domingo, 28 de diciembre de 2008

DE CÓMO ME VI ENVUELTO EN LO QUE NO PUDIERA DESENVOLVERME, Y DE LOS FILOS DE LA VENTURA EN DESATAR LO QUE ANUDADO SE HALLABA

          Poco después de la providencial huida de los abisinios, recebí la gravosa noticia del forzado alojamiento de mi primo el Montefiore, enviado a mazmorras por exigir de un favorito las medias setenas de cierto libramiento documentado que para solventar licencias de imposible revelación habíanse acordado. Más que el pesar por las galeras de la usura y la perfidia, que afectaban sin quererlo la honra y virtud de toda la estirpe, interesaba mi espíritu la alegría de las dispensas que aquella inesperada prisión sinificaba para mi esmirriada hacienda

          Pasábanseme entonces los días con tanta soltura y gozo, que ni aun el pronto arribo de mi amo el notario de su embajada en Portugal, con la consiguiente alvertencia de absencia del su libro prohibido, vendría a alterar la liviandad de mi ánimo, y por seguro tenía que nada en el mundo vendría a anudar con entresijos y ocultaciones lo que tan natural y despreocupado habíaseme tornado el folgar y trascurrir. Esento así de escrúpulos y espectros de amonestación, y amancebado como estaba con las muy cercanas pertenencias de mi señor, que ya creía mías luego de las semanas de soledad y recogimiento en el despacho de quien, a falta de misivas y billetes, veíase lejano y para siempre oculto, violé sin más los siete cerrojos del gabinete en que se hallaba captivo el jerejillo de mi amo, y a punto estaba ya por rellenar uno de los cuencos que a la sazón había dispuesto sobre el tablero de firmas, cuando vime sorprendido por la llegada de don Antonio, quien, preso de los dolores que sus irrenunciables almorranas le ocasionaban, assí recebió mi impertinencia:

          -Venga, hijo, que ni que hubieras predicho mi llegada. Anda, lleva a venturoso puerto tu incursión y échame todo el jerez desa redoma en aqueste cuenco, que, maguer las prescriciones de los más encumbrados maestros desta villa no hay para mí mejor bálsamo para el infierno que en vida me ha deparado la providencia que el dorado resplandor deste exquisito brebaje, que tengo por milagroso y sagrado.

          -Así también lo tengo yo –dije, desimulando mi verdadera intención, y vertiendo el ajeno vino dentro de la carcaza –y voto a tal si no necesitara también algunas gotas desta santificada miel para celebrar la llegada de mi señor, por no decir algún cuenquillo, si es que no quedara tan poco en la redoma.

          -Eso no es problema –respondió de buen grado el notario –tanto, que en cierto pasadizo de las galerías que sostienen este bufete tengo yo repuesto suficiente para que holguemos ambos luego de mi esforzada travesía. Mas empero, porque no develes el secreto de su arcano reposo, haré yo mismo la embajada luego de trasegarme este bendito cuenco.

          Tomó el notario con más premura que cata el jerez y, regoldando de placer, encaminóse hacia las ocultas bodegas dando pasos como de simio o de ciertas aves nórdicas, a tanto llegaba el desarrollo de su almorranada dolencia. Quedéme otra vez solo en el recinto escritural, cuya majestad se imponía por sobre cualesquiera fiestas de libación, y habríame a los pocos minutos ya rendido al sueño de la espera, cuando una dulce moaxaca dejóse entrar del alféizar a los lienzos de las banderolas, captivando mi atención según era el interés la historia que allí se cantaba:



Menuda cinta aculada
lleva en la brida tu haca
la mesma q’aquella noche
robastes de la mi almohada
non fuyades.

Por estar mal maridada
e mi señor en campaña
vos entregué la redoma
de mi alcandara sagrada
non fuyades.

E luego de nueve lunas
en una torre encerrada
aquesta fija te diera
aquesta de trenzas gualdas
non fuyades.

Entreguéla a la Misión
para poder resguardalla
de los lazos del Amor
pero ahora está en tu haca
non fuyades.

Catorce veranos ha
ca vos fuistes de mi cama
e prometistes volver
con la mi cinta aculada
non fuyades.

Mentistes aquella vez
como no miento yo agora
piensas que encontraste a Amor
pero Amor cobró su ronda
non fuyades.

¿No veis en estos sus ojos
los ojos de quien te llora?
¿Y en el lazo de sus trenzas,
la cinta azul de mi alcoba?
non fuyades.

¿No veis su risa de miedo
igual que catorce años
cuando dexé que dentraras
sin señor y sin criados?
non fuyades.

¿Y las manos que te abracan
igual que yo te he abracado?
Amor habla por sus gestos
como esa noche en palacio
non fuyades.

E si aun no crees nada
mira en su pecho de nácar
tu nombre y el mío escritos
al dorso de la medalla
non fuyades.

Al convento de Alcalá
fuistes a buscar amada.
Por una mala priora
nuestra fija está en tu haca
non fuyades.

Non fuyades, como el necio
que fuye de la verdad.
Así murió mi marido,
también así morirás
non fuyades.

Y tú, niña, ya no llores,
que lágrimas sólo son
monedas con que se paga
lo que no paga el Amor
non fuyades.

Baja de esa haca, niña,
e ven que te haré bordar
un prendedor que te pongas
cuando quieras maridar
non fuyades.

Tú vete agora, e no tomes
la cinta azul de mi ajuar
que se la lleve tu haca
tú no tienes qué llevar
non fuyades.

E si otra noche de guardas
te entregas a la passion
acordando ca eres hombre
responde a tu condicion
e non fuyades.



          Eran tantos los sollozos y lamentos que de mi estrujado corazón se escapaban por el pesar y donaire de la cantiga, que resolví corresponder a la desgracia de la que, más dueña que doncella, así plañía; y de uno de los cajones tomé hasta seis o ocho doblas para arrojárselas a la desventurada, quien, lejos de agradecer mi liberalidad, de improviso tomóme de la saya pasando su fornido brazo por entre las hojas de la ventana y, con repentina voz de infiel, espetóme:

          -Anda, el practicante, que sé que tu amo guarda más que estas menudencias, y así como luego luego te las essijo, así tan pronto te haré deshonrado si al fin no las entregases según lo que te ordeno y mando.

          En tanto estas almoniciones gritaba la zafia, recorría su navajilla de capeo las zonas más preciadas de mi robusta anatomía, y de aquello colegí sin ninguna cortapisa que mis cojones serían el San Martín de su indebida demanda, de no acceder yo al ojeto de su pretensión. Asaz melancólico por el tenor de la hestoria canturreada, aunque malhumorado por su estraordinario colofón y consecuencia, resolví aína honrar el presuroso pedido, que más lo era por mi próxima sangría que por las urgencias de la desposeída dueña.

          Mas fue también providencia que, en tanto la malpagada desimulaba la espera de acuerdo con cierto moreno que, caballero de un rocín gitano, aguardaba el momento de la entrega para huir a tierras de gentiles, apareciese mi amo el notario, estenuado por las idas y venidas dentre las soterradas escaleras y por el dolor de las almorranas, que parescía haberse multiplicado junto con el su tamaño y cantidad, tanto era el ostáculo del colegiado para caminar, pues no bastaba la cautela de sus estremidades porque no viniesse el dolor donde no se lo esperase, ni la fuerza de sus uñas para rasguñar y despedazar las paredes del despacho, así de estraviada se hallaba su compostura y equelibrio.

          -No te preocupes, hijo –exclamó, preso de las punzadas y anunciado de las faciones de mi terror, que lo era por muy otros motivos- todo esfuerzo es poco para solventar esta alquimia, tanto, que el sambenito que me han deparado mis más resguardadas partes poco aun ha de servir para dar en pago por tan efímera y dulce fortuna.

          -Así también lo asumo yo por cierto, y de seguro tengo para mí que al buen pagador no le duelen prendas ni doblas de menos –repetí y sentencié mientras la dueña atravesaba corriendo la calle de la notaría, haciendo un gesto moro que entendí de resolución y venganza, antes de saltar sobre el descastado palafrén y desandar con holgura el mal camino que hasta aquí la había conducido-.

          -Vamos, que no entiendo lo que dices, pero me urge un baño de malvas y media redoma, que la otra media es tuya por los trabajos de la friega que en desesperación y martirio te encomiendo, además de las seis o ocho doblas que un cajón de mi escritorio hallarás para ti dispuestas.

          -Que me place, don Antonio –dije inclinando la cerviz y paladeando de antemano el ajerezado reconocimiento, que no las doblas, que ya las había perdido con la falsa malmaridada, aunque desto, por lo que se contó, nada podía decir a mi señor.

          -Así, hijo, así –congraciaba el notario mis repasadas humedecidas de bálsamo por donde la humanidad se le descalabraba, a tiempo que se echaba pequeños sorbos de jereje dentro de la cavernosa boca, entrecerrando los ojos, como había visto en mis años gallardos en ciertos folletines prohibidos que entre los mozuelos de peor vivir circulaban; mas era tal mi alivio y congratulación por la suerte de no haber sido capado, por el desestimiento de la dueña y la legal suerte de las doblas, que el decúbito de don Antonio y el converso gozo de donde dolor había poco me importaban; y habría acabado con toda perfección mi tarea si una copla de una mi abuela gaditana no se hubiesse enseñoreado repentinamente de mi cincuentada memoria, que con la emoción del recuerdo he oído decir que se tensan los músculos y tiemblan, y así temblé de tal manera que la venturosa friega se transformó para mi amo en tormento y el tormento en desmayo, el desmayo en recompensa y la recompensa en salvamento de mi condena y el trasegar de la redoma entera, que entre nieblas de Dionisio parecíame dictar la anunciada estancia como si mi abuela mesma, que no el licorado embotamiento, fuesse de cuerpo entero y presencia:


                                        Non vos apïadases de antemano
                                        ni gratis data del dolor ajeno
                                        pues mejor que pagar lo que non vemos
                                        pagarse es de contado y propia mano.



Que es la enseñanza desta ya contada historia.

Vale

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