En el cine y en el teatro los personajes comienzan corrientemente a hablar cuando el otro deja de hacerlo. Si uno “pisa” al otro, es para interrumpirlo y porque tal superposición se encuentra prevista en el guion, a fin de lograr algún efecto. Entonces, ese otro acata iocandi causa la interrupción.
Ello no sucede en la “vida real”: en lo cotidiano, quien desea decir algo no espera a que el interlocutor en uso de la palabra termine de expresarse: habla, aun más intensamente, por sobre sus palabras; y a veces el interrumpido continúa manifestando lo que venía diciendo, subiendo más el volumen de su voz, de modo que, por mera diferencia estentórea, quede sentado el criterio expresado y con él la dignidad de quien lo dice.
Tal arremetida y desprecio contra el discurso del hablante conforma una arista más de la pérdida de la concepción del Otro como prójimo.
La razón más clara que sostiene esta afirmación la da el hecho de que nadie hablaría por sobre sus mismas palabras; esto es, nadie se interrumpiría para prevalecer sobre sí mismo.
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