sábado, 14 de junio de 2008

ARGUMENTO DE AUTORIDAD

Conocí una especie de mujer que batalló con sus propias torpezas y aprendió finalmente a cocinar, porque sabía que su esposo, en abstracto, era amante de la buena mesa.

Desde el comienzo de los días la esposa ignoraba si cada comida sería aceptada, pues el esposo no le previno jamás sus preferencias; pero éstas debían deducirse de su universal concepción de lo bueno, domésticamente aceptada. Por lo demás, el hombre padecía de imposibilidad de remordimiento, y entendía a la buena comida como una justa y única retribución por la mística del mantenimiento del hogar; de modo que, como a un perro al que se castiga el hocico cuando entra a un lugar prohibido, le sentenciaba con todo derecho frente a las fuentes reprobadas:

-Esto es una porquería. Llevátelo y traé otra cosa.

O:

-Esto es incomible.

O:

-Probalo. Probalo, haceme el favor.

-No, si vos decís que está feo, está...

-Probalo – y entonces la mujer degustaba haciendo ruido de catadora vilipendiada, consciente y ruborizada. Los rechazos de aprendizaje se traducían en llantos espontáneos de ama de casa, que producían resbalones de detergente en la cocina, a cada uno de los cuales la esposa se repetía: "Soy una tarada. Una tarada, una tarada soy. Una tarada".

-No sé de qué llorás –decía el marido, para quien la cuestión se reducía a que no había merecido una buena comida, por culpa de otros.


Pero había días en que, sea por la favorable disposición del temperamento, sea por la calidad intrínseca de la preparación, el hombre dictaminaba gratamente su ponderación elogiosa y la hacía partícipe de sus problemas de la jornada, para que ella asintiera los pormenores discursivos y negara con contundencia aquellas situaciones inconcebibles que el marido le recreaba negativamente, a la voz de que, vistas las circunstancias, no cabía sino predicar de ellas que eran verdaderamente inconcebibles.

Entonces, con el temblor del perro bajo el bocado, la mujer desenvolvía explosivamente las máximas libertades de su torpeza inducida, y al final de la cena levantaba la vajilla sonriendo, segura de que su postre sería también recompensado, y persuadida de que en el lecho conyugal se volvería a confirmar su existencia. Durante esos esplendores se apartaba repetidamente los mechones duros de la frente, como una adolescente enamorada, y era tan pero tan feliz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No se por que lloro...aunke el tono ironico del relato me podria haber hecho sonreir... no puedo porke esto es tan cierto ke me produce lagrimas y rechazo...kizas yo tb fui victima de despotas como estos y gracias a mi sali casi ilesa...
de todas formas me alegro ke un alma sensible pueda burlarse de tan patetica situacion...

Casandro dijo...

Prima Verita: Sancho Panza, en el lecho final, le pedía estrujando todos sus buenos sentimientos a Quijano: "¡Ay, no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años"; palabras inútiles, porque Don Alonso había ya dictado testamento y se moría sin remedio a pesar de las sangrías. La muerte, sin embargo, le aseguró la inmortalidad.
Yo, aun desde la plena suma de mis propias emociones, no puedo exhortar a Ud. a que no llore, puesto que ya ha llorado; pero si una cara auspiciosa tiene esa pequeña angustia, es que le ha asegurado a Ud. la contemplación del prójimo como a un Otro. Tarea más difícil que la inmortalidad, porque no requiere acciones meramente personales, sino movimientos invisibles "hacia" la adquisición de ese Otro que raramente, dados los días que corren, interesa para la consagración de la propia vida.
La felicito a Ud., pues con su actitud afectiva ha comenzado a salvar el mundo.
Todo mi cariño, y más aun si estuviera aquí.

Anónimo dijo...

Por eso en casa cocino yo. El problema es que tengo que buscar un argumento para fajarla, por ejemplo si no come toda la comida, o si la come toda. De todos modos siempre hay un motivo real para brindar!!!!!!

Casandro dijo...

Anónimo, celebro su algarabía; pero escoja Ud. para brindar algún licor espirituoso, que hasta ahora pareciera que su copa sólo está cargada de hormonas. Mis condolencias a la señora.