lunes, 6 de abril de 2009

LA CLASE MEDIA SE MANIFIESTA

          La clase media porteña ha dado en llamar inseguridad a la dificultad en mantener incólume su patrimonio y su integridad física de las acciones de quienes delinquen. No obstante la legítima preocupación, las acciones que por propia iniciativa emprende a fin de combatir la inseguridad constituyen en la práctica una vía de escape para las pretensiones racistas y holísticas que cultiva este estamento, según el cual la pertenencia al segundo escalón social constituye un elemento distintivo antropológico y determinante respecto de los desposeídos o de los que han acumulado menor cantidad de bienes, individuos que son rápidamente incluidos en categorías diferenciales a las cuales desprecian.

          Esta pendiente a la desertificación de la virtud social se ve alentada por una tendencia añeja practicada, por otra parte, por los gobiernos de todas las latitudes -los latinoamericanos mucho más-, quienes ejercen presiones sobre los medios de comunicación a fin de que la mayoría de las noticias de índole política no salga a la luz. En este sentido, la difusión de las actividades de las autoridades constituidas se reduce a escasas novedades respecto de sanciones consumadas de leyes, viajes protocolares, proyectos electorales y sospechas de corrupción de funcionarios de administraciones pretéritas. Esta ausencia de material rimbombante -susceptible de provocar indignaciones mayúsculas- es llenada por los medios, entonces, con novedades del ámbito policial que estimulan el vigor adrenalínico de los destinatarios. Se reemplaza así el azul-negro de escritorio público por la tinta roja cotidiana, resaltándose para consternación del asalariado pequeño burgués el temor a que algunos de los tópicos que la clase media ha ascendido a la categoría de valor y que constituyen el único canal de sus ilusiones -familia, hijos, trabajo, casa y automóvil- se vean de algún modo mellados o decrecidos en su número o condición.

          Periódicamente, cuando el Clarín publica alguna nueva de cierta truculencia que afecta bienes de toda índole cuyos titulares son personas de clase media, el estamento se reúne en lugares públicos a protestar. Los manifestantes creen que quienes delinquen pertenecen a la clase baja -a la que temen por su carencia de los escrúpulos que cultivan los pequeños propietarios-, y entonces solicitan a gritos que los maten, los encierren o los excluyan espacialmente.

          Sin embargo, es de hacer notar que, cuando las formas de afectación de sus intereses son más complejas, los individuos de clase media -al igual que sus despreciados ignorantes de la clase baja- no se dan cuenta, y por ello consideran absurda siquiera la mínima referencia al caso. Así, por ejemplo, resultan invisibles para la consideración de este estamento en qué consisten las maniobras fraudulentas de las entidades financieras que redundan directamente en sus ingresos y en su capacidad de cambio -v. g., las razones por las que el dólar o cualquier moneda del mundo cotiza al precio en que lo hace-; los motivos de mérito, oportunidad y conveniencia que conducen al dictado de una resolución administrativa; los sistemas de fraude electoral, las formas "legales" en que día a día se burla el mecanismo de sanción de las leyes, la formación de monopolios encubiertos, el método arbitrario de fijación de los precios al consumidor que deberá afrontar con su solo salario, la manipulación de los contenidos de las currículas correspondientes a la totalidad de los niveles de enseñanza, las alianzas empresariales que tienen por finalidad establecer un sistema invariable de precios abusivos, la homogeinización de las transmisiones televisivas y radiales, los mecanismos de censura de la libertad de expresión, los mecanismos de selección de noticias masivas, el reparto jurisdiccional del poder, el control de la cantidad de dinero circulante y otras macro-digitaciones patrimoniales y culturales que siempre redundan en el deterioro de lo que la clase media misma ha dado en llamar calidad de vida.

          Pero si un negro de la villa les arranca la cadenita enchapada en oro que portan como signo de distinción, ponen el grito en el cielo. La clase media acepta en general que los negros se matan entre ellos, pero reivindica que lo sigan haciendo adentro de la villa donde viven, y que no vengan a matar acá. Propone la edificación tanto simbólica como material de ghettos legales.

          Últimamente, con la intención de dotar de autorización celestial a la muchedumbre sangrienta, se ha dado en citar a un rabino y a un sacerdote católico a las aglomeraciones en las que se pide el rodamiento de las cabezas negras, a fin de que se acentúe el discurso de execración aun desde el plano utraterrenal. No obstante que la clase media desdeña a Dios, le gusta creer que sus acciones presentan un color de trascendencia en sentido místico; y así como mistifica toscamente la pentalogía de sus únicas directrices -familia, hijos, casa, etc.- así también le agrada que el masivo sentido común que ejerce como una comunión de fe tenga de alguna manera -aun imaginaria- una dimensión espiritual regida por un "ser superior", como también le agrada decir. La clase media repite incansablemente: yo no creo en Dios, pero sí creo en que hay un ser superior, y a veces se erige ella misma en ese pico de jerarquía valorativa.

          Al respecto, resulta interesante el video "casero" de cuatro minutos aproximados que el excelente borderline carlito ha subido a su página. Haz clic en el vínculo y observarás el modo de expresión y los contenidos de la reivindicación. La masa, que deifica a sus ídolos, en este caso lo hace en la figura del "rabino" invitado a la turbamulta. En el patológico episodio -documentado, aparentemente, con la cámara particular del blogger- se dan las más diversas variaciones del derecho de petición oficioso e iletrado. Un exaltado que a falta de mejor camisa calza una remera nera vocifera que "el rabino es el único que tiene huevos"; una señora descerraja "viva el rabino"; otra intenta persuadir a los oyentes en general desgañitando que en las "urnas" está el poder que ellos son capaces de otorgar, pues las autoridades son "cómplices"; una anciana cuya cabeza limitaba una cinta con la palabra ARGENTINA contesta a los gritos que "a quién vas a votar, si no había boletas", sugiriendo así la existencia de una mano invisible que extrajera de los cuartos oscuros de todo el distrito no sabemos qué listas oficializadas, y a la vez desconociendo las previsiones de la Ley Electoral al respecto; el primer exaltado concede a todos una razón nada dieciochesca y a la vez propone ir al Congreso a "sacar a todos de culo"; llevada por su único paradigma de captación de la aparente verdad, una señora aporta a los chillidos que "somos todos los dueños de la Argentina", ahondando así la idea de que cada habitante, al defender su patrimonio, defiende también de alguna manera la soberanía nacional, a la par que deja entrever que quienes delinquen son ciertos extranjeros, o que los argentinos son sólo los que no delinquen; otros aullidos proponen que "primero tenemos que estar unidos nosotros" y que "el pueblo tiene que salir a la calle", de modo de erigirse los reunidos en parte mejor y más sana de la población; alguien se refiere a la presidenta como "la atorranta ésta", que es presidenta "y ni siquiera es abogada", como si el título de abogado fuese una exigencia constitucional de habilitación para la postulación al cargo; entre comadres se sugieren que "no habían levantado 'los papeles' [es decir, no habían terminado de contarse los sufragios] y ya era presidenta", mientras otra dice a los bramidos que "sí", y todo ello porque "los comicios cerraron a las 19 en Capital: a las seis de la tarde ella salió y dijo soy la presidenta"; el exaltado del principio impone un orden de prioridades a las confusas reivindicaciones desde su altavoz natural: "primero: 'sensación' de inseguridad las pelotas; segundo: hay sensación de muerte", y luego entra en terror pánico: "son capaces de hacer un acto para NEGAR la inseguridad, son capaces de hacer un acto para NEGAR la inseguridad". Un anciano de cara poceada afirma absurdamente que "se están enriqueciendo a costa nuestra", y un ama de casa contesta que "son unos caraduras", afirmaciones todas en las que el sujeto tácito es una gavilla que aparentemente todos conocemos y a los que ni siquiera hay que nombrar, en nombre del honor pequeño propietario. La discusión oscila entre el repudio a los delincuentes y la imputación de los funcionarios públicos. Mientras alguien vigoriza reiteradamente "vamos a la Nueve de Julio", acuerdan entre el anciano y una chillona que "se hacen los de izquierda pero juegan para ellos mismos" y que "son unos ladrones", en clara referencia a lo que se dio en llamar la pareja presidencial. "Que se vayan, que se vayan" grita la horda mientras acata el grito de ir a la "Nueve de Julio". Un señor tomado de mística sugiere al hombre de la cámara que "lo que estás filmando" tiene carácter histórico, echando mano de su más sincero arranque místico, que lo ha llevado a sobredimensionar el asunto que, en sentido formal, es también un delito, en tanto aquel grupo se ha abrogado la representación popular y ha peticionado a nombre de éste. Contento, sostiene que "objetivamente hablando", la filmación es un "documento", sin advertir que la frase nada aporta, pues desde el punto de vista objetivo resulta cierto que la filmación es precisamente un documento.


          Cuando la clase media se manifiesta es tal su torpeza y su patente ignorancia, son tales su dejadez cultural y su desapego por el buen obrar, que las pretensiones más justas se tornan en ella chillonadas de niño al que ya se pasará el berrinche; y antes que acceder a sus altisonantes demandas, más nos conduce el espíritu a afligirnos y añorar las épocas en que había un prójimo entero y cabal que afirmaba la cosmovisión virtuosa que habíamos aprendido en los claustros primarios, y al calor de su consideración verdaderamente humana, su sola presencia nos otorgaba la agradable certeza de que no estábamos tan solos.



Lectura complementaria: Del amor y otros demonios, 27 de octubre de 2008.

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