lunes, 27 de octubre de 2008

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS


          Yo no soy católico ni ninguna otra cosa, pero creo que uno de los cometidos más imposibles de lograr es el que Cristo ordenó a sus coetáneos bajo la frase "Amarás a tu enemigo".

          Amar al enemigo, en las condiciones actuales de perdición y decadencia, y dado el reducido status que alcanza en la percepción universal el semejante, es inviable. Pareciera que, además, fuera injusto; pero no: es la misión más difícil que compete al ser humano. Amar al prójimo como a uno mismo, incluso a nuestros enemigos. Según la leyenda, Cristo amó a los que lo condenaron y lo crucificaron.

          Para dar un ejemplo contrastante, el brocardo le impondría a los judíos de la Alemania nazi amar a toda la planta permanente de Auschwitz, Treblinka y todas sus temibles sucursales, y aun a su mentor Adolfo Hitler. A los negros robados por los traficantes y echados al mar con piedras en el cuello ante la presencia de un buque oficial inglés, amar a los traficantes. A los indios exterminados en el Potosí, amar a los españoles, y así siguiendo.

          A los habitantes de San Isidro, un enclave bonaerense de clase media y media-alta, cuyos ritos de pertenencia incluyen el ingreso de sus hijos a la comunidad cristiana, también les competía la manda divina.

          Sin embargo, en la marcha del domingo último contra la inseguridad, la totalidad del imaginario burgués y proto-burgués se dio cita para pedir, frente a la muerte de sus allegados, la muerte del prójimo.

          Concurrieron al evento asociaciones de defensa de la portación de armas, nucleamientos considerados parte sana de la población, un rabino y un sacerdote católico.

          Las arengas de tono mesurado, numerario y severo de los partidarios del encerramiento y exterminio de los desposeídos dieron pronto paso a la palabra del rabino, quien realizó serias disquisiciones acerca de la administración de los recursos del Estado en un modelo republicano: a su criterio, la democracia demanda día a día la segregación del violento y el despliegue de fondos a fin de prevenir con la amenaza de la muerte la defensa de la propiedad. El rabino fue aplaudido, y se vivó el nombre del intendente -que había propugnado el aumento del número de policías y la imposición de un Estado Parapolicial en derredor de la villa miseria más célebre del lugar- y el del falso ingeniero Blumberg, adalid de la autodefensa armada.

          El sacerdote católico, sin embargo, sin echar mano explícitamente del camino de la resignación, propuso sin temor a la represalia de los exaltados la contemplación del Otro y la piedad por el malo. Sostuvo que los valores cristianos alcanzaban también a los delincuentes. Todo hombre es mi hermano, enseñó, y agregó: todo asesino es mi hermano.

          La máxima excedió a la horda, que, a pesar de habérsele adoctrinado sanamente que debía mostrar la otra mejilla, exhibió en cambio su pasión más monumental, evidenciando una vez más -sin saberlo- las enseñanzas del San Pablo en el que ellos creen y yo no, como si las hubieran efectivamente aprendido de su última lectura a los doce años:


Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros (...) Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7:21-25).


          Y así, exaltando grotescamente esta dualidad que para todo cristiano es una falta, la turbamulta comenzó a proferir, frente a la prédica desértica del tentado, el apellido del nuevo carnero ungido, intentando cubrir con sus vivas y mueras el sermón: "¡Blum - berg, Blum - berg"! En tanto, el vicario exhortaba a una desconcentración pacífica, a regresar a las casas en actitud reflexiva; mas nada de eso era escuchado por los cristianos.

          El acto finalizó con la celebración de un minuto de silencio dispuesto por el rabino nueva ola; a los veinte segundos el tumulto, que deseaba gritar la inexistencia de otro prójimo que no fuese uno de los allí reunidos o sus muertos, reventó de entre sus miserias a través de un esforzado bastonero de la decencia, a quien se le dio por vociferar para las cámaras de todo el país, ya abducido por el fervor penitenciario: "¡Cárcel a los Kirchner!", que son nada menos que los presidentes de este país.

          Blumberg, al que la Nomenklatura política absorbió por no oponérsele, tomó finalmente el guante y entre los desgañitados citó a una nueva Marcha del Odio para el próximo 13 de noviembre, esta vez frente a la Casa de Gobierno.

          Ya venía sabiendo yo que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, y en aquel enroquecido aquelarre pude observar, una vez más, que todos, aun los que ven en el encarcelamiento de niños de doce años la solución a su concepción universal de calles despejadas, todos ellos están presos de culpa. No quise pensar qué hubiera sucedido si a cada uno de los manifestantes se lo hubiera provisto de una piedra.




          Más simple fue la reacción de los marginales que, aprovechando el descuido de los manifestantes y sin ninguna intención de disfrazar su esencia, mientras tanto fueron robando una panadería y cometiendo otras tantísimas tropelías contra la propiedad, que por supuesto, al día siguiente, fueron irradiadas por los mismos canales.

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