunción de satélites de planetas domésticos le detuvo la tómbola del deseo en "piernas cruzadas", cruzó las piernas enredando la red de cazar peces globo, jamoneando ballenas y escualos jóvenes ávidos de comerse para siempre los cachalotes romboidales que se le deformaban entre los peñones de las rodillas y las cordilleras desconocidas que le florecieron más abajo, ríos azules de torrente incierto que pugnaban entre las presiones diferenciales de los muslos y hacían delta forzado en el empeine reventado por los zapatos también nuevos y medio charolados, una especie de guillerminas de batea media con intenciones de debut sexual, una variante de basureros de fondo negros al borde del desencaje de todas las costuras, amenazados por el derrumbe orgánico del empeine inflado de mujer de más, un ejemplar de estudio, de mesa de morgue, de océano, de camión jaula.
Colgó una mediasombra sobre la otra y se asfixió adentro de la solerita hasta que terminó la pepsi max y ya se me acababa la capacidad de sentirme desgraciado cuando Dios se dio cuenta y le dieron ganas de ir al baño a respirar y pensar cómo estaba yendo todo y en cuanto desapareció sonando como un desliz de tap en el piso espurio del chamamé salí del bar con la destreza repetida del cornalito, mientras se perpetraba el desagüe péptico, y todas las veces que llamó dije “equivocado”, “equivocado”, llamó setecientas setenta y siete veces porque se había dejado pescar y ahora no entendía, tantas veces dije “equivocado” que finalmente, perdón, el sábado no pude seguir cuando se cruzó en una marea excesiva y morosa su dolida imagen supurante de ruegos de amor único mientras tocaba por ese palpitar, el corazón de María Fina que se enchastró, meado de tristeza, equivocándose todas las veces que hacía lo correcto.

domingo, 9 de marzo de 2008

BLUES DEL QUE ESTÁ SOLO


Del otro lado, los que se nefregan reduciendo la distancia entre las cejas y apostando a la aún imposible única belleza de las cosas simples, los discutidores de reuniones de consorcio, los compradores de pizza, los donantes liberales de propinas de cincuenta centavos, los que aplauden y vindican que las mayúsculas no llevan tilde. Salvando las garrapatas de Buenos Aires -calor, zanja, bramido fascista, subte de las nueve, Jeremías, Matías, Camila, Sí Señor- evidentemente quedará andar por encima del clima.

El proyecto se deshojó en los márgenes Rivadavia, cero de promedio.

Entonces hubo uno que se cansó, pero a nadie le sigue importando.