sábado, 24 de mayo de 2008

UBICACIÓN AXIOLÓGICA DEL AUTOMÓVIL

Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852; Madrid, 1934) publicó semanas antes de morir El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico. Con extraordinaria lucidez, el Premio Nobel de Medicina de 1906 e impulsor de la “doctrina de la neurona” disertó allí acerca de la gravitación del fenómeno automovilístico en la discusión universal sobre el bien y del mal:

“...el automóvil ha producido efectos morales inesperados en las grandes urbes. De hecho, el callejeo indolente y el piropo gentil a las buenas mozas han quedado suprimidos. Mujeres y hombres cuidan vigilantes de resguardar sus palmitos del ataque de los brutales caballos mecánicos (...).

Pero lo más desagradable del automóvil es el escamoteo del paisaje. La celeridad suprime el encanto de la contemplación. Quienes aprendíamos geografía asomados a la ventanilla del tren, debemos resignarnos a ignorar el camino. Y viajar como fardos, entre nubes de polvo y desfiles de árboles amenazadores.

El artefacto automotor es máquina deleznable. El menor choque la deteriora. Y hay que recomponerla y, lo que es más oneroso, renovarla cada cuatro o seis años, vida media del automóvil. Acondicionadas las carreteras para carros y caballerías, las hemos convertido en pistas de campeonatos. Y la carretera se ha vengado de nuestra imprudencia causándonos toda clase de accidentes luctuosos.

(...) ¡Cuántos infelices han hallado la muerte en la entrada de un puente, la concavidad de una curva o el fondo de un barranco! Una estadística cabal de las desgracias, exigiría un libro. Más prudentes que nosotros, durante los albores del automovilismo, asnos y caballos, aterrados ante el avance del formidable artefacto, ganaban aceleradamente la cuneta o traspasaban la hilera de los árboles limítrofes, para librarse del absurdo proyectil: guiábales el instinto infalible del peligro. En vano exploraban los solípedos la delantera del vehículo para atisbar el caballo. Habituados hoy a nuestras temeridades, ya no se asustan. Prueba inequívoca de que recuerdan y aprenden. A fuerza de voluntad han sofrenado sus reflejos y adquirido una sangre fría que para nosotros quiséramos. Trátase aquí de una modalidad de
reflejos condicionados, como diría Pavlov”.

Entendemos ahora la atracción que ejerce el auto en la clase media porteña, y el porqué del acostumbramiento actual a la omnipresencia de bólidos, doquiera que se mire.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sorry if I commented your blog, but you have a nice idea.