miércoles, 8 de octubre de 2008

CON LO QUE SE APRENDE EN EL COLEGIO NO SE COME

          Uno de los síntomas más contrastantes de la decadencia voluntariamente escogida es, en la clase media porteña, el desdén por los signos de puntuación.

          Si bien sus integrantes fueron debidamente instruidos acerca de las oportunidades y pertinencia de estas imprescindibles herramientas de expresión, asistimos vez a vez con impotente desazón a espectáculos desidiosos que, entre las muy corrientes faltas de ortografía, abren paso al abuso de la coma, el olvido del punto, la fiesta orgiástica de los paréntesis y el desuetudo del punto y coma.

          Entre repeticiones propias del habla usual y omisiones deliberadas, los textos de clase media, aun en sus formas más primitivas -por ejemplo, aquellos mensajes que se prenden con imanes de las heladeras- reflejan tanto la simplificación de su concepción universal como la falta de curiosidad y de vocación por aprehender todo aquello que no se produzca o reproduzca en sus aparatos de televisión.

          No obstante, el porteño se ufana de hablar mejor que lo que se habla en las provincias, y se exime de todo castigo por sus liviandades escriturales esgrimiendo razones tales como igual se entiende o al fin y al cabo el mismo Sarmiento escribía con faltas de ortografía. El hombre de clase media cree que existen problemas de más urgente atención que sus propios mecanismos de expresión, reflejos indudables de la pendiente antropológica por él y sus coetáneos construida.

          Cree también que quien ve en estas deficiencias la punta del ovillo de la debacle habla así porque tiene la panza llena.

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