martes, 23 de septiembre de 2008

OTRA PRUEBA DE LA INEXISTENCIA DE DIOS

          Por si las del utopista Sebastián Faure y la experiencia nazi no bastaran, aporto otra prueba, esta vez de base empírica, que confirma la inexistencia de Dios.

          Estamos en Buenos Aires, en una reunión de amigos. Hace cuarenta minutos pedimos helado por teléfono y aún no ha llegado. Finalmente, suena el timbre. Bajo desde el quinto piso, soy el único que paga. Al llegar, sonrío y digo:

-È arrivato Sambayón.

-¿Eh?

-È arrivato Sambayón.

-Voy a buscar a Franco ¿a qué hora lo acostamos, Rodi? -dice hacia algún lado Florencia, una de las del esposo y el hijo.

-¿A qué bajaste? -pregunta Marcelo, que este año ha conseguido empleo y para quien todo es relativo a partir de hará dos meses.

-Timbre -exclama Luciana, que no sabe que ya he vuelto.

-¿Quién vino?

-Che, ¿cuánto falta para el helado? -grita riendo Caíto, echando mano de su última adolescencia tardía.

-Yo igual no voy a tomar -anuncia Florencia, con Franco alzado y casi dormido. -Quiere teta, pero no le voy a dar la teta. Después cuando lleguemos a casa. Igual, Rodi, te diría que vayamos yendo, el gordo hoy se la pasó de acá para allá, con tu mamá debe haber estado agitado y me parece que tampoco le dio la leche que le dejamos, porque no la debe haber encontrado donde se la dejaste. Se la deja en la alacena, la vieja, o sea, perdón... pero es así, Gordo, no la ve.

-La que está espectacular es esa mamadera que vienen seis mamaderas por día que las hacés a la mañana y se calientan solas -comenta Luciana.

-Igual el gordo te digo que seis mamaderas en un día te quedás corta.

-Igual -agrega Rodi con ojos entresoñados de filósofo cotidiano y sonrisa de padre social, o sonrisa social de padre -cuando a las dos y media de la mañana después que recién lograste más o menos cerrar aunque sea un párpado a ver si tira una hora más aunque sea, y se larga a llorar y tenés que darle la mamadera, yo creo que la conservadora esa de mamaderas te importa nada...

-Yo duermo mientras le doy la mamadera. Me siento y duermo, si no... -confiesa Florencia. -Gordo vamos.

-Vamos.

-Pero è arrivato Sambayón, ¿no escucharon? -digo sonriendo como un gato de Cheshire.

-¿Eh? -pregunta Rodi, que ya se está acomodando el sweater sobre el que se sentó.

-Uy, mirá el sweater.

-Teneme el gordo.

-Chicos, llegó el helado -digo, con ansias de ser contenido. Mis amigos, desde que se han casado, tienen otras preocupaciones. Uno -no sé si Rodi- declamó hace unas semanas, alzando al Gordo: "no sabés cómo te cambia la vida".

-Mmm... me parece que nos volvemos con sorpresa, amor -dice Rodi mirándome, con la misma sonrisa de pensador que ha resuelto todo.


-Los niños vienen con un pan bajo el brazo -ironizo aunque a nadie le importe -, pero después se lo comen.

-Y bueno, hay que cambiarlo, Gordo -lamenta y alecciona Florencia -Ahora sí, vamos. Te acompañamos, vos también tenés que bajar, ¿no?

-Ya subí. El helado está en la cocina.

-Guardanos para la próxima, entonces -dice Flor sin la menor intención, también sonriendo con explicitud de conclusión y muy afincada en la realidad inmediata. Toma a Franco depuesto de manos de Rodi, que viene durmiéndose desde antes de los capeletinis con salsa de hongos que se me ocurrieron.

-Luciana, ¿vos?

-Un poquito de granizado. Yo un ratito y me voy, también.

-Te acerco, si querés -ofrece Rodi.

-¿Para dónde van?

-Villa del Parque. ¿Cuenca te va? -dice Rodi seriamente.

-Vamos, Gordo, mañana a las once tenemos que estar en lo de tu mamá, dale.

-¿Es lejos lo de tu vieja? -pregunto como para ser aceptado.

-Pasame el abrigo que yo se lo pongo.

-Bueno, voy con ustedes -acepta Luciana, acomodándose el culo de oficinista como puede-. Sorry lo del helado.

-Todo bien. Chicos, ustedes sí, ¿no?

-Dale.


          Ergo, Dios no existe.

No hay comentarios.: