martes, 11 de noviembre de 2008

IN FALSA PAUPERIS FORMA


          Juan Román Riquelme, símbolo de la movilidad social ascendente, festeja un tanto más en la carrera que lo arrancó del barro. Tampoco en esta ocasión sonríe, porque padece un trauma que le impide relacionarse regularmente con el prójimo. No obstante, es en el imaginario un triunfador (vernáculo) que en Europa hubo de sufrir la impericia y la discriminación, y hoy regresa del exilio como un héroe épico que a fuerza de esos injustos padecimientos alcanza el triunfo.

          Para los ricos es chic ser de Boca Juniors, una especie de repetición ritual de la muzzarella con champagne que hace dieciocho años invadió la moda de los pudientes. La clase baja es toda de Boca Juniors, y cada vez son más los padres de clase media de River Plate cuyos hijos, inducidos por la selección de información -obsérvese que, si bien son dos los "punteros", sólo se muestran jugadores de uno-, son de Boca Juniors.

          Desde que el magnate Mauricio Macri asumió la presidencia de Boca Juniors (ver El Dato XIV), el club que reunía a los pescadores más paupérrimos y a los hinchas más indecorosos revirtió en una explosión de merchandising, marketing y show business que sedujo a las clases empresariales y aun a la clase política. Las ventas son regenteadas por una empresa denominada contradictoriamente "Asociación Civil Club Atlético Boca Juniors Sociedad Anónima", que promueve demandas civiles contra empresas y particulares que venden camisetas o cualquier otro objeto que se identifique con el club centenario.

          Por ósmosis social, los principios burgueses de exclusión se fueron aplicando lentamente a la nueva imagen del otrora Club de la Ribera (de la Ribera del Riachuelo, una masa inconmensurable de agua podrida en cuyo cauce venenoso y estancado flotan a media agua cadáveres, automóviles robados, barcos inútiles y detritos de quince millones de personas).

          Así, una de las primeras medidas de erradicación que tomó el ingeniero Macri -cuyo padre, asociado al poder militar y civil, es uno de los principales especuladores financieros y generadores de pobreza de sudamérica- fue la demolición de toda una tribuna lateral, sustituida rápidamente por palcos que se remataron en cientos de miles de dólares cada uno. Seguidamente, constituyó un "fondo fiduciario" que cotizaba en la bolsa de valores. A pesar de ser el club más popular de la República Argentina, Boca Juniors suspendió desde hace años la suscripción de socios: la única posibilidad de "pertenecer" a Boca es esperar la muerte del titular de un carnet, y pagar esa membrecía a precio de oro. Por otra parte, como en todos los círculos de exclusiva admisión, es muy poco probable que un espectador del equipo rival tenga derecho a presenciar el partido, pues el club inició también hace años la malhadada costumbre de conceder a los visitantes sólo el 10% de las ubicaciones disponibles en su estadio, que, sin embargo, cuenta con unas 40.000 localidades. No obstante, los hinchas boquenses tampoco pueden adquirir entradas si no son socios, pero, como se dijo, no es posible afiliarse sino a un precio que no determina el propio club, sino el mercado. Un carnet de Boca es hoy tan escaso en la oferta de bienes como un Ford "A" en buen estado o un submarino. Hay más marcapasos que credenciales de socios de Boca Juniors.

          Pero quizás el efecto más sorprendente de toda esta perversión de las esencias es la conciencia de apropiación que gravita en cada uno de los comuneros boquenses. En el "sentimiento azul y oro" todas las clases quedan fundidas en la pertenencia a una institución respecto de la cual, ya que ha puesto altísimo precio a todo, los "adquirentes" son un poco propietarios, clasificación que conviene a todos: a los ricos, porque están acostumbrados; a los pobres, porque nunca lo fueron y ahora sí; a la clase media, porque la propiedad es su afición valorativa por excelencia. Finalmente, las clases altas practican la sensación de haber redimido a ciertos villeros que ahora son parte de sus motivos de alegría, y festejan las gambetas y goles del mismo modo que los logros empresariales. Del otro lado, los desposeídos de La Boca, para quienes el estadio es el único símbolo de gloria erigido entre los conventillos destruidos, las casas de chapa y las cantinas abandonadas, se han también apropiado simbólicamente de una nueva infraestructura, a la que el nuevo dinero ajeno -y ahora imaginariamente propio- le ha facilitado la consecución de logros objetivamente deportivos, pero subjetivamente míticos.

          Hoy Boca Juniors es un enorme juego de ricos del cual los pobres se enorgullecen, a pesar de que la casi totalidad de las masas pauperizadas no puede entrar al Estadio, y está obligada a que la acepten en algún bar con televisión codificada para acceder de algún modo a aquello que, hasta hace pocos años, no demandaba más dinero que el de una entrada de cine, a cuya sala cualquier habitante del suelo argentino, sin excepción, podía entrar libremente.

          Los excluidos que aman al club que no les deja pertenecer aceptan, a través de la televisión, la devolución mediatizada de su afición; esto es, la imagen de la imagen. Clarín, para legitimar la estafa, aporta su enorme roca mediocrizante, haciendo de todos el grito de Riquelme, al setenta por ciento de la superficie impresa y en medio de una algarabía fotografiada que es también ajena, pero que los marginados -clase media incluida- aceptan como propia, con la felicidad conformista de una esposa sometida.

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