domingo, 2 de noviembre de 2008

NI UN LIBRO

          -Vos entrás así por la entrada, ¿no?, y entonces tenés a la derecha una entradita que va a lo que sería el dormitorio de ellos que da a la calle, con una baulera que le hicieron arriba del placard, que eso es algo que Fernanda tenía idea ya desde antes que se fueran a vivir y se la mandó hacer... se la hicieron en una semana y le quedó... A la derecha de cuando venís entrando, viene a ser lo que es el living, ahí le pusieron los sillones del casamiento -que juntaron dos tres cosas que les habían regalado que no les gustaban, una cafetera, una balanza digital, no sé, y no sé qué otra cosa-; y una chimenea chiquita pero muy linda.

          -Ahá.

          -Hermoso.

          -Y después la cocina que se hicieron ¿la isla, viste?, hermosa, con la heladera noufrost de acero inoxidable, y una mesadita donde ponen la procesadora, los cuchillos, todo eso, y una ventanita que da al jardín del vecino, hermoso.

          -Qué lindo...

          -Y después si vos seguís por el living llegás a un pasillito que llegás al dormitorio que piensan tener para los chicos y que por ahora tienen la computadora que en realidad no le dan mucho uso; ahí juntan un poco todo también. Y después un alerito de Pevecé que se lo hizo poner él, que abajo pusieron unas macetas que una amiga que es paisajista se las eligió, son poquitas pero no sabés qué delicado. Las ventanas todas con vuál blanco y ah, arriba tienen otra lo que sería baulera que ahí pusieron todos los regalos de casamiento que piensan cambiar pero que eso después va a ser nada más que un cuarto tipo baulera...

          -Claro...

          Entonces, ya hastiado, me crucifiqué delante de todos, que escuchaban aferrados a la legitimación de sus ideales inmediatos:

          -¿Y los libros adónde los ubican?

          -¿Qué libros?

          -¿No tienen libros?

          Ni siquiera se hizo un silencio; mi pregunta no interesaba a nadie: ni a la madre que narraba la peripecia inmobiliaria de su hija desposada, ni a sus parientes, ni a la parte de mis amigos casados que no sé por qué seguía frecuentando, aún faltando una semana para que Fernanda y Marcelo llegaran de la luna de miel en Buzios. Sentíamos que la fiesta de casamiento nos había unido, Dios mío.

          Inmediatamente, como si no hubiese acotado nada, Franco quebró la desatención de la narradora, proyectando próximas erogaciones atinentes a las economías del apareo legítimo:

          -Mirta, y dígamé, ¿no sabe si les salió muy caro el Pevecé?

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