miércoles, 17 de diciembre de 2008

EMPTY ROOMS



          Decidí dejar todo, todo. Nadie dijo mucho. Alguien se encargó apáticamente de vender el departamento mientras me asentaba en el campo, en un cuarto alquilado, a sabiendas de todos, que permanecieron en silencio. Sólo dos o tres personas hablaron explícitamente, no te vayas, pero yo tenía tanta angustia que ni siquiera podía argumentar.

          El día anterior a la escrituración la pasé con un enorme monstruo de provincia. Llegamos a la mañana luego de un raid automovilístico que me reprochó lento y rutinario: el monstruo quería ver rápido el casino flotante y luego de seis horas de viaje abrió el tercer paquete de cigarrillos y quiso conocer Palermo, ver porteñas. Lo solté como a un perro en la puerta de casa: visitó el bingo de Flores, se metió en un prostíbulo para acostarse con dos mujeres por treinta pesos y a las diez de la mañana se quedó con veinticinco centavos. Como un perro también encontró la casa entre los edificios que nunca había visto, sin dormir.

          A la tarde repasé las aristas de la casa que había elegido abandonar, desprovista de muebles, porque meses antes había encajado todo lo que tenía en un camión de cereales sucio, que conducían un campesino y su hijo: regresaban "vacíos" y aprovecharon la changa. Leí por última vez los papeles que había acumulado por décadas, las anotaciones de facultad, los ensayos de literatura de barrio; destruí las fotos, las dedicatorias fenecidas. No esperaba ningún llamado, tampoco podía llorar.

          Cenamos en un tenedor libre, el monstruo quería conocer cómo era un tenedor libre. No había dormido en dos días y comió tanto que apenas llegó a casa se tendió sobre unos cartones –pues tampoco había camas- y se desmayó hasta el día siguiente, en que graciosamente desempeñaría su oficio.

          En la casa no había nada. Yo también estaba tendido en el piso. Desposeído como un judío, me importaba trágicamente abandonar a otros las vetas de las paredes, las molduras de los techos, los rayones de la madera. Mi casa estaba desnuda y yo igual de vacío e incoloro. Los cuartos se abrían a la oscuridad de la última noche, los mismos ruidos, una pasividad de mole ya afecta a los vericuetos notariales y a las cuentas del administrador. La casa me daba la espalda desnuda, espalda contra espalda en el piso que no había caminado ninguna mujer, ningún niño, ningún perro, mi casa ofrecida y apartada, mi casa símbolo del destino de negación del Otro, invulnerable al afecto.

          Me preguntaba qué hubiera sido si, las lecturas alternativas de la historia –que no existen, como me reprochaban- en tanto la oscuridad reventaba los cuartos ajenos, las ventanas que vendrían otros a querer, mi casa que no era más mi casa y el precio de mi soledad custodiado por el monstruo, el monstruo guardaespaldas, el extranjero enorme como la casa impropia, un cíclope de provincia que de buenas a primeras comenzó a roncar como un motor desajustado luego de dos días de pasearse igual que un animal entre los edificios, los autos, las loterías, las putas y los cafés obreros, tumbado ahora sobre cartones de toldería y entonces no sé de dónde me brotó una gratitud de hijo desconsolado que ahora sí me distendía el llanto frente a nadie, temeroso de desaparecer como la noche, la casa y mi vida, custodiada por el monstruo, hecha monstruo, entregada al monstruo que deparaba ronquidos tan sólidos que me prodigaban un inesperado estado de extraña protección, y era esa contención elemental lo que me hacía llorar, y entre las lágrimas y el reconocimiento me aterrorizaba que esos bramidos se detuvieran, que desapareciera el monstruo, que se hundiera en los cartones y me dejara otra vez solo, porque nada más tenía yo esos rugidos enormes, temibles y deseados que eran como las cobijas que faltaban, y él era un perro gigante y yo siempre había sido un hombre desnudo en una casa vacía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Stephen King se esta sacando el sombrero en este momento.

GRACIAS (y no totales, xq keremos mucho mas!)

Casandro dijo...

Amigo Dieguite, sus comentarios son bienvenidos. Ya habrá más, disculpe mi morosidad.
Un fuerte abrazo y mi admiración de siempre.