martes, 18 de marzo de 2008

CUENTO DE CLASE MEDIA

N. del A.: La photo es meramente ilustrativa.


-Bueno, ya está la comida...

-¿Eh? –vociferó Ayelén, de tercer grado.

-A sentarse, Ayelén. Llamá a tu hermano. Dale que está tu tío que a las nueve y media se tiene que ir.

-Bueno... ¡Sebastián!

-No, así no... –recriminó Luciana, que desde que había llegado del trabajo a las ocho no hacía más que malabarear unos fideos extrañísimos. –Haceme el favor y llamá a Sebastián que debe estar jugando con la Plei. Y avisale también a tu padre, que no sé adónde está.

Con prisa doméstica, a la par que se comenzaba a perpetrar la danza de las ubicaciones –con la actuación previsible de María Florencia Rúcula en el adagio del fettuchini de paquete- Luciana fue esgrimiendo y acomodando incómodos bowls de cerámica de El Bolsón. El primero fue para Roberto, casi gerente de una distribuidora de lubricantes para automóviles. El segundo se volcó no bien Ayelén le mostrara su cara de nada, pensando en alguna cosa.

-¡Pero! –lamentó Luciana -¿ni siquiera cuando está tu tío vas a dejar de armar desastres? Traé algo para limpiar eso, querés.

-No te preocupes –dijo sinceramente el tío Vania –yo también era así de chico, ¿no te acordás cuando tiré el dulce de kinotos de la alacena?

-Vos eras distinto, Vania -dijo la Madre. –Te gustaba ir a la escuela. A ver, teneme esto. Acá para que agarren un libro hay que pedir por favor. Sebastián, tenés doce años, podés llegar limpio a la mesa sin que nadie te tenga nada que decir.

-Poné primera –alentó Roberto, cada una de cuyas uñas carcomidas ostentaba una finísima cola de ratón.

Fideos con rúcula amarga.

-Acá traje el aceto –mostró Luciana, pronunciando “acheto”.

-O sea que son fideos con ensalada –se quejó Roberto, que no se había quitado la gorra de fórmula uno con la estampa del Negocio.

-¿Por qué no les contás lo que hacías en la primaria? –sugirió en abstracto Luciana, omitiendo todo otro comentario, igual que en el Banco de la Construcción de donde venía remando.

-En la primaria... y, por ejemplo en la primaria una vez me quise trepar al mástil y me descubrieron cuando ya iba por la mitad –evocó Vania, riendo delante de una hojuela rebelde. Ayelén escupió un fettuchini de la risa. Sebastián continuó comiendo, con los labios irreverentes embebidos en aceite y manos articulares, sucias y sensuales.

-¡Eso no! –quiso enmendar Luciana, habiéndose servido vino de marca. –Lo de que estudiabas.

-Luciana, pasame el aceto ése a ver si tiene algo de gusto.

-Yo en la primaria estudiaba –contó el tío Vania. Ayelén lo miró como quien se topa por primera vez con una mancha de Pollock.

-Eso lo saben, y siempre les digo, pero éste está todo el día en la Plei –Sebastián le dirigió un rictus de salvajismo pre-adolescente- y Ayelén no sé, parece a veces que estuviera no sé.

-¿Vos no le compraste la Plei hace cinco años, cuando tenía siete? –invocó con ansia de amonestación el invitado.

-No, él se la compró con su propia plata, que venía juntando desde los cinco, más ciento cincuenta pesos que les dio el abuelo, ¿no, Seba? –Roberto se mondó con aire, evidentemente insatisfecho.

-Bueno, es la vida que se lleva ahora... hay más cosas para que los chicos se distraigan... tampoco les vas a pedir por ejemplo que escriban una poesía como yo en francés, a los once años –aleccionó Vania, interesado en la difusión después de transcurrida una vida.

-No sabía –dijo Luciana, mirando una isla de rúcula –No sabía que habías escrito una poesía, ¿cuándo?

-Y, en sexto grado. Dice así, mirá:

Je t'ai écrit une lettre
qui parlait de l'amour
et d'autres choses.

Et tu m’ as écrit
cette autre lettre
qui parle d’ argent
et d’ autres choses.


-¿Eh? –babeó Ayelén.

-Callate, Ayelén. Seguí, Vania.

-Bueno, pero tengo que comenzar de nuevo, porque se pierde... No, más vale que no, sigamos con lo de la Plei.

-No, no, dale, yo no sabía que habías escrito una poesía y menos en inglés –relacionó Luciana, a tiempo que Roberto se levantaba a buscar un fernet con coca a la heladera, y un queso duro cortado en daditos que ya tenía tres días. –Roberto, si hay comida, para qué abrís la heladera.

-Et tu m’ as écrit cette autre lettre, qui parle d’ argent et d’ autres choses –continuó Vania, no sabiendo si lo que decía estaba bien. Con los dedos místicamente dibujando en el rocío del vaso de Terma, se animó a la siguiente estrofa.

Quel désordre,
quelle malade nuit des caractères
et de coeurs,


-Ayelén, soltá la botella –dijo Luciana en voz más o menos baja.

-No puedo, Luciana, si vos hablás en el medio no puedo –Roberto carraspeó y luego inspiró fuertemente sólo con la nariz, mirando la mesada, cerca del desayunador.

-Bueno, ¿qué querés, que la deje que le siga dando a los vasos?

-Es que estaba distraída escuchándome... dejá, cortémosla acá porque no tiene sentido seguir recitando poesías si no hay ámbito.

-Terminé –dijo Sebastián, sin limpiarse los labios con las servilletas de papel.

-Mamá, tengo sueño –anunció Ayelén, adormecida y babeada.

-Está bien, vayan... hoy tuvieron gimnasia, ¿no? –justificó Luciana, con medio plato lleno, aunque se había terminado toda la rúcula.

-No, tuve educación plástica –dijo Ayelén, todavía con el uniforme de gimnasia sucio en lo blanco. –Pero después creo que tuve gimnasia –agregó, entre la batalla galáctica de Sebastián, que desde su cuarto enchastraba los comandos de la Plei.

Roberto volvió a carraspear y subió el volumen del televisor, ahora que estaban pasando una inundación en Venado Tuerto.

-Cociné una hora para que en diez minutos terminaran de comer y se vayan –lamentó Luciana, recogiendo el cuenco encerado con pan de Sebastián y la mitad de la porción de Ayelén, que había separado las hojas verdes. –La verdad que así se te va el hambre –dijo, mientras llevaba los bowls hacia la cocina, incluido el suyo.

-Bueno, nueve y cuarto, Luciana. Me voy –aunució el tío Vania.

-¡Chicos, vengan a saludar al tío! –gritó Luciana.

-No, dejá, ya se deben haber acostado, para qué los vas a levantar –detuvo el mayor de edad, mientras se calzaba el sacón de invierno en un clima de guerra interplanetaria y de pedidos de alimentos no perecederos a volumen partido.

-Bueno, andá, Vania; gracias, sabés, por venir. Está abierto. Mañana te llamo.

El tío cruzó el corredor del pe hache, antigua casa de inquilinato ahora subdividida en propiedad horizontal, y preparó las monedas para el colectivo. En tanto Parque Chacabuco se le hacía cada vez más inevitablemente propio, repasaba el final de su infeliz creación de niño:

nous ne parlerons jamais
la même
unique
terrible
chose.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

sublime exposicion de lña clase media casandro.... solo una dudilla en el relato ,el "acheto" (escribase aceto), es como el "acheite"....

Anónimo dijo...

perdon...donde dice "lña" lease "la" ,gracias...

Casandro dijo...

No ché...