viernes, 26 de junio de 2009

MADRE NUTRICIA


          Mi madre no sabía dar cariño explícito. Por ejemplo, no decía "te quiero", ni daba caricias. A otras personas no les manifestaba que "quería a sus hijos" ni utilizaba ninguna otra frase declamativa o amenazante del tipo: "a mí me puede pasar cualquier cosa, pero cuidado con el que toque a cualquiera de mis hijos". Mi padre, a su vez, sufría una personalidad psicopática grave y carismática. Le gustaba la buena mesa, y se vanagloriaba de que su esposa había aprendido a cocinar fogoneada por sus exigencias de marido que sostiene el hogar y pone proa hacia el progreso, como evidentemente consideraba que su núcleo familiar había progresado.

          Entonces mi madre cocinaba cada vez mejor y cada vez más variedades, y cada vez mayores volúmenes de comida. Las dotes culinarias adquiridas fueron, sin dudas, su mayor virtud, a salvo la de su tenacidad para cumplir órdenes sintiendo placer. En ese ámbito mi madre pudo desenvolverse a gusto, pues, en la cercada imposición vital que practicaba mi padre, la comida conformaba un esplendor edificado del mismo sacrificado modo que la manutención esforzada del grupo. Yo sentía afición por otros disfrutes; por ejemplo, los partidos de tenis, el fútbol y las historietas. Pero no hablábamos en la mesa de tenis, fútbol o historietas, porque a mi padre no le gustaban los deportes y había dejado de leer revistas antes de la adolescencia. Cuando mi padre se quejaba por la poca sal o el escaso esmero de un plato, mi madre se echaba la culpa usando frases de desconsuelo e insulto como "la puta que me parió", y mi padre descerrajaba otras del estilo de "encima mirala".

          A los dieciocho años tuve que cumplir con el servicio militar en la ciudad de Comodoro Rivadavia, a casi dos mil kilómetros de mi casa. En el terreno inhospitalario del desierto patagónico, compartía con otros ciento veinte desconocidos concentrados la desdicha, el destierro, el temor, las ridículas fantasías de guerra, los panes duros, los olores de genitales, la mugre, la masa, el deshonor, las duchas colectivas, las poluciones nocturnas, los insectos, la transpiración, las humillaciones, las heridas, la degradación, los gritos, el desánimo. En una de las cartas que me envió la familia -siempre escribían cartas plurales en las que primero se despachaba mi padre, luego mi madre y luego mis hermanos- mamá no supo cómo describir que ella percibía realmente mi dolor, ni cómo ese dolor le despertaba misericordia. Entonces, luego de los encabezamientos rituales, decidió nada más contarme que la noche anterior habían ido al cine con mi padre -la película se llamaba Pobre Mariposa- y que después eligieron un restaurante de preciosa decoración, con un mozo muy bien vestido que les sirvió una comida riquísima que se deshacía en la boca; había música suave y luces apagadas y la gente hablaba muy bajo; se sentían tan satisfechos, tanta era la comodidad, que sospecharon que harían bien en tomar el postre en el mismo lugar, y así pidieron una confitura de nombre estrambótico que resultó ser una especie de espuma liviana y dulcísima, con hilos de caramelo que se enredaban dichosamente en la lengua y les provocaban risa.

          Entonces no supe por qué la descripción del menú me arrancaba tantos gotones de angustia; algunas décadas más tarde me di cuenta de que a través de aquella pormenorizada crónica y bajo el velo de sus refulgentes imágenes permitidas, mi madre me estaba diciendo que añoraba albergarme nuevamente en su útero, para que yo dejara de sufrir tan solo y maltratado a dos mil kilómetros de casa, pero que de eso mi padre no tendría que enterarse.

4 comentarios:

Stinguido dijo...

La satisfacción muta a la necesidad y esta deriva en placer. Tres palabras que no se si encajan con el relato, que nuevamente me deja sin palabras, pero que reflejan las sensaciones ante la lectura de este espacio.

Casandro dijo...

Stinguido, como siempre, gracias. Me coloca Vd. en la urgencia de no defraudar, que no sé si podré cumplir como lo espera.

Stinguido dijo...

Con seguir escribiendo alcanza, así, a secas...

Casandro dijo...

Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos.