miércoles, 19 de marzo de 2008

FACILIS DESCENSUS AVERNI


Es sabido que el diario Clarín ha adecuado su estilo discursivo al de la clase media porteña, degradado de propia voluntad a la recurrencia de quinientas palabras que conforman su reducida cosmovisión. Ésta, cercada y extinguida por los conceptos de “familia”, “automóvil”, “hijos”, “casa”, “salud” y “trabajo”, dista en mucho de los antiguos sueños migratorios de trascendencia, hoy fenecidos al ritmo de las nuevas doctrinas de aprovechamiento máximo del etéreo presente, del que se predica rendimiento al modo espurio del comercio o en orden a la funcionalidad doméstica de la alimentación familiar. Es por ello que aquel hilo periodístico émulo del castellano pudiente de La Nación que antaño procuraba el periódico-órgano, troca hoy en esta sub-especie expresiva, refleja de la forma de selección y manifestación emergente de los diálogos que brotan entre las comadronas en las filas de los supermercados, y así también altisonantes como las tratativas de compraventa de automóviles o departamentos de segunda mano a que se aficionan sus lectores.

Alentado por mucho más que el aumento del tiraje, Clarín se ha estatuido en captor y constructor de un léxico dominante y de una sintaxis particular que retroalimenta la dotación de significado efectuada por el estamento, de modo tal que, al entendimiento único de la realidad, le determina una única forma de su relación, igual que en el superado paradigma medieval; y tal vez por ello sólo un Renacimiento liberador resultaría útil a efectos de desatar las vendas impuestas por semejante oscurantismo.

Valiéndose del cansino depósito de significación que este grupo social ha construido como imaginario, sus páginas abrevan del descalabrado consenso léxico instalado en el común denominador de su población demandante, pasando adrede por alto la calidad de las aguas que contiene tan viscoso abrevadero, y es la consecuencia más disvaliosa la edificación de una opinión pública que mucho dice de sus cultores, al reflejar/construir una realidad en apariencia sólo predicada, concretamente a partir de “referencias exofóricas” hijas de aquel desdén motor de la decadencia auto-inferida.

Véase si no la portada del 19 de marzo de 2008 y su titular principal: “por la interna, echan a los jefes de AFIP y Aduana”. ¿Qué es, en sentido estricto, una “interna”? ¿Guarda aquí el mismo significado que en la locución recuadrada “un fuerte gesto de autoridad interna”? ¿Es posible concebir una autoridad externa? ¿”AFIP” y “Aduana” tienen “jefes”? Si así fuera, ¿cómo resulta posible, en razón de su máxima jerarquía, “echarlos”? ¿En qué lugar los vierten?

En el contexto reseñado, va de suyo que la discusión o contienda por el logro de mayores contraprestaciones dinerarias que –con éxito- se invoca aquí, responde a las mismas intrigas de palacio histrionizadas como correlato de la cadena alimentaria en las oficinas que puebla la clase media, y con ello queda perfectamente entendida la causa aludida en el título; que los organismos estatales no tienen “jefes”, sino directores, secretarios o subsecretarios, pero que, a la vez, es necesario y plausible al fin perseguido empeñarse en referirlos del mismo único modo en que la clase media designa a aquel bajo cuyas órdenes un individuo se ve compelido a realizar cualquier tarea, en especial las concernientes a la actividad laboral; que a los funcionarios públicos no se los “echa”, sino que renuncian o son removidos como resultado de la sustanciación de un sumario o del dictado de un acto administrativo válido –pues la relación que los une con el Estado no es de dependencia, como en el derecho laboral, sino de subordinación-, pero que, a la vez, “echarlos” importa el mismo desprecio que de común-unión se ha convenido para reemplazar a la voz forense “despido”, cuyo más difundido ámbito de significación viene dado por el saludo que se brinda a quien se va. Del mismo modo, nadie ignora ya el valor sustantivo de la palabra “AFIP”, concebida por el sector de pequeña explotación como un socio que participa en las ganancias, mas no soporta las pérdidas. Es por ello que se han desdeñado los puntos que debieran ubicarse a continuación de cada una de las iniciales que conforman la sigla, a la vez que el mantenimiento de las mayúsculas da cuenta del poder de coacción que connota, de la continuidad de su efecto intimidatorio, tan grande como la sospechada e inmanente corrupción institucional difundida en este colectivo, obligado a su turno a corromperse para asegurar el rédito y, en último término, el pretendidamente ínsito derecho al goce de los bienes de la vida.

Esta vocación simplista, informada por la intensidad con que la clase media dice perseguir el encuentro de la felicidad tan sólo en el publicitario misticismo de las pequeñas cosas, se evidencia asimismo en otros elementos, tales la irreversible consigna numérica de los adjetivos numerales cardinales –“13 minutos”; “suman 200 heridos en 78 días”; “dejó 62 heridos, 4 graves”-, la indebida metamorfosis de conceptos propios del mundo automotriz, al que adhiere con fervor el sector –“la Corte frena la liberación de menores delincuentes”-, la notoria desproporción entre los centímetros asignados al accidente de tránsito ocurrido en el espacio inmediato, respecto del dispuesto para referenciar el paro de actividades agrícolas y ganaderas en la totalidad de los terrenos aptos para el sembrado y cría –un tercio de la superficie de la República-, el inferido olvido de las tildes en las mayúsculas –“UN TOQUE DE ATENCION PARA LA SOLUCION ARGENTINA...”; “LO ANUNCIO EL JEFE DE GABINETE”; “LA CAIDA DE UN BANCO EN WALL STREET”; “FRASE DEL DIA”- y la oscura locución “Estados Unidos bajó la tasa y los mercados respiraron”, en la que el quién, el qué, el cuándo, el cómo y el porqué aparecen tan tácitos que no se da a entender a qué destinatario conformaría una información así enunciada, si no quedara también prosódicamente convenida su participación en sintonía con la laxitud de exigencia propuesta por quien conoce cabalmente a la propia víctima que paradójicamente lo creó.

Esse est percippi, acuñaron los romanos antiguos: ser es ser percibido. En esta máxima se cifra la desgraciada entidad de la clase media porteña, cuya mayor desvirtud consiste precisamente en comulgar una sacramental indiferencia por la complejidad de lo real, entenderla adecuada a los rígidos tutores de su inmediata conveniencia, predicar esas parcelas en sentido total y volver a citar tal particular cosmos de microscopio como única fuente de significantes. Así también de acotado deviene su ser, por inevitable correlato: el porvenir –hoy el futuro para mis hijos- será indulgente si falla, como finalmente lo hará, a favor del olvido; el nuevo hombre tomará sin dudas el modelo de quienes lo precedieron como ejemplo de lo que no corresponde imitar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y...las luchas intestinas dan como consecuencia ese tipo de finales...sera por el olor??? chi lo sa'....

Casandro dijo...

Allá en el horno se vamo' a encontrar...