martes, 19 de agosto de 2008

POR LA ETERNIDAD



“¿Qué?”, me han dicho, mordisqueando facturas o esperando orgasmos que otros provoquen: “¿qué?” “¿eh?”, cerrando el entrecejo, dedicándome seis o siete últimos segundos, entregando el pensamiento a la compra, o a la venta, o a la acción inmediata.

“¿Qué, qué, qué?” “¿eh?”

Y entonces ese cansancio en la finitud, mi cansancio que tuvo un inicio como el tiempo de los cristianos, creado por estímulo de todos y que morirá conmigo, diluido en el tiempo de los cristianos y absorbido por la eternidad, en donde los qué, los cómo, los cuánto, los cuánto te debo, se revuelven como un pestañeo mal pestañado; se remolinan como con el dedo de la lagaña, se expulsan a un mismo tiempo en el que la eternidad se desecha para dar paso a.

Y todo esto, en tanto un asalariado con automóvil prende la baliza, estaciona en un lugar prohibido por la autoridad municipal y permite el apeo de una mujer tan arquetípica que nomás baja se apresura para que la tardanza sea menos, para no quedar tan mal, ya sé que está todo bien igual, pero para no quedar tan mal.

Sí, sí, pero ¿qué? No entiendo. No sé... ¿eh? Mirá, en todo caso...

Te dejo.

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