Cuando un integrante de la clase media detenta una dosis cualquiera de poder, lo ejerce despóticamente.
En esa instancia, considera lícito su accionar en razón de haber superado el "pago" de un pretendido "derecho de piso"; una especie de conjunto de experiencias previas de sometimiento que lo habilitan a su vez a someter activamente al prójimo que voluntariamente se coloca de alguna manera bajo su dependencia.
De este modo, encuentra algún resquicio de justificación de actitudes palmariamente alejadas de la ética más elemental; y a la vez, alienta la construcción de otra ética, afín al comportamiento "natural" del hombre de la calle, y a la que asigna finalmente más valor que a cualquier metafísica de las costumbres.
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