Para Jaspers, uno de los motivos que llevan al hombre a filosofar es el enfrentamiento con situaciones límite.
No es el caso de la clase media porteña, que sólo incursiona en rápidas y despreocupadas divagaciones cuando cree salvada la integridad de su ideario de logros (hijos-trabajo-casa-automóvil-familia sin enfermedades). En estos veloces diálogos, que suelen darse durante la sobremesa de los domingos y finalizar antes de las cuatro o cinco de la tarde -cuando por alguna razón las mujeres exigen el retorno a la casa- suele también concluirse que la verdad está en las pequeñas cosas de la vida.
Las situaciones límite que anota la clase media porteña son las siguientes:
1) Muerte de un hijo propio.
2) Pérdida del empleo por despido.
3) Debacle de la economía nacional.
4) Choque del automóvil propio.
De ellas, sólo las dos primeras despiertan, pocas veces, la vocación por la lectura de algún librito de metafísica moderna, de esos que intentan formar certezas acerca del estado angélico y la continuidad de la vida después de la muerte.
Las dos restantes motivan en la clase media porteña la necesidad de lo que sus integrantes llaman "obrar con cuidado y con inteligencia", que en la práctica consiste en tomar apresuradamente decisiones de ventaja relativa respecto de sus semejantes, y a la vez en no dejarse embaucar por otros de su condición, de acuerdo con ciertos códigos de verdad callejera.
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