martes, 2 de septiembre de 2008

ANGELUS

Miedo. Aliento contenido. Sudor frío. El terrible cielo bajo ahoga el amanecer. (No hay por dónde escapar.) Silencio... El amor se para. Tiembla la culpa. El remordimiento cierra los ojos. Más silencio...
El trueno, sordo, retumbante, interminable, como un bostezo que no acaba del todo, como una enorme carga de piedra que cayera del cenit al pueblo, recorre, largamente, la mañana desierta. (No hay por dónde huir.) Todo lo débil —flores, pájaros— desaparece de la vida.
Tímido, el espanto mira, por la ventana entreabierta, a Dios, que se alumbra trágicamente. Allá en Oriente, entre desgarrones de nubes, se ven malvas y rosas tristes, sucios, fríos, que no pueden vencer la negrura. El coche de las seis, que parecen las cuatro, se siente por la esquina, en un diluvio, cantando el cochero por espantar el miedo. Luego, un carro de la vendimia, vacío, de prisa.
¡Angelus! Un Angelus duro y abandonado solloza entre el tronido. ¿El último Angelus del mundo? Y se quiere que la campana acabe pronto o que suene más, mucho más, que ahogue la tormenta. Y se va de un lado a otro, y se llora, y no se sabe lo que se quiere...No hay por dónde escapar.)
Los corazones están yertos. Los niños llaman desde todas partes...


          Hacia la mitad varios bostezaban; por el final, a ninguno le había importado un comino nada, ni siquiera la propia ortografía. Éramos todos más de lo mismo, quince años, catorce, dieciséis de ninguna cosa ni ahora ni hacia el porvenir; yo no sabía qué era un Angelus, no hay por qué pronunciar ányelus, ni estaba enterado.
          Primeramente preguntó, con vocación de maestra de provincias, qué significaba que un corazón estuviera yerto. Qué quiere decir yerto, a ver, por qué creen que un corazón puede estar yerto. Nadie.
          Luego confesó con plena intención de astucia cómplice que se había interrumpido adrede, éste no es todavía el final del texto. Porque me gustaría saber... ¿Quién es el autor, a ver, de lo que hemos estado trabajando? Que si nos leía la última oración nos daríamos cuenta sin más. Que aquel artista era capaz de las simplezas más infantiles y de las imágenes más complejas y de una belleza singular; todo eso fue tomado en cuenta al otorgársele el Premio Nobel (Nobél).
          Sonreía con ímpetu defensivo, retomando sus sonrisas frente al que castiga; nadie dijo siquiera “borges”. -¿Nadie, ni uno? ¿Nadie leyó este libro?Aliento contenido. Ganas de ir al baño. Hambre. Indiferencia.
          Finalmente, carraspeó con desazón:

—¿Qué será de Platero, tan solo en la indefensa cuadra del corral?

y nadie supo tampoco, y nunca más volvió a querer creer en nosotros.

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