martes, 17 de marzo de 2009

DEFORME SOBRE CIEGOS


          Una mujer ciega se acerca a la parada del colectivo, acompañada por un lazarillo amable y quincenal que ha encontrado por ahí. El hombre le señala el lugar en que debe esperar el transporte, sin advertir que la anciana quizás no pueda saber jamás hacia dónde está señalando.

          -La dejo-dice- acá quédesé que acá para.

          En pocos minutos llega el que yo esperaba. Antes de subir, me doy cuenta de que no se ha movido siquiera para indicar que se detenga. Le pregunto qué línea aguarda ella.

          -El azul-contesta-el que va al hospital.

          -Ah, éste es el verde.

          -Sí, ya sé-explica la mujer.

          Mientras el chofer me entrega el boleto, le comento mi sorpresa: ¿cómo sabía la anciana que ése era el colectivo verde y no el azul? ¿Advertirá la llegada del azul? Además, ¿qué perfecta o ambigua postura comulgará la mujer respecto del concepto "azul", de modo de no perderse en aquella perpetua masa decolorada, que es y ha sido el irreversible escenario de su historia?

          -Lo que pasa -dice el chofer, desprovisto de voluntad vital-es que ahí para el azul.

          Y no dice nada más.

          "El verde también tiene parada en el mismo sitio", pienso, pero el chofer arranca y yo me desbarranco, abusado de inercia violenta, hacia el fondo del colectivo vacío; y no sube ningún otro pasajero hasta que desciendo en una esquina en la que, ahora sí, se trepan al menos diez primates cansados, diez desconocidos cualquiera y enormes como árboles de un parque nocturno, diez transportados que compran su boleto sólo mostrando el dinero y que luego, con la mirada extraviada en un allá imaginario, especulan tanteando el lugar donde conviene sentarse.

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