viernes, 13 de junio de 2008

EL ARTE DE INJURIAR

Charles Baudelaire, que indujo suicidios y condenas a partir de Las flores del mal, padecía la mirada mal centrada de los locos y la impotencia de los reclamantes de afecto. Manifestó su rechazo a la severidad despótica de su padrastro oponiéndole un pelotón armado, disimulado entre las revueltas callejeras que confluyeron en la “tercera revolución francesa” de 1848.

Llevó en el corazón al niño Rimbaud, quien a los quince años había sentado a la Belleza en su falda; y se apegó durante tres décadas a un noviazgo más o menos conflictivo con una negra de los cabarets anteriores a Tolouse-Lautrec, a la que envió más de una carta de repudio y hacia quien retornó todas las veces que su madre le explicitó, desprovista de las culpas del desprecio, que no necesitaba un hijo adulto, sino un hombre.

En 1999 se tradujo al castellano un conjunto de apuntes que reunió bajo el título Pobre Bélgica, proyecto de un libro que jamás escribiría. Allí trasvasa simbólicamente su conflicto de desamor y soledad sufriente a otro más abstracto entre patrias.

En la obra, Baudelaire observa que los belgas tienen “aversión a la risa”, pero si alguien relata una anécdota conmovedora, “el belga se desternilla de risa para hacer creer que ha comprendido”. No obstante, y como también parece corresponder a los espíritus inferiores, los belgas “sólo pueden bromear... teniendo como objeto los órganos sexuales”.

Cree el francés que en aquel país “el temperamento más brillante se extinguiría entre la indiferencia general”. “¡Ay -se lamenta- de la Modestia! No puede ser comprendida ni recompensada. Si un hombre de mérito dice: He hecho muy poca cosa, se saca naturalmente la conclusión de que no ha hecho nada”.

Cuando un vecino se arruina, “aunque sea el hombre más honrado del mundo, todos le huyen, por temor a que les pida un favor. La pobreza es una gran deshonra”; pero “siempre” es posible asistir a “la afirmación de que lo único que vale es la vida natural” . Desconfían todos de todos, y por ello “es evidente que son todos ladrones”.

En Bélgica, “las constituciones son papel. Las costumbres son la realidad”. Sus asambleas electorales, en las que los discursos evidencian una “desproporción entre la palabra y el objeto”, legitiman torpemente la “tiranía de los débiles”. Se trata, señala, de un “embrutecimiento constitucional”.

“Bélgica no quiere ser invadida, pero quiere que se desee invadirla. Es una zopenca que quiere inspirar deseos”.

Amigo lector, tiene Ud. dos segundos para hallar similitudes entre estos párrafos decimonónicos y algún otro país que conozca; comenzando... ¡ya!

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